El Monoteísmo Abrahamico: Fundamentos y Evolución en las Tres Religiones

Publicado el 9 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Los Orígenes del Monoteísmo en la Figura de Abraham

La figura de Abraham marca un punto de inflexión crucial en la historia religiosa de la humanidad al introducir un concepto revolucionario: la creencia en un único Dios universal. En el contexto del antiguo Cercano Oriente, donde predominaban el politeísmo y el culto a deidades locales vinculadas a fuerzas naturales, la postura de Abraham representa una ruptura radical con los paradigmas religiosos de su época. El libro del Génesis presenta a Abraham como alguien que recibe un llamado directo del Dios único para abandonar su tierra natal y sus dioses familiares (Josué 24:2), estableciendo así un nuevo tipo de relación entre lo divino y lo humano. Este momento fundacional no solo sienta las bases para el judaísmo, sino que también prepara el terreno para el desarrollo posterior del cristianismo y el islam, religiones que se reconocen como herederas de esta tradición abrahámica. La singularidad del monoteísmo abrahámico radica precisamente en su carácter exclusivista – la negación de la existencia de otros dioses – y en su dimensión ética, donde la fe se vincula indisolublemente con principios morales universales.

El análisis histórico-crítico de los textos bíblicos revela que el monoteísmo estricto probablemente se desarrolló de manera progresiva en Israel, alcanzando su formulación más clara en el período exílico (siglo VI a.C.). Sin embargo, la tradición atribuye a Abraham la intuición primordial de esta verdad teológica, presentándolo como prototipo del creyente que reconoce al Creador más allá de las manifestaciones cósmicas. Los relatos sobre su confrontación con los ídolos en la literatura rabínica y coránica (particularmente en la Sura 21:51-70) enfatizan este aspecto, mostrando a Abraham como el primer crítico consciente de la idolatría. Esta dimensión polémica del monoteísmo abrahámico – su rechazo activo de las falsas divinidades – constituye uno de sus rasgos distintivos frente a otras formas de monolatría o henoteísmo presentes en el antiguo Oriente. La insistencia en la trascendencia absoluta de Dios, su invisibilidad y su soberanía sobre toda la creación, son características que se mantendrán como núcleo fundamental en las tres religiones abrahámicas, aunque con desarrollos teológicos particulares en cada tradición.

El Monoteísmo en el Judaísmo: La Alianza y la Ley

En la tradición judía, el monoteísmo abrahámico alcanza su formulación clásica con la revelación en el Sinaí y la entrega de la Torá. El Shemá Israel (“Escucha Israel, el Señor es nuestro Dios, el Señor es Uno”, Deuteronomio 6:4) se convierte en la profesión de fe fundamental que sintetiza esta concepción de la divinidad. Sin embargo, el monoteísmo judío no es simplemente una afirmación metafísica sobre la naturaleza de Dios, sino que implica un sistema completo de vida regulado por la halajá (ley religiosa). La circuncisión, instituida como señal del pacto con Abraham (Génesis 17), simboliza esta unión indisoluble entre creencia teológica y práctica concreta. Los profetas bíblicos, especialmente Isaías (capítulos 40-55), desarrollarán posteriormente la dimensión universalista del monoteísmo abrahámico, presentando al Dios de Israel como soberano de todas las naciones, aunque manteniendo un vínculo especial con el pueblo elegido. Esta tensión entre particularismo y universalismo marcará profundamente la evolución del pensamiento judío sobre la naturaleza de la fe en un único Dios.

El judaísmo rabínico, surgido después de la destrucción del Segundo Templo (70 d.C.), elaboró sofisticadas reflexiones sobre el monoteísmo que buscaban preservar la trascendencia divina mientras explicaban su acción en el mundo. Conceptos como la Shejiná (presencia divina) o el Memrá (palabra divina) en la literatura targúmica permitieron mantener la absoluta unicidad de Dios (como enfatiza Maimónides en sus 13 principios de fe) sin neger su inmanencia. La cábala medieval desarrollaría posteriormente la teoría de las sefirot, intentando comprender cómo el Ein Sof (el Infinito) puede relacionarse con la creación finita. Estas elaboraciones muestran cómo el núcleo abrahámico del monoteísmo judío fue enriqueciéndose a través de los siglos, respondiendo a desafíos filosóficos e históricos, pero siempre manteniendo su esencia: la fe en un Dios único, creador y legislador, que estableció una alianza eterna con su pueblo.

El Monoteísmo en el Cristianismo: La Encarnación y la Trinidad

El cristianismo introduce una reformulación radical del monoteísmo abrahámico a través del dogma de la Trinidad, que afirma la unidad de Dios en tres personas (Padre, Hijo y Espíritu Santo). Esta evolución teológica, que surge de la experiencia pascual de los primeros cristianos, plantea un desafío conceptual único: cómo mantener la herencia monoteísta estricta del judaísmo mientras se afirma la divinidad de Jesucristo. Los escritos del Nuevo Testamento, particularmente el prólogo del Evangelio de Juan (“En el principio era el Verbo…”), presentan a Jesús como el Logos divino, mediador de la creación y revelación plena del Padre. Los concilios ecuménicos de los primeros siglos (Nicea 325, Constantinopla 381) elaboraron una formulación trinitaria que buscaba preservar tanto la unidad de Dios como la distinción de personas, desarrollando así una comprensión del monoteísmo que incorporaba la encarnación como su momento culminante.

