La Política Argentina en los Años 20: Radicalismo, Reformas y Conflictos Sociales

Publicado el 25 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Escenario Político de la Década del 20

La década de 1920 en Argentina estuvo marcada por una compleja dinámica política en la que el radicalismo, liderado primero por Hipólito Yrigoyen y luego por Marcelo T. de Alvear, consolidó su hegemonía mientras enfrentaba crecientes tensiones sociales y económicas. Este período, conocido como la “República Radical”, representó la primera experiencia de gobierno democrático ampliado en el país, tras la sanción de la Ley Sáenz Peña en 1912 que estableció el voto secreto, universal y obligatorio para los varones adultos. Sin embargo, a pesar de los avances en participación política, el sistema adolecía de limitaciones estructurales, como la exclusión de las mujeres y la persistencia de prácticas clientelares que condicionaban el ejercicio pleno de la ciudadanía.

El gobierno de Yrigoyen (1916-1922 y 1928-1930) se caracterizó por un estilo personalista y una retórica nacionalista que buscaba diferenciarse de la oligarquía tradicional, aunque sin cuestionar los pilares del modelo agroexportador. Su administración implementó reformas sociales moderadas, como la regulación de las jornadas laborales y el reconocimiento de algunos sindicatos, pero evitó cambios radicales que afectaran los intereses de los grandes terratenientes y las empresas extranjeras. Por otro lado, la presidencia de Alvear (1922-1928) representó una variante más conservadora dentro del radicalismo, con políticas económicas ortodoxas y una relación menos conflictiva con la oposición. Este artículo analizará los principales hitos políticos de la década, las tensiones entre reformismo y conservadurismo, y el papel de los movimientos sociales emergentes, cuyo descontento culminaría en el golpe de Estado de 1930 que puso fin a esta etapa.

El Primer Gobierno de Yrigoyen (1916-1922): Reformismo y Limitaciones

El ascenso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia en 1916 marcó un punto de inflexión en la historia política argentina, al ser el primer mandatario elegido mediante el voto popular ampliado. Su gobierno se presentó como una alternativa al régimen conservador que había dominado el país desde 1880, prometiendo mayor justicia social y democratización. Sin embargo, las reformas efectivas fueron modestas, ya que Yrigoyen debió negociar con un Congreso donde la oposición conservadora mantenía una fuerte influencia. Entre sus medidas más destacadas estuvieron la creación de la Marina Mercante Nacional, destinada a reducir la dependencia de los transportes británicos, y la intervención del Estado en conflictos laborales, donde a veces mediaba a favor de los trabajadores.

No obstante, estas acciones no alteraron la estructura económica del país, que seguía basada en la exportación de carne y cereales bajo control de elites locales y capitales extranjeros. Además, el estilo de liderazgo de Yrigoyen, basado en un personalismo que eludía las instituciones formales, generó críticas incluso dentro de su propio partido. Su manejo de la economía durante la posguerra, con altibajos derivados de la fluctuación de los precios internacionales, tampoco logró consolidar un proyecto industrialista sólido. Pese a estas limitaciones, su carisma y discurso nacionalista le granjearon un amplio apoyo popular, especialmente entre las clases medias urbanas y los sectores trabajadores que veían en él una figura alejada de la oligarquía tradicional. Este respaldo se evidenció en su reelección en 1928, aunque para entonces el desgaste de su gestión y el agravamiento de las tensiones sociales preparaban el terreno para una crisis política sin precedentes.

El Interludio Alvearista (1922-1928): Entre la Continuidad y el Cambio

La presidencia de Marcelo T. de Alvear (1922-1928) representó un giro hacia posturas más conciliadoras dentro del radicalismo, aunque sin romper completamente con el legado yrigoyenista. Miembro de una familia aristocrática pero afiliado al partido radical, Alvear encarnó una versión más moderada y elitista del reformismo, buscando estabilizar la economía y mejorar las relaciones con los sectores conservadores. Durante su mandato, se impulsaron obras públicas clave, como la expansión de la red ferroviaria y la modernización del puerto de Buenos Aires, en línea con el modelo agroexportador. También se avanzó en la profesionalización del Estado, creando organismos técnicos como la Dirección General de Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), bajo el liderazgo de Enrique Mosconi, que sentaría las bases para la industria petrolera nacional.

