El Sistema Esquelético: Soporte, Movimiento y Protección

Publicado el 20 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción al Sistema Esquelético

El sistema esquelético humano es una estructura dinámica compuesta por 206 huesos en el adulto (270 al nacer que se fusionan durante el desarrollo), junto con cartílagos, ligamentos y otros tejidos conectivos especializados que trabajan coordinadamente para proporcionar soporte estructural, facilitar el movimiento, proteger órganos vitales, producir células sanguíneas y almacenar minerales esenciales. Este sistema se divide anatómicamente en esqueleto axial (80 huesos que incluyen cráneo, columna vertebral, costillas y esternón) y esqueleto apendicular (126 huesos de las extremidades y sus cinturas asociadas), cada uno con funciones específicas pero complementarias. Los huesos son órganos vivos altamente vascularizados compuestos por tejido óseo (un tipo especializado de tejido conectivo mineralizado), tejido adiposo (médula ósea amarilla), tejido hematopoyético (médula ósea roja) y tejido nervioso. Histológicamente, el hueso puede ser compacto (80% de la masa ósea, denso y resistente que forma la diáfisis de los huesos largos y las superficies externas de todos los huesos) o esponjoso (trabecular, más ligero que forma las epífisis de huesos largos y el interior de huesos cortos, planos e irregulares), con una organización arquitectónica que maximiza la resistencia mientras minimiza el peso.

El tejido óseo está en constante remodelación mediante el proceso de remodelación ósea, donde los osteoclastos (células multinucleadas derivadas de monocitos) reabsorben hueso viejo o dañado y los osteoblastos (células formadoras derivadas de células madre mesenquimales) depositan hueso nuevo. Este equilibrio, regulado por hormonas (paratiroidea, calcitonina, estrógenos), factores mecánicos (ley de Wolff) y nutrientes (calcio, vitamina D), permite al esqueleto adaptarse a las demandas mecánicas y reparar microfracturas. El sistema esquelético interactúa estrechamente con el sistema muscular a través de las inserciones tendinosas para producir movimiento en las articulaciones (puntos donde dos o más huesos se conectan), que pueden ser fibrosas (suturas craneales), cartilaginosas (sínfisis púbica) o sinoviales (rodilla, hombro) según su grado de movilidad. Las enfermedades óseas más prevalentes incluyen osteoporosis (pérdida de densidad mineral ósea), artrosis (degeneración del cartílago articular) y fracturas por trauma, mientras que anomalías del desarrollo como la acondroplasia (forma común de enanismo) afectan la formación esquelética. En las siguientes secciones, examinaremos en profundidad la estructura microscópica del hueso, los tipos de huesos y articulaciones, el proceso de crecimiento y desarrollo óseo, y las principales patologías que afectan este sistema fundamental.

Estructura Microscópica y Composición del Tejido Óseo

A nivel microscópico, el tejido óseo revela una organización compleja que combina células especializadas con una matriz extracelular altamente mineralizada. La matriz ósea, que constituye aproximadamente el 65% del peso seco del hueso, está compuesta por una porción orgánica (90% colágeno tipo I, 10% proteínas no colágenas como osteocalcina, osteopontina y proteoglicanos) y una porción inorgánica (principalmente cristales de hidroxiapatita de calcio [Ca10(PO4)6(OH)2] que proporcionan dureza y resistencia a la compresión). Las células óseas incluyen osteocitos (células maduras atrapadas en lagunas dentro de la matriz que regulan el remodelado óseo mediante prolongaciones citoplasmáticas que se comunican a través de canalículos), osteoblastos (células formadoras que sintetizan la matriz orgánica o osteoide y median su mineralización), osteoclastos (células multinucleadas derivadas de la línea monocito-macrófago que reabsorben hueso mediante la creación de un microambiente ácido en la superficie ósea) y células osteoprogenitoras (células madre mesenquimales en el periosteo y endosteo que pueden diferenciarse en osteoblastos).

