Fundación de Tenochtitlán y el lago Texcoco
La Fundación de Tenochtitlán y el Lago de Texcoco: El Nacimiento de un Imperio
La historia de la fundación de Tenochtitlán es una de las epopeyas más fascinantes de la civilización mesoamericana, un relato que combina mito, religión, estrategia política y una profunda conexión con el entorno natural. Según la tradición mexica, la ciudad fue establecida en el año 1325 d.C., tras una larga peregrinación desde la mítica Aztlán, guiada por la voluntad de Huitzilopochtli, su deidad tutelar. Sin embargo, más allá del simbolismo religioso, la elección del islote en medio del Lago de Texcoco respondió a una visión geopolítica y ecológica excepcional, que permitió a los mexicas transformar un humilde asentamiento en el corazón del imperio más poderoso de Mesoamérica.
El Lago de Texcoco: Un Ecosistema Determinante
Antes de la llegada de los mexicas, el Valle de México estaba dominado por un sistema lacustre complejo, donde el Lago de Texcoco era el más extenso y salino. Rodeado por otros cuerpos de agua como Xochimilco, Chalco y Zumpango, este lago no solo proporcionaba recursos vitales—como peces, aves acuáticas y sal—sino que también funcionaba como una barrera natural contra invasiones. Sin embargo, su carácter pantanoso y las frecuentes inundaciones lo hacían un lugar inhóspito para asentamientos permanentes.
Los mexicas, guiados por la profecía de Huitzilopochtli, buscaban un sitio donde vieran un águila posada sobre un nopal devorando una serpiente. Este símbolo, que hoy figura en el escudo nacional de México, representaba la señal divina para fundar su ciudad. Cuando lo encontraron en un islote pantanoso, supieron que era el lugar destinado, a pesar de las aparentes desventajas.
La Ingeniería Mexica: Domesticando el Agua
Lo que hizo única a Tenochtitlán no fue solo su ubicación, sino la capacidad de sus habitantes para modificar el entorno. Los mexicas desarrollaron un sistema de chinampas—campos elevados construidos con limo, ramas y raíces—que permitieron la agricultura intensiva en medio del lago. Estas “islas flotantes” (aunque en realidad estaban ancladas al fondo) eran altamente productivas y sostenibles, proporcionando maíz, frijol, chile y otras cosechas esenciales.
Además, construyeron albarradas (diques) para controlar las inundaciones y calzadas que conectaban la ciudad con tierra firme. La más famosa, la Calzada de Tlalpan, unía Tenochtitlán con Iztapalapa y Coyoacán, mientras que la Calzada de Tepeyac (hoy asociada a la Villa de Guadalupe) facilitaba el comercio y el movimiento militar. Estas obras de ingeniería hidráulica no solo protegían la ciudad, sino que también consolidaban su posición como centro económico y político.
Tenochtitlán: Una Metrópoli Prehispánica
Para el siglo XVI, Tenochtitlán era una de las ciudades más grandes del mundo, con una población estimada entre 200,000 y 300,000 habitantes, rivalizando con urbes europeas como Venecia o Constantinopla. Su diseño seguía un trazado geométrico, dividido en cuatro campan (barrios) que convergían en el Templo Mayor, el axis mundi de la cosmovisión mexica.
La ciudad albergaba mercados como el de Tlatelolco, descrito por Bernal Díaz del Castillo como un lugar de deslumbrante abundancia, donde se comerciaba desde oro y plumas de quetzal hasta cacao y esclavos. Además, contaba con acueductos que traían agua potable desde Chapultepec, palacios adornados con frescos y un sofisticado sistema de justicia.
El Legado del Lago y la Conquista
La grandeza de Tenochtitlán, sin embargo, dependía de su frágil equilibrio con el lago. Cuando Hernán Cortés llegó en 1519, quedó maravillado por su esplendor, pero también comprendió que su dominio pasaba por controlar el agua. Durante el asedio final en 1521, los españoles y sus aliados indígenas cortaron los suministros de agua y bloquearon las calzadas, llevando a la ciudad a una caída dramática.
Tras la Conquista, los españoles desecaron progresivamente el Lago de Texcoco para evitar inundaciones y expandir la ciudad colonial. Este proceso, continuado en los siglos posteriores, alteró irreversiblemente el ecosistema, contribuyendo a los actuales problemas de escasez hídrica y hundimientos en la Ciudad de México.
Reflexión Final: Simbolismo y Permanencia
La fundación de Tenochtitlán no fue solo un hecho histórico, sino un acto de adaptación y resiliencia. Los mexicas convirtieron un entorno hostil en el centro de un imperio, demostrando una comprensión profunda de la naturaleza. Hoy, mientras la Ciudad de México enfrenta desafíos ambientales, la historia del Lago de Texcoco sirve como recordatorio de la relación intrínseca entre civilización y medio ambiente.
El águila sobre el nopal sigue siendo un símbolo de identidad, pero también una invitación a recordar que, bajo el asfalto de la metrópoli moderna, yacen las raíces de una cultura que supo dominar el agua para construir su destino.
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