Sin embargo, estas políticas no estuvieron exentas de contradicciones. Si bien Alvear mantuvo cierta distancia del movimiento obrero, evitando las intervenciones directas que caracterizaron a Yrigoyen, su gobierno no pudo ignorar el creciente malestar social. La Semana Trágica de 1919 y las huelgas patagónicas de 1921-1922 habían dejado un clima de tensión que resurgiría hacia fines de la década. Además, dentro del radicalismo comenzaban a perfilarse dos facciones irreconciliables: los “personalistas” leales a Yrigoyen y los “antipersonalistas” que buscaban una línea más institucional. Esta división, sumada a la crisis económica mundial que se avecinaba, debilitaría al partido gobernante y facilitaría su caída en 1930. Pese a todo, el alvearismo demostró que era posible una gestión reformista dentro del marco capitalista agroexportador, aunque sin alterar sus fundamentos.

El Segundo Gobierno de Yrigoyen (1928-1930): Crisis y Caída

El regreso de Hipólito Yrigoyen a la presidencia en 1928 se produjo en un contexto político y económico radicalmente distinto al de su primer mandato. La elección, en la que obtuvo el 61% de los votos, demostraba su arraigo popular pero también marcaba el inicio de una etapa convulsionada. A sus 76 años, Yrigoyen mostraba claros signos de deterioro físico y mental, lo que afectó su capacidad de gobierno. Su administración se caracterizó por una creciente centralización de decisiones, un estilo de gestión cada vez más personalista y la incapacidad para responder a los desafíos económicos que comenzaban a afectar al país. La crisis mundial de 1929 impactó duramente en Argentina, reduciendo drásticamente la demanda de sus exportaciones agropecuarias y generando desempleo masivo. El precio de la carne y los cereales cayó en picada, afectando los ingresos fiscales y generando un déficit presupuestario que el gobierno no supo manejar adecuadamente.

La situación se agravó por la falta de respuestas coherentes a la creciente conflictividad social. Las huelgas se multiplicaron en los sectores ferroviario, portuario y frigorífico, mientras que la represión gubernamental se hizo más frecuente. Al mismo tiempo, Yrigoyen enfrentaba una oposición cada vez más organizada, que incluía no solo a los conservadores tradicionales sino también a sectores medios urbanos desencantados y a militares nacionalistas. La prensa opositora, especialmente el diario Crítica, jugó un papel clave en el desgaste del gobierno, denunciando casos de corrupción y la supuesta incapacidad del presidente. En este clima de creciente inestabilidad, los rumores de golpe de Estado comenzaron a circular con fuerza en los primeros meses de 1930. La combinación de crisis económica, descontento social y debilidad política creó las condiciones perfectas para el fin de la experiencia radical.

El Movimiento Obrero y la Conflictividad Social

Los años 20 fueron testigos de un notable crecimiento y radicalización del movimiento obrero argentino, que pasó de ser un actor marginal a convertirse en un factor de presión cada vez más importante en la escena política nacional. La Federación Obrera Regional Argentina (FORA), de orientación anarquista, y la Unión Sindical Argentina (USA), de tendencia sindicalista, lideraron numerosas huelgas y protestas que pusieron en jaque al establishment político. Las condiciones laborales en las ciudades industriales y en el campo seguían siendo extremadamente duras, con jornadas de hasta 14 horas, salarios miserables y ausencia total de protección social. La Semana Trágica de enero de 1919, aunque ocurrida al inicio de la década, marcó un punto de inflexión al mostrar la brutal represión que podía desatar el Estado contra los trabajadores organizados.