El hueso compacto está organizado en unidades estructurales llamadas osteonas o sistemas de Havers, que consisten en láminas concéntricas de matriz mineralizada (láminas) alrededor de un canal central (canal de Havers) que contiene vasos sanguíneos y nervios. Entre las osteonas se encuentran láminas intersticiales (restos de osteonas parcialmente reabsorbidas) y láminas circunferenciales (internas y externas que rodean toda la circunferencia del hueso). Los canales de Volkmann, perpendiculares a los de Havers, conectan el sistema vascular de diferentes osteonas. El hueso esponjoso, en contraste, carece de osteonas y está formado por una red tridimensional de trabéculas óseas (placas y barreras delgadas) orientadas según las líneas de estrés mecánico (ley de Wolff), con los espacios entre ellas ocupados por médula ósea roja en huesos jóvenes o amarilla en adultos.

El periosteo, una membrana fibrovascular que cubre las superficies óseas externas (excepto en superficies articulares), contiene dos capas: una fibrosa externa (densa e irregular con fibras de Sharpey que penetran el hueso para anclar tendones y ligamentos) y una osteogénica interna (con células progenitoras que participan en el crecimiento y reparación ósea). El endosteo, una fina capa de tejido conectivo que recubre las cavidades medulares y los canales de Havers, también contiene células osteoprogenitoras y osteoblastos/osteoclastos activos. La irrigación sanguínea ósea es abundante (5-10% del gasto cardíaco en reposo) a través de arterias nutricias (que penetran la diáfisis), arterias metafisarias/epifisarias y vasos del periosteo, siendo crucial para la nutrición celular y la reparación de fracturas. Esta compleja organización microscópica permite al hueso combinar propiedades de resistencia (similar al hormigón armado) con cierta flexibilidad, adaptándose a las diversas demandas mecánicas del cuerpo.

Tipos de Huesos y Articulaciones: Clasificación y Funciones

Los huesos del esqueleto humano pueden clasificarse según su forma en cinco categorías principales, cada una con adaptaciones estructurales específicas para sus funciones particulares. Los huesos largos (como fémur, húmero y falanges) son más largos que anchos, con una diáfisis tubular de hueso compacto que rodea la cavidad medular (que contiene médula ósea amarilla en adultos) y epífisis ensanchadas de hueso esponjoso recubierto por una fina capa de hueso compacto (que en niños contiene médula ósea roja en las epífisis). Estos huesos actúan como palancas que amplifican la fuerza generada por la contracción muscular, permitiendo movimientos amplios y precisos. Los huesos cortos (como los del carpo y tarso), aproximadamente cúbicos, consisten principalmente en hueso esponjoso recubierto por una delgada capa de hueso compacto, proporcionando estabilidad y movimientos limitados en articulaciones complejas. Los huesos planos (como los del cráneo, escápula y esternón) son delgados, curvados y formados por dos láminas paralelas de hueso compacto (tablas interna y externa) con una capa intermedia de hueso esponjoso (diploe en los huesos craneales), diseñados principalmente para protección de órganos subyacentes e inserción muscular extensa.

Los huesos irregulares (como vértebras y huesos faciales) tienen formas complejas que no encajan en las otras categorías, generalmente adaptadas a funciones específicas como protección de estructuras nerviosas (vértebras que protegen la médula espinal) o formación de cavidades especiales (huesos etmoides que forman parte de las cavidades nasales y orbitarias). Los huesos sesamoideos, pequeños huesos redondeados incrustados en tendones (como la rótula en el tendón del cuádriceps), modifican la dirección de tracción del tendón, aumentan el brazo de palanca muscular y protegen los tendones de fricción excesiva. Además, algunos huesos contienen senos (cavidades llenas de aire revestidas por mucosa, como los senos paranasales en huesos craneales) que reducen el peso del cráneo y contribuyen a la resonancia vocal.

Las articulaciones o uniones entre huesos pueden clasificarse estructuralmente según el tipo de tejido conectivo que las une: articulaciones fibrosas (unidas por tejido conectivo fibroso denso, como suturas craneales que fusionan huesos del cráneo en adultos, sindesmosis como la unión tibiofibular distal, y gónfosis como la inserción dental en el alveolo), articulaciones cartilaginosas (unidas por cartílago, como las sínfisis pubiana y los discos intervertebrales – anfiartrosis con movimiento limitado, o sincondrosis como las placas de crecimiento epifisarias en niños) y articulaciones sinoviales (las más móviles, con cavidad articular llena de líquido sinovial, como rodilla, hombro y cadera). Funcionalmente, las articulaciones pueden ser sinartrosis (inmóviles), anfiartrosis (poco móviles) o diartrosis (libremente móviles). Las articulaciones sinoviales, según su forma y ejes de movimiento, incluyen articulaciones planas o artrodias (movimientos de deslizamiento, como articulaciones intercarpianas), bisagras o gínglimos (flexión-extensión en un plano, como codo), pivote o trocoides (rotación alrededor de un eje, como articulación atlantoaxial), condíleas o elipsoidales (movimientos en dos planos sin rotación axial, como articulación radiocarpiana), silla de montar o selares (como la carpometacarpiana del pulgar), y esferoideas o enartrosis (movimiento multiaxial, como cadera y hombro). Cada tipo de articulación presenta adaptaciones específicas en sus superficies articulares, cápsula fibrosa, ligamentos, meniscos o discos (en algunas articulaciones) y músculos asociados que determinan su rango y patrón de movimiento.

