Inestabilidad política y golpes de Estado a lo largo de la historia

Publicado el 6 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

Los orígenes de la inestabilidad política en las sociedades antiguas

La inestabilidad política no es un fenómeno moderno; sus raíces se extienden hasta las primeras civilizaciones organizadas. En la antigua Mesopotamia, por ejemplo, las ciudades-estado como Ur, Lagash y Umma experimentaron constantes luchas por el poder entre gobernantes y facciones sacerdotales. Estos conflictos no solo surgían por ambiciones personales, sino también por disputas sobre el control de recursos vitales como el agua y las tierras fértiles.

En Egipto, el Imperio Antiguo colapsó alrededor del 2200 a.C., en parte debido a una combinación de corrupción interna, revueltas campesinas y la incapacidad de los faraones para mantener la unidad del reino. La historia de Roma también está marcada por episodios de inestabilidad, desde el asesinato de Julio César en el 44 a.C. hasta las guerras civiles que llevaron al fin de la República y al surgimiento del Imperio. Estos ejemplos demuestran que, desde los albores de la civilización, las estructuras de poder han sido vulnerables a crisis repentinas que alteran el orden establecido.

En Grecia, las polis enfrentaron constantes golpes de Estado, conocidos como “staseis”, donde facciones rivales se disputaban el control del gobierno. Atenas, a pesar de ser considerada la cuna de la democracia, no fue inmune a estos problemas. La oligarquía de los Cuatrocientos en el 411 a.C. y la posterior dictadura de los Treinta Tiranos demostraron cómo incluso sistemas aparentemente estables podían derrumbarse ante la presión de grupos minoritarios bien organizados.

Esparta, por su parte, mantuvo una fachada de estabilidad gracias a su rígido sistema militar, pero incluso allí las conspiraciones y los intentos de derrocar a los reyes fueron recurrentes. Estos patrones históricos revelan que la inestabilidad política no es exclusiva de ninguna cultura o período, sino que es una constante en la historia humana, impulsada por factores como la desigualdad, la ambición de poder y la debilidad institucional.

La Edad Media y el surgimiento de conspiraciones palaciegas

Durante la Edad Media, la inestabilidad política adoptó nuevas formas, frecuentemente ligadas a las monarquías feudales y las luchas dinásticas. El Sacro Imperio Romano Germánico, por ejemplo, estuvo marcado por constantes conflictos entre emperadores y nobles, como la rebelión de Enrique el León contra Federico Barbarroja en el siglo XII. En Inglaterra, la Guerra de las Dos Rosas (1455-1487) fue un sangriento conflicto entre las casas de Lancaster y York, donde las traiciones, los asesinatos y los golpes palaciegos eran moneda corriente.

Estos enfrentamientos no solo debilitaban el poder central, sino que también dejaban a los reinos expuestos a invasiones externas y revueltas sociales. Bizancio, por su parte, fue escenario de numerosas conspiraciones, como el derrocamiento y ceguera del emperador Romano IV Diógenes tras la batalla de Manzikert en 1071, un acto que reflejaba la brutalidad de las luchas internas en el mundo medieval.

En el mundo islámico, los califatos abasí y omeya también sufrieron golpes de Estado y rebeliones. La Revolución Abasí del 750 d.C. derrocó a los omeyas y trasladó el centro de poder de Damasco a Bagdad, pero esto no trajo estabilidad duradera. Los mercenarios turcos y las guardias pretorianas, como los mamelucos, frecuentemente decidían el destino de los gobernantes, asesinando o deponiendo a aquellos que perdían su favor.

En África, el Imperio de Malí experimentó crisis sucesorias tras la muerte de Mansa Musa en 1337, lo que llevó a un período de declive. Estos ejemplos ilustran cómo, en ausencia de instituciones sólidas y mecanismos claros de sucesión, las sociedades medievales eran especialmente propensas a la inestabilidad. La religión también jugaba un papel crucial, ya que las disputas teológicas podían convertirse en guerras civiles, como sucedió en el Imperio Bizantino con la controversia iconoclasta.