En el campo, la situación no era mejor. Las huelgas patagónicas de 1920-1921 culminaron en una de las represiones más sangrientas de la historia argentina, con cientos de peones rurales fusilados por el ejército. Estos eventos generaron una profunda desconfianza de los trabajadores hacia el gobierno radical, que si bien había implementado algunas reformas laborales, no dudaba en recurrir a la fuerza cuando consideraba amenazado el orden establecido. Hacia finales de la década, con la crisis económica mundial agravando las condiciones de vida, el movimiento obrero intensificó sus reclamos. Las centrales sindicales ganaron fuerza y comenzaron a coordinar acciones a nivel nacional, mientras crecía la influencia de ideas socialistas y comunistas entre los trabajadores. Esta creciente organización popular sería uno de los factores que asustaría a las elites y contribuiría al golpe de Estado de 1930.

El Golpe de Estado de 1930: Fin de una Era

El 6 de septiembre de 1930, un golpe militar liderado por el general José Félix Uriburu puso fin abruptamente a la experiencia democrática radical y marcó el inicio de una etapa de inestabilidad política que caracterizaría a Argentina durante décadas. El derrocamiento de Yrigoyen fue recibido con alegría por amplios sectores de la clase media y alta, que veían en el gobierno radical una amenaza al orden social y económico. La prensa conservadora celebró el golpe como una “revolución” necesaria para salvar al país del caos y la corrupción. Sin embargo, lo que comenzó como un movimiento supuestamente “restaurador” pronto mostró su verdadero rostro autoritario. Uriburu implementó medidas represivas contra la oposición, intervino las universidades y persiguió a los dirigentes sindicales, inaugurando una práctica de intervención militar en la política que se repetiría trágicamente en las décadas siguientes.

Las causas del golpe fueron múltiples y complejas. Por un lado, la crisis económica mundial había debilitado enormemente al gobierno radical, que no supo o no pudo implementar medidas efectivas para paliar sus efectos. Por otro, el envejecido liderazgo de Yrigoyen, cada vez más aislado y desconectado de la realidad, había generado un vacío de poder que los opositores supieron explotar. También pesó el temor de las elites terratenientes y empresariales ante el crecimiento del movimiento obrero y las ideas socialistas. El golpe contó con el apoyo activo de importantes sectores de la Iglesia Católica, de los medios de comunicación conservadores y de buena parte del establishment político y económico. Curiosamente, muchos de los que celebraron el derrocamiento de Yrigoyen no imaginaban que estaban sentando las bases para un ciclo de inestabilidad institucional que marcaría profundamente el siglo XX argentino.

Legado y Reflexiones Finales

La década de 1920 en Argentina dejó un legado ambivalente que sigue siendo objeto de debate entre los historiadores. Por un lado, representó la primera experiencia extendida de democracia electoral ampliada, con avances significativos en participación política y ciertas mejoras sociales. El radicalismo demostró que era posible gobernar con apoyo popular en un marco institucional, aunque con limitaciones evidentes. La modernización económica e infraestructural avanzó notablemente, posicionando a Argentina como una de las naciones más desarrolladas de América Latina. Sin embargo, estos logros convivieron con profundas contradicciones: un sistema político que excluía a las mujeres y mantenía prácticas clientelares, un modelo económico dependiente de los vaivenes del mercado internacional, y una sociedad fracturada por desigualdades cada vez más evidentes.

El final abrupto de esta etapa con el golpe de 1930 marcó un punto de inflexión en la historia argentina. La incapacidad de las instituciones para procesar los conflictos sociales y económicos, combinada con la voluntad de las elites de recurrir a la fuerza cuando sus privilegios parecían amenazados, creó un patrón que se repetiría trágicamente en las décadas siguientes. Los años 20, con sus luces y sombras, representan así un espejo en el que pueden verse muchos de los dilemas que Argentina seguiría enfrentando en el siglo XX: la tensión entre democracia y autoritarismo, entre desarrollo nacional y dependencia económica, entre justicia social y conservadurismo oligárquico. Comprender esta década clave es esencial para entender los orígenes de muchos de los desafíos que el país enfrenta hasta el día de hoy.

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