El Desarrollo del Positivismo en México: Expansión, Críticas y Decadencia

Publicado el 8 mayo, 2025 por Rodrigo Ricardo

La Consolidación del Positivismo en la Educación Mexicana

El positivismo no solo se implantó en México como una corriente filosófica abstracta, sino que se materializó en reformas concretas, especialmente en el ámbito educativo. Durante las últimas décadas del siglo XIX, el gobierno porfirista, influenciado por las ideas de Gabino Barreda y sus seguidores, implementó un modelo de enseñanza basado en la ciencia y el método empírico, desplazando gradualmente el enfoque religioso que había dominado la educación durante la época colonial. La Escuela Nacional Preparatoria (ENP), fundada en 1867, se convirtió en el principal centro de difusión del positivismo, formando a las futuras élites políticas, científicas e intelectuales del país. El plan de estudios de la ENP estaba estructurado en torno a las disciplinas científicas, siguiendo la clasificación comtiana, que priorizaba las matemáticas, la física, la química y la biología antes de abordar las ciencias sociales.

Esta transformación educativa no estuvo exenta de resistencias. Los sectores conservadores, en particular la Iglesia Católica, veían con preocupación cómo el Estado secularizaba la enseñanza y eliminaba los contenidos religiosos de los programas académicos. Sin embargo, los positivistas argumentaban que solo a través de la ciencia México podría superar el atraso y alcanzar el progreso material. Justo Sierra, uno de los principales herederos intelectuales de Barreda, amplió este proyecto al promover la creación de la Universidad Nacional de México en 1910, que buscaba integrar la educación superior bajo un mismo modelo científico. Aunque el positivismo educativo logró avances significativos en la formación de profesionales técnicos y científicos, también fue criticado por su rigidez y por excluir disciplinas humanísticas, lo que generó un debate sobre la necesidad de un enfoque más integral en la enseñanza.

Además de su impacto en la educación superior, el positivismo influyó en la enseñanza primaria y secundaria, donde se promovió la idea de que el conocimiento debía ser práctico y útil para la sociedad. Los libros de texto de la época enfatizaban el estudio de las ciencias naturales y la geografía, con el objetivo de formar ciudadanos que contribuyeran al desarrollo económico del país. Sin embargo, este modelo también reflejaba las desigualdades del sistema porfirista, ya que la educación rural seguía siendo precaria y muchos sectores de la población quedaban excluidos de los beneficios de la modernización. A pesar de estas limitaciones, el legado del positivismo en la educación mexicana sentó las bases para futuras reformas y dejó una huella duradera en la estructura académica del país.

El Positivismo en la Política y la Administración Pública

El positivismo no solo transformó la educación en México, sino que también se convirtió en la ideología dominante dentro del gobierno porfirista, influyendo en la administración pública, la economía y las políticas de Estado. Bajo el lema “Orden y Progreso”, Porfirio Díaz y sus colaboradores aplicaron principios positivistas para centralizar el poder, modernizar la infraestructura y atraer inversión extranjera. Los llamados “científicos”, un grupo de intelectuales y políticos cercanos a Díaz, creían que el país necesitaba un gobierno fuerte y tecnocrático que guiara a México hacia la modernidad, incluso si eso implicaba restringir las libertades políticas.

José Yves Limantour, secretario de Hacienda durante el Porfiriato, fue uno de los principales exponentes de esta visión tecnocrática. Bajo su dirección, se implementaron políticas económicas basadas en el liberalismo positivista, como la estabilización monetaria, la expansión del ferrocarril y el fomento a la industria. Estas medidas lograron un crecimiento económico notable, pero también profundizaron las desigualdades sociales, ya que los beneficios se concentraron en una pequeña élite mientras que la mayoría de la población, especialmente los campesinos y los trabajadores urbanos, vivía en condiciones de pobreza. El régimen porfirista justificaba estas desigualdades bajo el argumento de que el progreso material era prioritario y que, eventualmente, todos los mexicanos se beneficiarían del desarrollo económico.

