El Surgimiento de Montoneros y el ERP en Argentina
El contexto histórico en el que emergieron las organizaciones guerrilleras Montoneros y el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en Argentina estuvo marcado por una profunda inestabilidad política, económica y social. Durante las décadas de 1960 y 1970, el país experimentó una serie de golpes de Estado, gobiernos débiles y una creciente polarización ideológica influenciada por la Guerra Fría. La Revolución Cubana de 1959 y el triunfo de Fidel Castro habían inspirado a numerosos movimientos revolucionarios en América Latina, promoviendo la idea de que la lucha armada era el camino hacia la liberación nacional y el socialismo.
En Argentina, este escenario se combinó con un fuerte descontento popular hacia las elites políticas tradicionales, acusadas de perpetuar la desigualdad y la dependencia económica del imperialismo estadounidense. La proscripción del peronismo después del derrocamiento de Juan Domingo Perón en 1955 también jugó un papel crucial, ya que sectores juveniles radicalizados, tanto dentro como fuera del movimiento peronista, comenzaron a cuestionar las vías institucionales para lograr cambios estructurales.
Los Orígenes Ideológicos y la Radicalización de la Juventud
La formación de Montoneros y el ERP no puede entenderse sin analizar el proceso de radicalización que vivieron amplios sectores de la juventud argentina durante aquellos años. Las universidades se convirtieron en espacios de ferviente debate político, donde las ideas marxistas, guevaristas y peronistas se entremezclaban. Organizaciones estudiantiles como la Federación Universitaria Argentina (FUA) y agrupaciones políticas de izquierda impulsaban la discusión sobre la necesidad de una revolución que terminara con la explotación de clase y la opresión imperialista.
Muchos de los futuros integrantes de Montoneros provenían de familias de clase media y media-alta, lo que reflejaba un fenómeno sociológico más amplio: el desencanto de sectores ilustrados con un sistema que percibían como corrupto e injusto. Por otro lado, el ERP surgió como el brazo armado del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), inspirado en el marxismo-leninismo y con una fuerte influencia del foquismo guevarista. A diferencia de Montoneros, que buscaba reivindicar la figura de Perón y adaptar su discurso a las bases obreras, el ERP mantenía una postura más ortodoxa, rechazando el peronismo por considerarlo un movimiento burgués.
La Lucha Armada como Estrategia Política
Para ambas organizaciones, la lucha armada no era solo un método de resistencia, sino una estrategia central para alcanzar el poder. Montoneros, fundado formalmente en 1970, combinaba el nacionalismo peronista con un discurso revolucionario, buscando ganar el apoyo de los sectores populares. Sus primeras acciones, como el secuestro y ejecución del exdictador Pedro Eugenio Aramburu, tuvieron un alto impacto simbólico, mostrando su capacidad operativa y su determinación.
El ERP, por su parte, centró sus esfuerzos en la guerrilla rural, inspirada en la experiencia cubana y vietnamita, aunque también desarrolló tácticas urbanas. Ambas organizaciones crecieron en un ambiente de represión estatal, con gobiernos militares y civiles que respondían con violencia a cualquier forma de disidencia.
Sin embargo, su crecimiento también reflejaba la crisis de legitimidad del Estado argentino, incapaz de canalizar las demandas sociales por vías democráticas. La sociedad, mientras tanto, se dividía entre quienes veían a estos grupos como luchadores por la justicia y quienes los consideraban terroristas que ponían en riesgo la estabilidad del país.
El Impacto Sociopolítico y el Legado Controvertido
El accionar de Montoneros y el ERP dejó una huella profunda en la historia argentina, aunque su legado sigue siendo objeto de debate. Por un lado, su lucha reflejó el deseo de transformación radical en un momento en que las vías institucionales parecían agotadas. Por otro, su enfrentamiento con el Estado contribuyó a justificar el aumento de la represión, que culminaría en el terrorismo de Estado durante la última dictadura militar (1976-1983).
La derrota militar de estas organizaciones no significó el fin de sus ideales, pero sí demostró las limitaciones de la guerrilla como método para alcanzar el poder en contextos urbanos y con fuerzas armadas altamente profesionalizadas. Sociológicamente, su experiencia también plantea preguntas sobre el rol de la violencia en los procesos políticos y los límites de la radicalización en sociedades polarizadas.
Hoy, mientras algunos sectores los reivindican como mártires, otros los critican por haber contribuido a un ciclo de violencia que dejó miles de víctimas. Su historia, en definitiva, sigue interpelando a las nuevas generaciones sobre los desafíos de construir un proyecto político verdaderamente transformador.
La Relación con el Peronismo y las Divergencias Ideológicas
El vínculo entre Montoneros y el peronismo fue uno de los aspectos más complejos y dinámicos de su trayectoria política. A diferencia del ERP, que rechazaba abiertamente al peronismo por considerarlo un movimiento populista sin una verdadera base revolucionaria, Montoneros buscó reinterpretar la doctrina peronista desde una perspectiva socialista y antiimperialista. Esta estrategia les permitió ganar influencia entre sectores de la clase trabajadora y la juventud peronista, que veían en la organización una continuidad radicalizada de las luchas históricas del movimiento. Sin embargo, esta relación no estuvo exenta de tensiones.
