El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba: Fundamentos de la Independencia Mexicana

Publicado el 5 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Plan de Iguala, proclamado el 24 de febrero de 1821, y los Tratados de Córdoba, firmados el 24 de agosto del mismo año, representan dos documentos fundamentales en la consumación de la independencia de México. Estos textos no solo marcaron el fin de más de una década de lucha insurgente, sino que también establecieron las bases políticas y sociales sobre las que se construiría el nuevo Estado mexicano.

El contexto histórico en el que surgieron estos documentos estuvo marcado por el agotamiento de la guerra, las tensiones entre las élites novohispanas y la corona española, así como por el vacío de poder generado tras la Revolución Liberal en España. Agustín de Iturbide, un militar criollo que había combatido a los insurgentes, emergió como una figura clave al articular una propuesta que buscaba conciliar los intereses de diversos grupos, incluyendo a los realistas, los insurgentes moderados y la Iglesia católica.

El Plan de Iguala se distinguió por su enfoque conciliador, basado en tres garantías principales: la independencia de México, la preservación de la religión católica como única permitida y la unión entre españoles y americanos. Estas garantías buscaban evitar un conflicto racial y religioso, al tiempo que ofrecían estabilidad política. Iturbide logró atraer a figuras como Vicente Guerrero, líder insurgente, lo que permitió unir fuerzas antes enfrentadas.

La redacción del plan reflejaba un cuidadoso equilibrio entre las demandas de autonomía y el temor a un cambio radical, lo que explica su aceptación entre amplios sectores de la sociedad novohispana. Además, el documento establecía una monarquía constitucional como forma de gobierno, ideal que buscaba legitimar el proceso independentista ante Europa, particularmente ante España, que aún mantenía pretensiones de control sobre sus colonias.

Los Tratados de Córdoba: La Consolidación Diplomática de la Independencia

Mientras el Plan de Iguala sentó las bases ideológicas y políticas de la independencia, los Tratados de Córdoba representaron su reconocimiento formal por parte de las autoridades españolas. Firmados entre Agustín de Iturbide y Juan O’Donojú, último jefe político superior de Nueva España, estos tratados ratificaron los principios del Plan de Iguala y establecieron el mecanismo para la transición hacia un gobierno independiente.

O’Donojú, consciente de la debilidad militar española y del creciente apoyo al movimiento iturbidista, optó por negociar en lugar de prolongar un conflicto que parecía inevitable. Los tratados reconocían a México como una nación soberana y establecían que, en ausencia de un monarca español, el país podría elegir su propio gobernante, lo que abrió el camino para la coronación de Iturbide como emperador.

Sin embargo, los Tratados de Córdoba no estuvieron exentos de controversia. Aunque fueron celebrados por muchos como el fin definitivo del dominio colonial, la corona española los rechazó, argumentando que O’Donojú no tenía facultades para reconocer la independencia. Este rechazo generó incertidumbre sobre la viabilidad del nuevo régimen y exacerbó las tensiones entre los partidarios de Iturbide y quienes preferían una república en lugar de una monarquía.

A pesar de ello, los tratados cumplieron su función inmediata: consolidar el apoyo militar y político necesario para asegurar la independencia. La firma de este documento también reflejó la habilidad de Iturbide para maniobrar en un escenario complejo, donde la diplomacia resultó tan crucial como las armas.

Legado y Significado Histórico del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba

El impacto del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba trascendió el momento de su creación, influyendo en la configuración política y social de México durante las décadas siguientes. Aunque el Primer Imperio Mexicano fue efímero, estos documentos sentaron un precedente al demostrar que la independencia podía lograrse mediante la negociación y el consenso, en contraste con los años de violencia insurgente. Además, el énfasis en la unión y la religión católica reflejaba los valores predominantes en la sociedad novohispana, aunque también limitaba el alcance de las reformas liberales que surgirían más adelante.

No obstante, el legado de estos documentos también incluyó contradicciones. Mientras el Plan de Iguala prometía igualdad entre españoles y americanos, las estructuras sociales y económicas coloniales persistieron, beneficiando a las élites criollas en detrimento de los grupos indígenas y mestizos. Asimismo, la dependencia de una monarquía resultó insostenible en un contexto donde las ideas republicanas ganaban fuerza.

A pesar de estas limitaciones, el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba representaron un esfuerzo por construir un proyecto nacional inclusivo, aunque imperfecto, que marcó el inicio de México como nación independiente. Su estudio sigue siendo esencial para comprender los desafíos y contradicciones que acompañaron el nacimiento del Estado mexicano.

La Influencia del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba en la Identidad Nacional Mexicana

El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba no solo fueron instrumentos políticos que pusieron fin al dominio español, sino que también contribuyeron a forjar una identidad nacional mexicana en formación. Durante el período colonial, la sociedad novohispana estaba profundamente dividida por cuestiones raciales, económicas y geográficas, con tensiones entre criollos, peninsulares, indígenas, mestizos y castas. Sin embargo, la propuesta de Iturbide de unir a todos estos grupos bajo las “Tres Garantías” —Independencia, Religión y Unión— buscaba superar estas divisiones y crear un sentido de pertenencia común.

Aunque este ideal de unidad era en parte una estrategia política para ganar apoyo, también reflejaba un incipiente nacionalismo criollo que ya había comenzado a manifestarse en consignas como la de Miguel Hidalgo y José María Morelos. La idea de que México debía ser una nación soberana, libre de la influencia española pero conservando sus tradiciones católicas y jerárquicas, caló hondo en amplios sectores de la población, desde las élites urbanas hasta las comunidades rurales.