Sin embargo, esta visión fue cuestionada por movimientos opositores que veían en el positivismo una ideología al servicio de los intereses de las élites. A finales del siglo XIX y principios del XX, surgieron voces críticas que denunciaban el autoritarismo del régimen y la falta de democracia. Aunque los positivistas mexicanos habían adoptado algunas ideas liberales, su enfoque terminó siendo utilizado para legitimar un sistema político excluyente y centralizado. Cuando estalló la Revolución Mexicana en 1910, el positivismo fue uno de los blancos de las críticas de los revolucionarios, quienes lo asociaban con la opresión y el elitismo del Porfiriato. A pesar de su caída en desgracia, muchas de las instituciones y políticas creadas bajo su influencia continuaron existiendo en el México posrevolucionario, aunque adaptadas a un nuevo contexto ideológico.

Las Críticas al Positivismo y el Surgimiento de Alternativas Filosóficas

A medida que el siglo XX avanzaba, el positivismo comenzó a perder influencia en México frente al surgimiento de nuevas corrientes de pensamiento que cuestionaban sus fundamentos. Uno de los movimientos más importantes en este sentido fue el Ateneo de la Juventud, un grupo de intelectuales liderados por figuras como Antonio Caso, José Vasconcelos y Alfonso Reyes, quienes rechazaban el determinismo científico del positivismo y abogaban por una visión más humanista del conocimiento. Estos pensadores argumentaban que la ciencia no podía explicar todos los aspectos de la vida humana y que disciplinas como la filosofía, el arte y la literatura eran igualmente importantes para entender la realidad.

José Vasconcelos, en particular, se convirtió en uno de los críticos más feroces del positivismo desde su puesto como secretario de Educación Pública después de la Revolución. Bajo su dirección, se impulsó un modelo educativo que integraba las humanidades y promovía la cultura como herramienta de transformación social, en contraste con el enfoque técnico y cientificista del porfiriato. Vasconcelos creía que México necesitaba una educación que valorara su identidad mestiza y su herencia cultural, en lugar de imitar ciegamente los modelos europeos. Aunque su proyecto no abandonó por completo la ciencia, sí representó un alejamiento del positivismo y una revalorización de lo espiritual y lo intuitivo en el pensamiento mexicano.

Otra crítica importante al positivismo vino de corrientes marxistas y socialistas, que lo acusaban de ser una ideología burguesa que justificaba la explotación económica. Pensadores como Vicente Lombardo Toledano argumentaban que el progreso no podía alcanzarse solo mediante la ciencia y el orden, sino que requería una transformación radical de las estructuras sociales. Estas críticas, sumadas al desprestigio del Porfiriato, llevaron a que el positivismo perdiera relevancia en el México posrevolucionario, aunque algunos de sus elementos sobrevivieron en la tecnocracia y el énfasis en la planeación económica que caracterizó a varios gobiernos del siglo XX.

El Legado del Positivismo en el México Contemporáneo

A pesar de su decadencia como corriente filosófica dominante, el positivismo dejó un legado duradero en México, visible en instituciones, prácticas políticas y enfoques educativos que persisten hasta hoy. La importancia que el país concede a la ciencia y la tecnología, así como la creencia en el progreso a través de la educación, son herencias directas de esta corriente. Sin embargo, también dejó lecciones sobre los límites de un enfoque excesivamente tecnocrático y autoritario, que prioriza el orden sobre la justicia social.

En el ámbito académico, aunque el modelo educativo ya no es estrictamente positivista, la influencia de esta corriente se refleja en la estructura de las universidades y en la valoración de las carreras científicas y técnicas. Por otro lado, en la política, el debate entre tecnócratas y humanistas sigue vigente, mostrando que las tensiones que surgieron durante el Porfiriato aún resuenan en el México actual. En última instancia, la historia del positivismo en México es un recordatorio de cómo las ideas filosóficas pueden transformar una sociedad, pero también de los riesgos de convertirlas en dogmas incuestionables.

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