La era moderna y el impacto de las revoluciones en la estabilidad política

Con el advenimiento de la era moderna, los golpes de Estado y la inestabilidad política adquirieron nuevas dimensiones, influenciados por el surgimiento de los estados-nación y las ideologías revolucionarias. La Revolución Francesa (1789-1799) fue un punto de inflexión, ya que demostró cómo las masas movilizadas podían derrocar a una monarquía centenaria. Sin embargo, el período posterior estuvo marcado por el caos, incluyendo el Terror Jacobino y el ascenso de Napoleón Bonaparte mediante un golpe de Estado en 1799.

Este patrón se repitió en otras partes de Europa, como en España, donde las guerras napoleónicas desencadenaron una crisis política que llevó a la independencia de las colonias americanas. En América Latina, las guerras de independencia dieron paso a una serie de gobiernos inestables, donde caudillos como Simón Bolívar enfrentaron constantes rebeliones y conspiraciones.

El siglo XIX también vio el surgimiento de golpes militares como herramienta de cambio político. En México, el general Antonio López de Santa Anna dio múltiples golpes de Estado entre 1833 y 1855, alternando entre la presidencia y el exilio. En Europa, el Segundo Imperio Francés fue establecido tras el golpe de Luis Napoleón Bonaparte en 1851, mostrando cómo las aspiraciones autoritarias podían aprovechar el descontento popular.

Mientras tanto, en los Balcanes, el Imperio Otomano enfrentó revueltas constantes, como la de los serbios y griegos, que buscaban independizarse. Estos movimientos no solo reflejaban tensiones nacionalistas, sino también la fragilidad de los imperios multiétnicos frente a las demandas de autonomía. La inestabilidad política de este período sentó las bases para los conflictos del siglo XX, donde los golpes de Estado se volverían aún más frecuentes y violentos.

El siglo XX: la era de los golpes militares y las dictaduras

El siglo XX fue testigo de una proliferación de golpes de Estado, especialmente en América Latina, África y Asia, donde las instituciones democráticas eran más frágiles. En América del Sur, países como Argentina, Chile y Brasil sufrieron intervenciones militares que derrocaron gobiernos electos. El golpe de Estado en Chile en 1973, que derrocó a Salvador Allende e instaló la dictadura de Augusto Pinochet, es uno de los ejemplos más emblemáticos.

Este evento no fue aislado, sino parte de un patrón regional influenciado por la Guerra Fría, donde Estados Unidos y la Unión Soviética apoyaban facciones rivales para expandir su influencia. En África, las recién independizadas naciones enfrentaron golpes militares casi desde su nacimiento, como en Ghana, donde Kwame Nkrumah fue derrocado en 1966, o en Nigeria, que sufrió múltiples dictaduras tras su independencia en 1960.

En Medio Oriente, los golpes de Estado fueron igualmente frecuentes. El derrocamiento de la monarquía iraquí en 1958 y el ascenso del Partido Baaz en Siria e Irak mostraron cómo las élites militares podían tomar el poder mediante la fuerza. Turquía, por su parte, experimentó tres golpes militares en 1960, 1971 y 1980, cada uno justificado como una medida para “restaurar el orden”.

Estos eventos reflejaban tensiones más profundas entre secularismo e islamismo, así como conflictos étnicos no resueltos. Incluso en Europa, hubo casos notables, como el golpe fallido en España en 1981, donde guardias civiles irrumpieron en el Congreso de los Diputados. El siglo XX demostró que, en un mundo polarizado por ideologías y guerras proxy, la inestabilidad política podía ser utilizada como un arma por potencias externas y actores locales por igual.

Reflexiones finales sobre la persistencia de la inestabilidad política

A lo largo de la historia, la inestabilidad política y los golpes de Estado han sido una constante, independientemente del período o la región. Desde las conspiraciones en las cortes antiguas hasta las intervenciones militares del siglo XX, los patrones se repiten: ambición personal, debilidad institucional, desigualdad económica y manipulación externa.

Aunque las democracias modernas han desarrollado mecanismos para prevenir golpes, como sistemas de pesos y contrapesos, la amenaza persiste en Estados frágiles o en regímenes autoritarios. La lección histórica es clara: sin instituciones sólidas y una ciudadanía vigilante, ningún sistema político está completamente a salvo de la inestabilidad.

Articulos relacionados