Cuando Juan Domingo Perón regresó al país en 1973, luego de casi dos décadas de exilio, su gobierno enfrentó el desafío de integrar a las organizaciones guerrilleras dentro de un proyecto político más amplio. Montoneros, que inicialmente celebró el retorno de Perón, pronto chocó con su política de conciliación y su distanciamiento de los sectores más combativos. La masacre de Ezeiza, donde grupos de la derecha peronista atacaron a militantes de izquierda durante el acto de recibimiento a Perón, marcó un punto de ruptura. Poco después, el líder peronista endureció su postura contra la guerrilla, calificándolos de “imberbes” y “infiltrados”, lo que llevó a una creciente persecución contra Montoneros dentro del propio movimiento.
Esta fractura reflejaba una divergencia más profunda sobre el camino hacia el socialismo. Mientras Perón y su entorno apostaban por una transición gradual y negociada, Montoneros insistía en que solo la lucha armada y la movilización popular podrían garantizar una transformación revolucionaria. El ERP, por su parte, mantenía una crítica abierta hacia ambos bandos, acusando al peronismo de ser una fuerza burguesa y a Montoneros de caer en el reformismo al buscar su legitimación dentro de ese marco. Estas diferencias no solo debilitaron la capacidad de acción coordinada entre las organizaciones guerrilleras, sino que también facilitaron su aislamiento político en un contexto donde el Estado y las fuerzas parapoliciales comenzaban a escalar la represión.
La Respuesta del Estado y la Escalada Represiva
El crecimiento de la guerrilla en Argentina no ocurrió en un vacío, sino que fue respondido con una violencia cada vez más sistemática por parte del Estado. Durante el gobierno de Isabel Perón (1974-1976), se implementó la Triple A (Alianza Anticomunista Argentina), un grupo parapolicial que ejecutó asesinatos selectivos contra militantes de izquierda, sindicalistas y estudiantes. Esta estrategia de terror anticipó los métodos que luego se perfeccionarían durante la dictadura militar.
Tanto Montoneros como el ERP sufrieron bajas significativas, con dirigentes desaparecidos, emboscadas militares y operativos de inteligencia que infiltraron sus estructuras. La guerrilla, aunque mantuvo capacidad operativa en algunos momentos, comenzó a mostrar signos de desgaste frente a un enemigo que combinaba la represión abierta con la guerra psicológica.
La llegada del Proceso de Reorganización Nacional en 1976 marcó el inicio de una etapa aún más oscura. Las Fuerzas Armadas, bajo la doctrina de seguridad nacional, implementaron un plan de exterminio no solo contra las organizaciones armadas, sino contra toda forma de oposición política. Los secuestros, torturas y centros clandestinos de detención se multiplicaron, en lo que constituyó un genocidio planificado. Montoneros y el ERP, aunque intentaron reorganizarse en la clandestinidad, vieron sus redes desarticuladas rápidamente.
La falta de apoyo internacional, a diferencia de otras luchas guerrilleras en América Latina, y el aislamiento dentro de una sociedad cada vez más atemorizada, aceleraron su derrota militar. Sin embargo, es importante destacar que la represión no se limitó a los combatientes armados, sino que se extendió a miles de civiles sin vinculación directa con la guerrilla, lo que demuestra que el objetivo real del terrorismo de Estado era aniquilar cualquier proyecto de cambio social.
Reflexiones sobre el Legado y las Lecciones Políticas
El surgimiento y caída de Montoneros y el ERP dejaron un legado controvertido que sigue generando debates en la Argentina contemporánea. Por un lado, su experiencia plantea preguntas incómodas sobre los límites de la lucha armada en contextos donde el Estado tiene un monopolio abrumador de la fuerza. La derrota militar de estas organizaciones demostró que, sin un apoyo masivo de la población y sin una estrategia clara de poder, las tácticas guerrilleras urbanas y rurales estaban condenadas al fracaso en un país como Argentina.
Por otro lado, su historia también revela las contradicciones de una época en la que amplios sectores de la sociedad veían en la revolución la única salida a la opresión. Muchos de sus militantes fueron jóvenes idealistas que sacrificaron sus vidas por lo que creían era una causa justa, y esa dimensión ética no puede ser ignorada, incluso por quienes critican sus métodos.
En el plano político, su legado se ha visto reinterpretado por distintas generaciones. Para algunos, representan la resistencia contra la dictadura y un símbolo de la lucha por la justicia social. Para otros, su accionar contribuyó a una espiral de violencia que facilitó el golpe de Estado y la posterior represión. Lo cierto es que, más allá de las valoraciones morales, su historia obliga a reflexionar sobre los desafíos de construir alternativas políticas en contextos de alta polarización.
Hoy, en un escenario donde las demandas por igualdad y derechos humanos siguen vigentes, pero donde los métodos de lucha han cambiado, la experiencia de Montoneros y el ERP sirve como un espejo crítico para pensar los caminos de la transformación social sin caer en los errores del pasado. Su memoria, en definitiva, sigue interpelando a quienes creen que otro mundo es posible.
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