Crecimiento Óseo, Desarrollo y Remodelación

El desarrollo del sistema esquelético comienza en el embrión mediante dos procesos distintos: la osificación intramembranosa (donde el hueso se forma directamente sobre membranas de tejido conectivo, como en la mayoría de huesos planos del cráneo) y la osificación endocondral (donde un modelo cartilaginoso es reemplazado progresivamente por hueso, como en la mayoría de huesos del esqueleto, incluyendo huesos largos). En la osificación intramembranosa, las células mesenquimales se condensan y diferencian en osteoblastos que secretan osteoide (matriz ósea no mineralizada) que posteriormente se mineraliza para formar espículas óseas que se fusionan en trabéculas, con el tejido conectivo circundante formando el periosteo. En la osificación endocondral, el cartílago hialino modela la forma futura del hueso; los condrocitos en la región central se hipertrofian y la matriz cartilaginosa se calcifica, induciendo la invasión vascular desde el pericondrio que trae osteoprogenitores que forman un collar óseo periostal y un centro de osificación primario en la diáfisis. Los osteoclastos reabsorben el cartílago calcificado mientras los osteoblastos depositan hueso sobre los restos de matriz cartilaginosa, proceso que se extiende hacia las epífisis donde se forman centros de osificación secundarios después del nacimiento.

El crecimiento en longitud de los huesos largos ocurre principalmente en las placas epifisarias (de crecimiento) ubicadas entre la epífisis y la diáfisis, donde el cartílago prolifera en la zona de crecimiento y es reemplazado por hueso en la zona de osificación, un proceso que continúa hasta la adolescencia tardía cuando las placas se ossifican (cierre epifisario). El crecimiento en grosor ocurre por aposición de hueso nuevo bajo el periosteo (formación) mientras se reabsorbe hueso en la superficie endostal (reabsorción), permitiendo el ensanchamiento de la cavidad medular. La remodelación ósea, un proceso continuo en el adulto donde aproximadamente el 10% del hueso es reemplazado anualmente, ocurre en unidades básicas multicelulares (BMUs) donde los osteoclastos reabsorben un túnel o superficie seguidos por osteoblastos que depositan hueso nuevo, ciclo que dura 3-6 meses. Este proceso, regulado por señales mecánicas (la tensión deforma la matriz ósea generando potenciales piezoeléctricos que estimulan la formación) y hormonales (la hormona paratiroidea aumenta la reabsorción para mantener calcio sanguíneo, la calcitonina la inhibe, los estrógenos reducen la actividad osteoclástica), permite la reparación de microfracturas y la adaptación a cargas mecánicas.

Los factores nutricionales (adecuado aporte de calcio, fósforo, magnesio, vitamina D, K y C), hormonales (hormona de crecimiento, hormonas tiroideas, esteroides sexuales) y mecánicos (ejercicio con carga) son esenciales para el desarrollo y mantenimiento óseo óptimo. Las alteraciones en estos factores pueden llevar a trastornos como raquitismo (deficiencia de vitamina D en niños), osteomalacia (en adultos), osteoporosis (desequilibrio entre formación y resorción ósea) o diversas displasias esqueléticas (defectos genéticos en el desarrollo óseo y cartilaginoso). La evaluación de la maduración esquelética mediante radiografías de huesos de la mano y muñeca (edad ósea) es una herramienta clínica importante en pediatría para diagnosticar trastornos del crecimiento. La comprensión de estos procesos de crecimiento y remodelación es fundamental para el desarrollo de estrategias preventivas y terapéuticas para las enfermedades óseas más prevalentes.

Articulos relacionados