Esta reconfiguración del monoteísmo abrahámico generó tensiones tanto con el judaísmo rabínico como con el islam naciente, que acusarían al cristianismo de haber abandonado el estricto unitarismo de Abraham. Los Padres de la Iglesia respondieron a estas críticas argumentando que la Trinidad no contradice sino que perfecciona la comprensión de la unidad divina, revelando su riqueza interior. San Agustín, en su “De Trinitate”, compara la naturaleza trinitaria de Dios con facultades humanas como la memoria, el entendimiento y la voluntad, mostrando cómo puede haber pluralidad en la unidad. Para el cristianismo, el monoteísmo trinitario no diluye sino que profundiza el legado abrahámico, presentando a Dios como amor (1 Juan 4:8) cuya misma esencia es relacional. Esta perspectiva influiría enormemente en el desarrollo de la filosofía occidental, especialmente en conceptos como persona y relación, que encuentran aquí su fundamento teológico.

El Monoteísmo en el Islam: El Rigor Unitario

El islam representa quizás la expresión más rigurosa y depurada del monoteísmo abrahámico. La declaración “No hay más dios que Alá” (La ilaha illa Allah) constituye el primer pilar de la fe musulmana y refleja una concepción absoluta de la unicidad divina (tawhid). El Corán presenta a Abraham (Ibrahim) como hanif, término que designa al monoteísta puro que rechaza toda forma de idolatría (Sura 3:67). La crítica islámica a la Trinidad cristiana y a ciertas interpretaciones judías de los atributos divinos muestra el esfuerzo por preservar una noción de Dios absolutamente trascendente, sin asociados ni intermediarios. La teología islámica clásica (ilm al-kalam) desarrolló sofisticados argumentos para defender este monoteísmo estricto, negando cualquier atributo que pudiera comprometer la simplicidad divina. Escuelas como la mu’tazilí llevaron este rigor al extremo, negando incluso los atributos eternos de Dios para preservar su unidad absoluta.

El tawhid islámico se manifiesta no solo en la doctrina sino en toda la práctica religiosa. La oración (salat), el rechazo de imágenes en el culto, y la arquitectura de las mezquitas centrada en la vacuidad (que señala la invisibilidad de Dios), son expresiones concretas de este monoteísmo radical. La shahada (testimonio de fe) resume esta visión: “No hay más dios que Alá y Mahoma es su mensajero”, estableciendo la unicidad divina como principio primero y último. Para el islam, Abraham es el modelo perfecto de esta sumisión (islam) al Dios único, y su reconstrucción de la Kaaba (considerada originalmente edificada por Adán) simboliza la restauración del culto monoteísta primigenio. Esta conexión con Abraham permite al islam presentarse como el restaurador del monoteísmo puro, libre de las adulteraciones que, según su perspectiva, afectaron a judíos y cristianos.

Diálogo y Tensión entre las Tres Tradiciones Monoteístas

Las tres religiones abrahámicas han mantenido a lo largo de los siglos una relación compleja, marcada tanto por el diálogo fecundo como por la controversia y el conflicto. Durante la Edad Media, filósofos judíos como Maimónides, cristianos como Tomás de Aquino y musulmanes como Avicena, participaron en un intercambio intelectual que enriqueció mutuamente sus tradiciones teológicas. La España medieval (Al-Ándalus) fue particularmente significativa como espacio de este encuentro, donde traductores de las tres religiones colaboraron en la preservación y desarrollo del pensamiento clásico. Sin embargo, estas interacciones no estuvieron exentas de tensiones, derivadas precisamente de las diferentes comprensiones del legado monoteísta de Abraham. Las disputas religiosas (como la de Barcelona en 1263) mostraban cómo un mismo núcleo abrahámico podía generar interpretaciones radicalmente divergentes.

En la época contemporánea, el diálogo interreligioso ha buscado superar estos conflictos históricos, encontrando en la figura de Abraham un símbolo de unidad. Iniciativas como el “Encuentro de Oración por la Paz” convocado por Juan Pablo II en Asís (1986) han destacado los valores comunes derivados del monoteísmo abrahámico: la dignidad humana, la justicia social, la compasión hacia los necesitados. Sin embargo, permanecen desafíos teológicos profundos, particularmente en torno a la naturaleza de Dios y su revelación. El monoteísmo trinitario cristiano sigue siendo visto por musulmanes y muchos judíos como una desviación del unitarismo original de Abraham, mientras que para los cristianos representa su cumplimiento. Estas diferencias, lejos de ser meramente académicas, tienen implicaciones prácticas en la configuración de sociedades plurales donde las tres tradiciones coexisten. El estudio comparado del monoteísmo abrahámico revela así tanto su potencial unificador como las tensiones irreductibles que genera, mostrando la complejidad de este legado milenario en el mundo globalizado.

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