Biopolítica y Gubernamentalidad Neoliberal: La Producción del Sujeto Contemporáneo

Publicado el 4 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

De la Biopolítica a la Gubernamentalidad Neoliberal

El desarrollo del concepto de gubernamentalidad por parte de Michel Foucault en sus cursos del Collège de France (1977-1979) marca una evolución fundamental en su pensamiento sobre el ejercicio del poder en las sociedades modernas. Mientras la biopolítica se centraba en el control de las poblaciones a través de mecanismos estadísticos y reguladores, la gubernamentalidad neoliberal representa una sofisticación de estas tecnologías de poder, donde el Estado ya no actúa como instancia central de control, sino que produce sujetos capaces de autogobernarse según las lógicas del mercado. Este giro teórico resulta crucial para comprender las formas contemporáneas de subjetivación política, donde la libertad individual se convierte en el dispositivo más eficaz de control social. La paradoja central de nuestro tiempo reside precisamente en esto: nunca hemos sido tan libres formalmente, y nunca hemos estado tan profundamente determinados por estructuras de poder que operan a través de nuestra propia agencia aparente.

El neoliberalismo, en este sentido, no debe entenderse simplemente como una doctrina económica, sino como una racionalidad política que transforma todos los ámbitos de la existencia humana en esferas de competencia y emprendimiento. Foucault analizó este fenómeno a través del ordoliberalismo alemán y la escuela de Chicago, mostrando cómo estas corrientes proponían una redefinición completa de la relación entre Estado y sociedad. Lo novedoso del neoliberalismo no es su rechazo a la intervención estatal (como suele creerse erróneamente), sino su particular forma de intervención: en lugar de regular directamente, el Estado neoliberal crea marcos institucionales que incentivan a los individuos a comportarse como empresas consigo mismos. El resultado es lo que Wendy Brown ha llamado “homo oeconomicus radicalizado”: un sujeto que internaliza completamente las lógicas del capital, convirtiendo cada aspecto de su vida (sus relaciones, su salud, su educación) en una oportunidad de inversión y un riesgo a gestionar.

Esta transformación en las tecnologías de gobierno tiene profundas implicaciones para la teoría política contemporánea. La democracia liberal, bajo el neoliberalismo, ya no funciona principalmente a través de la disciplina (como en la sociedad disciplinaria descrita por Foucault en Vigilar y Castigar), sino mediante lo que Byung-Chul Han ha denominado “la autoexplotación voluntaria”. Las aplicaciones de productividad, los tests de personalidad corporativos, los sistemas de crédito social y las plataformas de autooptimización son todos dispositivos gubernamentales neoliberales que nos hacen creer que somos libres mientras reproducemos exactamente las conductas que el sistema requiere. La gran innovación del neoliberalismo ha sido convertir la sumisión en un acto aparentemente autónomo, haciendo que los sujetos participen activamente en su propio gobierno. Este es el corazón de lo que Foucault llamó “gubernamentalidad”: el arte de conducir conductas sin necesidad de coerción directa.

La Psicopolítica Neoliberal: Poder a Través de la Libertad Subjetiva

La evolución de la gubernamentalidad neoliberal en el siglo XXI ha dado lugar a lo que Byung-Chul Han conceptualiza como “psicopolítica”: un régimen de poder que ya no reprime directamente a los sujetos, sino que explota su libertad psicológica para obtener un control más profundo y total. Mientras el biopoder actuaba sobre los cuerpos y la gubernamentalidad sobre las conductas, la psicopolítica opera en el nivel más íntimo de los deseos, las emociones y las disposiciones subjetivas. Las redes sociales constituyen el dispositivo psicopolítico por excelencia de nuestra época: algoritmos que no solo rastrean nuestro comportamiento, sino que moldean activamente nuestra atención, nuestras preferencias políticas y hasta nuestra identidad. La paradoja es evidente: nunca hemos tenido tantas herramientas para expresar nuestra individualidad, y nunca hemos estado tan estandarizados en nuestros gustos, opiniones y comportamientos.

La economía de la atención representa el campo de batalla central de esta nueva forma de poder. Plataformas como TikTok o Instagram no venden productos a sus usuarios, sino que venden a los usuarios mismos como productos a los anunciantes. Para lograrlo, han desarrollado sofisticados sistemas de modulación conductual que aprovechan los sesgos cognitivos humanos, creando burbujas de realidad personalizadas donde cada quien encuentra exactamente lo que quiere ver (y lo que refuerza sus prejuicios existentes). El resultado es una sociedad hiperindividualizada pero profundamente conformista, donde la ilusión de elección personal encubre una homogeneización sin precedentes de los imaginarios sociales. Lo más perturbador de esta dinámica es que opera a través de nuestra participación entusiasta: damos libremente nuestros datos, nuestros tiempos de atención y hasta nuestras relaciones afectivas al mecanismo psicopolítico, convencidos de que estamos ejerciendo nuestra libertad.

En el ámbito laboral, la psicopolítica adopta la forma de lo que Eva Illouz ha llamado “capitalismo emocional”. Las empresas ya no exigen solo la fuerza de trabajo de sus empleados, sino su compromiso emocional total. Los tests de personalidad, las dinámicas de team building y los discursos sobre “pasión” por el trabajo son técnicas para extraer no solo plusvalía material, sino plusvalía afectiva. El trabajador contemporáneo no solo vende su tiempo: vende su identidad, sus relaciones y su autoestima al proyecto corporativo. Las consecuencias psicológicas son evidentes en el auge global de los trastornos de ansiedad y depresión, que no son meras patologías individuales, sino síntomas estructurales de un régimen que convierte la subjetividad misma en recurso explotable. La gubernamentalidad neoliberal ha logrado así lo que ni los regímenes totalitarios del siglo XX consiguieron: que los sujetos vigilen y castiguen voluntariamente sus propias desviaciones de la norma productiva.

