El Impacto Económico del Populismo: Crecimiento, Desigualdad y Crisis Estructurales

Publicado el 14 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: La Paradoja Económica del Populismo

El populismo en el poder genera una particular paradoja económica: mientras promete mejorar las condiciones materiales de las mayorías, con frecuencia termina produciendo resultados contrarios a los declarados, especialmente en el mediano y largo plazo. Esta contradicción surge de la tensión entre las promesas redistributivas inmediatas que caracterizan el discurso populista y las realidades macroeconómicas que requieren disciplina fiscal, inversión productiva y políticas sostenibles. El caso venezolano es quizás el ejemplo más extremo: Hugo Chávez llegó al poder en 1999 prometiendo eliminar la pobreza mediante la redistribución de la renta petrolera, pero dos décadas después, bajo el gobierno de Nicolás Maduro, el país experimentaba la peor crisis económica de su historia con una contracción del PIB superior al 80% y tasas de hiperinflación que superaron el 1,000,000% anual. Sin embargo, Venezuela no es una excepción aislada; experiencias similares pueden rastrearse en Argentina con el peronismo, en Turquía con Recep Tayyip Erdoğan, o incluso en países desarrollados como Grecia durante la crisis del euro. Lo que estos casos comparten es un patrón recurrente: políticas económicas basadas en el cortoplacismo político, el clientelismo y el desprecio por las restricciones presupuestarias, que inicialmente pueden generar crecimiento artificial pero terminan en crisis profundas.

Esta dinámica destructiva se explica por lo que los economistas Dornbusch y Edwards denominaron el “ciclo económico populista” en su estudio clásico sobre América Latina. Según este modelo, los gobiernos populistas suelen comenzar con una fase expansiva donde aumentan masivamente el gasto público mediante subsidios, aumentos salariales y nacionalizaciones, financiados frecuentemente con deuda o recursos naturales. Esta fase genera una ilusión de prosperidad y altos niveles de aprobación popular, como ocurrió en Argentina durante los primeros años de los gobiernos kirchneristas (2003-2011) o en Brasil bajo Lula da Silva. Sin embargo, al ignorar los límites macroeconómicos -déficit fiscal, inflación, restricciones externas- estos modelos inevitablemente chocan con la realidad, dando paso a una fase de crisis caracterizada por escasez, fuga de capitales y pérdida de valor de la moneda. La tercera fase, según Dornbusch y Edwards, consiste en ajustes draconianos y pérdida masiva de ingresos para los mismos sectores que el populismo pretendía beneficiar. Este patrón se ha repetido con variaciones en docenas de países, sugiriendo que más allá de las diferencias ideológicas, el populismo económico contiene fallas estructurales que lo hacen insostenible.

Populismo de Izquierda vs. Populismo de Derecha: Diferencias y Semejanzas Económicas

Aunque comparten rasgos fundamentales, los populismos de izquierda y derecha presentan diferencias significativas en sus políticas económicas, especialmente en lo referente al papel del Estado y la distribución de la riqueza. Los populismos de izquierda, como los de Hugo Chávez en Venezuela, Evo Morales en Bolivia o Alexis Tsipras en Grecia, han tendido a implementar políticas económicas heterodoxas con fuerte intervención estatal: controles de precios y cambios, nacionalizaciones de sectores estratégicos, expansión masiva del gasto social y aumento de salarios mínimos por decreto. Estos modelos suelen justificarse como necesarios para corregir desigualdades históricas y “recuperar la soberanía económica” frente a poderes extranjeros. Sin embargo, como muestra la experiencia venezolana, cuando estas políticas se aplican de forma extremista y sin considerar equilibrios macroeconómicos básicos, terminan generando escasez, inflación galopante y fuga de capitales. Datos del FMI indican que los países con gobiernos populistas de izquierda en América Latina han tenido en promedio tasas de inflación tres veces superiores a sus vecinos con gobiernos más ortodoxos.

Por contraste, los populismos de derecha -como los de Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil o Viktor Orbán en Hungría- suelen combinar retórica anti-establishment con políticas económicas más convencionales e incluso neoliberales en algunos aspectos. Orbán, por ejemplo, ha implementado impuestos planos y reducido beneficios sociales mientras mantiene un discurso nacionalista anti-UE. Bolsonaro prometió en su campaña reducir el tamaño del Estado aunque en la práctica aumentó el gasto público para mantener su base de apoyo. Trump, por su parte, combinó recortes fiscales para las corporaciones con aranceles proteccionistas y subsidios agrícolas, generando un aumento récord en el déficit presupuestario estadounidense. Lo que une a ambos tipos de populismo es el cortoplacismo en la toma de decisiones económicas, el favoritismo hacia grupos aliados y la tendencia a ignorar advertencias técnicas cuando contradicen objetivos políticos inmediatos. Un estudio del Banco Mundial sobre 50 casos de gobiernos populistas encontró que, independientemente de su orientación ideológica, el 78% terminó su mandato con mayores niveles de deuda pública que cuando comenzó, y el 62% experimentó crisis cambiarias o financieras.

El Costo Oculto del Populismo: Instituciones, Inversión y Crecimiento a Largo Plazo

Más allá de los desequilibrios macroeconómicos visibles -inflación, déficit, deuda- el populismo genera daños estructurales menos evidentes pero igualmente graves para el desarrollo económico de los países. Uno de los más significativos es el deterioro institucional: al debilitar sistemáticamente los organismos de control, la independencia judicial y los bancos centrales, los gobiernos populistas erosionan las reglas de juego que dan seguridad a los inversores y estabilidad a los mercados. Argentina ofrece un caso paradigmático: según el Indicador de Calidad Institucional de la Fundación Libertad y Progreso, el país cayó del puesto 75 al 149 en protección de derechos de propiedad entre 2003 y 2019, período dominado por el kirchnerismo. Esta erosión institucional explica en parte por qué, a pesar de su potencial económico, Argentina ha recibido menos inversión extranjera directa que Chile o Uruguay, países con similares ventajas comparativas pero mayor estabilidad normativa. Datos del Banco Mundial muestran que los flujos de IED hacia países con gobiernos populistas son en promedio un 40% menores que hacia economías comparables con gobiernos no populistas.

Otro costo oculto del populismo es su impacto negativo sobre la productividad y la innovación. Al priorizar el consumo sobre la inversión, el clientelismo sobre el mérito y la lealtad política sobre la competencia técnica, estos regímenes desincentivan las conductas que generan crecimiento sostenible. Brasil bajo el PT (Partido de los Trabajadores) aumentó significativamente el acceso a la educación universitaria pero descuidó la calidad de la enseñanza básica, dejando al país mal posicionado en rankings internacionales como PISA. Turquía, durante la década dorada de Erdoğan (2003-2013), creció rápidamente gracias al crédito barato y la construcción, pero no logró desarrollar sectores de alto valor agregado, haciéndola vulnerable cuando cambiaron las condiciones financieras globales. El Índice Global de Innovación muestra que de 30 países que tuvieron gobiernos populistas entre 2000-2020, 23 experimentaron caídas en sus puntuaciones, especialmente en indicadores como cooperación universidad-industria, sofisticación del mercado financiero y protección de patentes. Estos datos sugieren que el populismo, al despreciar el conocimiento experto y politizar las decisiones técnicas, socava precisamente los factores que permiten a las economías avanzar en la cadena de valor.

Articulos relacionados