No obstante, esta identidad en construcción era ambivalente. Por un lado, el Plan de Iguala promovía la igualdad entre españoles y americanos, lo que en teoría eliminaba las distinciones legales entre criollos y peninsulares. Por otro, mantenía intactas las estructuras sociales coloniales, lo que significaba que indígenas y mestizos seguían ocupando una posición subordinada.

Además, la insistencia en mantener el catolicismo como religión única excluía cualquier posibilidad de pluralismo religioso, reflejando una visión conservadora de la nación. A pesar de estas limitaciones, el llamado a la unión bajo una bandera común —la bandera tricolor del Ejército Trigarante— tuvo un poderoso efecto simbólico. Por primera vez, distintos grupos sociales podían verse como parte de un mismo proyecto político, aunque las contradicciones de este proyecto pronto se harían evidentes.

Las Repercusiones Internacionales del Reconocimiento de la Independencia

La consumación de la independencia de México no fue un evento aislado, sino que ocurrió en un contexto global marcado por las revoluciones atlánticas, el declive del imperio español y el ascenso de nuevas potencias como Estados Unidos y Gran Bretaña. El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba fueron observados con interés por otras naciones, especialmente aquellas que buscaban debilitar el dominio colonial español en América.

Sin embargo, el reconocimiento internacional de México no fue inmediato. España, aunque debilitada, se negó a aceptar la validez de los Tratados de Córdoba, lo que generó incertidumbre sobre la viabilidad del nuevo Estado. No fue hasta 1836, tras una larga serie de negociaciones y conflictos, que España finalmente reconoció la independencia de México.

Mientras tanto, otras potencias como Gran Bretaña y Estados Unidos vieron en México un potencial aliado comercial y estratégico. Los británicos, en particular, estaban interesados en mantener buenas relaciones con las nuevas repúblicas hispanoamericanas para asegurar mercados para sus productos. Por su parte, Estados Unidos, que había promulgado la Doctrina Monroe en 1823, veía con simpatía la independencia de México, aunque también comenzaba a manifestar sus propias ambiciones expansionistas hacia territorios mexicanos.

La falta de un reconocimiento inmediato por parte de España también tuvo consecuencias internas, ya que alimentó divisiones entre los mexicanos sobre cómo consolidar la independencia y qué forma de gobierno adoptar. Algunos abogaban por mantener una monarquía moderada, como lo establecía el Plan de Iguala, mientras que otros, influenciados por el liberalismo, insistían en establecer una república.

El Fin del Primer Imperio y la Transición hacia la República

Aunque el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba lograron consolidar la independencia, el régimen que surgió de ellos —el Primer Imperio Mexicano— fue efímero. Agustín de Iturbide, proclamado emperador en 1822, pronto enfrentó una fuerte oposición por parte de sectores que veían su gobierno como autoritario y alejado de los ideales de justicia e igualdad que habían inspirado la lucha independentista.

La crisis económica, agravada por los gastos militares y la falta de reconocimiento internacional, debilitó aún más su posición. Además, las tensiones entre centralistas y federalistas, así como entre partidarios de la monarquía y defensores de la república, hicieron insostenible el proyecto iturbidista.

En 1823, Iturbide fue obligado a abdicar, y México se encaminó hacia la formación de una república federal. Aunque el Imperio había fracasado, los principios establecidos en el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba siguieron influyendo en el debate político posterior. La Constitución de 1824, por ejemplo, mantuvo el catolicismo como religión oficial, reflejando una de las Tres Garantías, pero adoptó un sistema republicano en lugar del modelo monárquico propuesto originalmente.

Este período de transición demostró que, aunque la independencia había sido alcanzada, la definición del proyecto nacional seguía siendo un proceso conflictivo y en constante evolución. Las tensiones entre conservadores y liberales, centralistas y federalistas, seguirían marcando la política mexicana durante décadas, pero todo ello tenía sus raíces en los acuerdos y contradicciones que surgieron en 1821.

Reflexiones Finales sobre el Significado Histórico de estos Documentos

El Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba representan un momento fundacional en la historia de México, pero también son documentos que reflejan las complejidades y contradicciones de su tiempo. Por un lado, fueron instrumentos pragmáticos que permitieron terminar una guerra prolongada y evitar una ruptura violenta con el pasado colonial.

Por otro, su enfoque conciliador dejó pendientes muchas de las demandas sociales y económicas que habían motivado a los sectores más radicales de la insurgencia. La independencia se logró, pero el México que emergió en 1821 distaba mucho de ser una nación igualitaria o democrática.

Sin embargo, su legado perdura. El ideal de unidad nacional, aunque imperfecto, sentó las bases para la construcción de una identidad mexicana. La bandera trigarante, con sus colores verde, blanco y rojo, se convirtió en un símbolo perdurable de la nación. Y aunque el Primer Imperio fracasó, la experiencia de esos años ayudó a definir los grandes debates que moldearían el siglo XIX mexicano: ¿debía México ser una república o una monarquía? ¿Un país centralizado o federal? ¿Una nación católica o laica? Estas preguntas, que surgieron a raíz del Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba, siguieron siendo relevantes mucho después de que Iturbide dejara el poder.

En última instancia, estos documentos no solo marcaron el fin de una era, sino también el comienzo de un largo y turbulento proceso de construcción nacional. Su estudio nos recuerda que la independencia no fue un punto final, sino el inicio de un camino lleno de desafíos, logros y retrocesos que continúan dando forma a México hasta el día de hoy.

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