La Generación del 80: Modernización y Conservadurismo en la Argentina Oligárquica (1880-1916)

Publicado el 4 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Proyecto Civilizatorio: Bases Ideológicas de una Nación Moderna

La llegada de Julio Argentino Roca a la presidencia en 1880 marcó el inicio de una era de transformaciones profundas en la Argentina, liderada por un grupo de intelectuales y políticos conocidos como la Generación del 80. Este grupo heterogéneo -que incluía figuras como Domingo Faustino Sarmiento, Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña y Miguel Cané- compartía una visión positivista del progreso que combinaba el liberalismo económico con un fuerte intervencionismo estatal en áreas consideradas clave para la “civilización”. Su proyecto se basaba en tres pilares fundamentales: el modelo agroexportador como motor económico, la inmigración europea masiva para “mejorar la raza” (según sus términos darwinistas sociales) y la educación pública como herramienta de homogenización cultural. Las estadísticas de la época reflejan el éxito de este programa: entre 1880 y 1914, Argentina recibió más de 4 millones de inmigrantes (principalmente italianos y españoles), las exportaciones de carne y cereales se multiplicaron por diez gracias a la refrigeración y los ferrocarriles, y la tasa de alfabetización alcanzó niveles sin precedentes en América Latina gracias a las 1.800 escuelas construidas durante la presidencia de Sarmiento.

Sin embargo, este progreso material ocultaba profundas contradicciones. Mientras la élite porteña y los terratenientes de la pampa húmeda se enriquecían con el boom agroexportador, amplios sectores de la población -incluyendo a los gauchos desplazados, los indígenas sometidos por la Campaña del Desierto, y los mismos inmigrantes que vivían hacinados en los conventillos porteños- quedaban excluidos del sistema político. El régimen se sostenía mediante el “voto cantado” (no secreto) y el fraude electoral sistemático, que permitía a los conservadores mantenerse en el poder a través de redes clientelares conocidas como el “unicato”. Intelectuales críticos como José María Ramos Mejía y Juan Agustín García comenzaron a cuestionar este modelo desde dentro mismo de la élite, mientras surgían las primeras organizaciones obreras anarquistas y socialistas entre los inmigrantes, que veían con escepticismo las promesas de movilidad social. La misma Iglesia Católica, aunque oficialmente aliada al régimen, mostraba reticencias ante el laicismo extremo de algunos miembros de la Generación del 80, especialmente en temas como el registro civil y la educación religiosa.

Crisis y Reformas: El Camino Hacia la Democracia Ampliada

Las primeras grietas en el sistema oligárquico comenzaron a hacerse visibles hacia 1890, cuando la crisis económica internacional combinada con la corrupción desataron la Revolución del Parque (también conocida como Revolución del 90), un levantamiento cívico-militar liderado por la recién formada Unión Cívica. Aunque el gobierno de Miguel Juárez Celman cayó, su sucesor Carlos Pellegrini logró preservar el orden conservador mediante ajustes económicos y ciertas concesiones políticas. Sin embargo, el malestar social siguió creciendo: las huelgas obreras se multiplicaron (especialmente después de la Semana Roja de 1909), las provincias del interior reclamaban mayor participación en la riqueza nacional, y una nueva clase media urbana -formada por hijos de inmigrantes y profesionales universitarios- exigía voz en las decisiones políticas.

La respuesta del régimen fue una combinación de represión (como la Ley de Residencia de 1902 que permitía deportar extranjeros “indeseables”) y reformas graduales. La más importante fue la Ley Sáenz Peña (1912), impulsada por el presidente Roque Sáenz Peña, que estableció el voto secreto, universal (para varones) y obligatorio. Esta reforma, que muchos consideraron una concesión suicida de la oligarquía, reflejaba en realidad un cálculo inteligente: al incorporar a las clases medias al sistema, se evitaba una revolución más radical. El resultado fue la llegada al poder en 1916 de Hipólito Yrigoyen, líder de la Unión Cívica Radical, marcando el fin de la hegemonía conservadora pero no del modelo agroexportador que la Generación del 80 había creado. Paradójicamente, muchas de las instituciones modernas que hoy definen a la Argentina -desde su sistema educativo hasta su red ferroviaria, pasando por la propia capital federal- son herencia directa de esta élite que, pese a su exclusivismo político, logró convertir al país en una de las economías más prósperas del mundo de principios del siglo XX. Su legado sigue siendo objeto de debate: ¿fueron modernizadores visionarios o simplemente una oligarquía que supo adaptarse para preservar sus privilegios? La respuesta probablemente contenga elementos de ambas interpretaciones.

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