Educación y Gubernamentalidad: La Producción del Capital Humano

El sistema educativo contemporáneo constituye uno de los aparatos más eficaces de la gubernamentalidad neoliberal, encargado de producir desde la infancia el tipo de sujeto que el capitalismo tardío requiere: flexible, emprendedor y autorresponsable. La transformación de la educación en un sistema de producción de “capital humano” (término acuñado por los economistas neoliberales Theodore Schultz y Gary Becker) revela con claridad cómo el neoliberalismo no es simplemente una política económica, sino una antropología completa que redefine lo que significa ser humano. Los estudiantes ya no son formados como ciudadanos o como sujetos críticos, sino como futuras empresas de sí mismos, obligados a concebir su trayectoria vital como una cartera de inversiones que debe ser constantemente optimizada. La obsesión contemporánea con las “habilidades del siglo XXI”, los rankings universitarios y la empleabilidad inmediata son todos síntomas de esta colonización neoliberal de la educación.

La mercantilización del conocimiento alcanza su expresión más clara en el fenómeno de los MOOCs (cursos masivos abiertos en línea) y las plataformas de microcertificaciones. Estas tecnologías educativas, presentadas como herramientas de democratización, en realidad refuerzan la lógica del capital humano al fragmentar el aprendizaje en unidades discretas de “skills” comercializables, despojando a la educación de su dimensión crítica y comunitaria. El resultado es una formación permanente (lifelong learning) que no empodera a los sujetos, sino que los mantiene en estado de perpetua adaptación a las demandas fluctuantes del mercado. Lo que Foucault anticipó como “sociedad de control” encuentra en estas tecnologías educativas su realización más plena: ya no se disciplina a los individuos en instituciones cerradas, sino que se los entrena para auto-disciplinarse a lo largo de toda su vida laboral.

Las reformas educativas neoliberales en todo el mundo comparten un mismo núcleo: la transferencia de responsabilidad desde el Estado hacia el individuo. Los sistemas de vouchers, las escuelas charter y la financiación basada en resultados convierten a padres, maestros y estudiantes en gestores de su propio éxito o fracaso, ocultando las desigualdades estructurales tras un velo de meritocracia. La socióloga Margaret Thatcher sintetizó esta lógica cuando afirmó que “la sociedad no existe, solo existen individuos y familias”. El efecto político es profundo: al responsabilizar a cada sujeto de su posición social, el neoliberalismo neutraliza la posibilidad de solidaridad colectiva y acción política transformadora. La educación ya no forma ciudadanos capaces de imaginar alternativas al status quo, sino emprendedores adaptados a las exigencias del capital.

Resistencias a la Gubernamentalidad Neoliberal: Hacia una Política de lo Común

Frente a este panorama aparentemente totalizador, han emergido en las últimas décadas diversas formas de resistencia que buscan desmontar la gubernamentalidad neoliberal desde sus raíces. El movimiento feminista ha sido particularmente lúcido al denunciar cómo el neoliberalismo se apropia del lenguaje de la emancipación para intensificar la explotación. Autoras como Nancy Fraser y Silvia Federici han mostrado cómo la incorporación masiva de mujeres al mercado laboral (presentada como liberación) en realidad significó una doble jornada de trabajo, al no venir acompañada de una redistribución de las tareas de cuidado. Sus propuestas de “huelga feminista” y “salario por trabajo doméstico” apuntan a develar y desafiar la forma en que el neoliberalismo instrumentaliza las luchas sociales para profundizar la mercantilización de la vida.

Las economías colaborativas y los comunes urbanos representan otra línea de fuga frente a la gubernamentalidad neoliberal. Frente a la privatización de todos los aspectos de la vida, proyectos como las cooperativas integrales en Cataluña o los sistemas comunitarios de agua en Bolivia construyen espacios donde la producción y distribución de bienes esenciales se organizan según lógicas no mercantiles. Estos experimentos concretan lo que el teórico político Pierre Dardot y el filósofo Christian Laval han llamado “el común”: no un recurso a administrar, sino una práctica social de autogobierno que desafía la dicotomía Estado/mercado. La pandemia de COVID-19, con su explosión de redes mutualistas de ayuda, demostró el potencial transformador de estas prácticas cuando logran escalarse.

En el campo educativo, las pedagogías críticas (desde Paulo Freire hasta las corrientes descoloniales actuales) insisten en recuperar la educación como espacio de formación política y no solo de adiestramiento laboral. Experiencias como las universidades populares en América Latina o las escuelas autónomas zapatistas en Chiapas muestran que es posible construir alternativas concretas al modelo neoliberal de capital humano. Estas iniciativas, aunque marginales, son laboratorios esenciales para imaginar una sociedad posneoliberal.

Finalmente, las luchas por la renta básica universal representan quizás el desafío más directo a la gubernamentalidad neoliberal, al desvincular la supervivencia material de la obligación de venderse como fuerza de trabajo. Como ha argumentado el filósofo belga Philippe Van Parijs, la renta básica no es solo una política económica, sino un dispositivo para reconquistar autonomía real frente al mercado. Junto con la reducción de la jornada laboral y la socialización de los cuidados, estas propuestas apuntan a desmontar el régimen neoliberal desde su base material, creando las condiciones para una verdadera libertad política más allá del homo oeconomicus.

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