La Psicología del Poder: Mecanismos Cognitivos y Conductuales en las Relaciones de Dominación

Publicado el 27 mayo, 2025 por Rodrigo Ricardo

La Naturaleza Psicosocial del Poder

El poder no es simplemente una estructura externa que se impone sobre los individuos, sino un fenómeno profundamente arraigado en los procesos psicológicos humanos que moldean tanto a quienes lo ejercen como a quienes lo padecen. Investigaciones interdisciplinarias en psicología social, neurociencia y ciencias políticas han revelado que el poder activa patrones cognitivos y emocionales específicos que transforman la manera en que las personas perciben la realidad, toman decisiones y se relacionan con los demás. El psicólogo social Dacher Keltner, en sus estudios sobre el “paradoxo del poder”, demuestra cómo las posiciones de autoridad tienden a reducir la capacidad de empatía mientras aumentan la confianza en el propio juicio, incluso cuando éste es erróneo. Estos hallazgos cuestionan la visión tradicional del poder como un mero recurso externo, mostrando en cambio que opera como un sistema dinámico que modifica la subjetividad de los actores sociales.

Un aspecto fundamental de la psicología del poder es lo que los investigadores llaman “ceguera al contexto”: las personas en posiciones dominantes muestran una menor capacidad para percibir las necesidades y perspectivas de los demás, atribuyendo los resultados sociales únicamente a factores individuales más que estructurales. Experimentos controlados han demostrado que cuando se induce artificialmente una sensación de poder en sujetos de estudio (mediante recuerdos de experiencias de control o asignación aleatoria de roles jerárquicos), estos muestran mayor tendencia a estereotipar a los demás, ignorar información contradictoria y sobreestimar sus propias capacidades. Estos cambios no son meramente actitudinales, sino que tienen bases neurológicas: imágenes por resonancia magnética funcional (fMRI) revelan que el poder reduce la activación de la corteza cingulada anterior, región asociada a la empatía y la autocrítica.

Paradójicamente, mientras el poder corrompe la capacidad de comprender a los demás, también aumenta la habilidad para actuar según los propios objetivos, un fenómeno conocido como “efecto de enfoque del poder”. Las personas con sensación de poder muestran mayor consistencia entre sus pensamientos y acciones, menor disonancia cognitiva y mayor persistencia ante obstáculos. Esto explica por qué líderes políticos o empresariales pueden implementar agendas impopulares sin vacilar, incluso frente a evidencias de sus consecuencias negativas. Sin embargo, esta misma claridad de propósito se vuelve peligrosa cuando se combina con la mencionada ceguera contextual, llevando a decisiones que ignoran el bienestar colectivo. La psicología del poder nos revela así una verdad incómoda: las estructuras sociales de dominación no solo distribuyen recursos materiales de manera desigual, sino que también crean desigualdades en la propia capacidad de percibir y responder a la realidad social.

1. El Efecto Tóxico del Poder en la Toma de Decisiones

Las investigaciones sobre cómo el poder afecta los procesos cognitivos superiores revelan patrones alarmantes que ayudan a explicar muchos de los fracasos en el liderazgo político y empresarial. Un estudio seminal de la Universidad de California demostró que las personas en posiciones de poder son significativamente más propensas a tomar decisiones arriesgadas que afectan a otros, mientras muestran mayor aversión al riesgo cuando las consecuencias las afectan personalmente. Este doble estándar ético, conocido como “paradoja del riesgo social”, se ha observado en contextos tan diversos como salas de juntas corporativas, operaciones militares y políticas públicas. Los mecanismos psicológicos detrás de este fenómeno incluyen una reducción en la actividad de la ínsula anterior, región cerebral asociada al procesamiento de emociones como el miedo o la culpa, lo que permite a los poderosos ignorar señales de alarma que normalmente inhibirían conductas peligrosas.

Otro efecto documentado es lo que los psicólogos llaman “sobreconfianza epistemológica”: la tendencia de las personas con poder a creer que sus conocimientos y opiniones son más precisos de lo que realmente son. Experimentos controlados muestran que individuos en roles de autoridad estiman incorrectamente sus puntajes en pruebas de conocimiento general, sobrevalorando su desempeño real hasta en un 30%. Más preocupante aún, esta ilusión de competencia se acentúa precisamente en áreas donde el individuo tiene mayor ignorancia, un fenómeno conocido como el efecto Dunning-Kruger potenciado. En la práctica, esto se traduce en líderes que implementan políticas basadas en intuiciones personales más que en evidencias, despreciando la asesoría experta. Casos históricos como la crisis financiera de 2008 o la gestión pandémica en varios países muestran cómo esta dinámica puede tener consecuencias catastróficas a escala social.

El poder también corrompe los procesos de deliberación grupal mediante lo que se denomina “dominancia asertiva”: individuos con rasgos de personalidad dominantes (frecuentemente ascendidos a posiciones de liderazgo) influyen desproporcionadamente en las decisiones colectivas, no por la calidad de sus argumentos, sino por la fuerza de su convicción. Estudios de dinámicas en consejos directivos revelan que las propuestas más audaces -aunque no necesariamente las más informadas- tienden a prevalecer, mientras las voces cautelosas son marginadas como “débiles” o “pesimistas”. Este sesgo hacia la acción temeraria se ve exacerbado por la “cascada de información”, donde los miembros del grupo van alineándose con la opinión inicialmente expresada con mayor seguridad, creando una ilusión de consenso. La neurociencia ha identificado que este fenómeno tiene bases biológicas: la testosterona (asociada a posiciones de dominio) reduce la conectividad entre la amígdala (centro del miedo) y la corteza prefrontal (reguladora de impulsos), creando un círculo vicioso donde el poder corrompe y la corrupción del juicio facilita la acumulación de más poder.

2. La Psicología de la Sumisión: Por Qué Obedecemos

El otro lado de la moneda del poder es la sumisión, un fenómeno igualmente complejo que desafía las nociones simplistas de coerción externa. Investigaciones en psicología social han demostrado que la obediencia a la autoridad surge de una combinación de factores cognitivos, emocionales y situacionales que interactúan para hacer que personas comunes actúen contra sus propios principios morales. Los famosos experimentos de Stanley Milgram en la Universidad de Yale revelaron que bajo ciertas condiciones, hasta el 65% de los participantes estaban dispuestos a administrar lo que creían ser descargas eléctricas potencialmente mortales a otro ser humano, simplemente porque una figura de autoridad se los ordenaba. Este hallazgo perturbador no se explica por la maldad intrínseca de las personas, sino por lo que Milgram llamó “estado agénico”: una suspensión temporal del juicio moral personal cuando nos percibimos como meros ejecutores de órdenes superiores.

La neurociencia ha aportado evidencia sobre los mecanismos cerebrales detrás de esta obediencia. Situaciones de sumisión a la autoridad activan la red neuronal por defecto (asociada a procesos automáticos y desatentos) mientras desactivan la red de prominencia (vinculada al procesamiento de información moralmente relevante). Esto sugiere que obedecer órdenes no requiere un esfuerzo cognitivo activo, mientras que desobedecer implica un costoso proceso de reactivación del juicio ético personal. Además, los estudios con imágenes cerebrales muestran que cuando las personas actúan bajo órdenes, la actividad en regiones asociadas a la culpa (como la corteza cingulada posterior) se reduce significativamente, lo que explica por qué podemos cometer actos bajo autoridad que nunca realizaríamos por iniciativa propia. Estos hallazgos ayudan a comprender desde atrocidades históricas hasta la complicidad con prácticas corruptas en organizaciones contemporáneas.

Sin embargo, la sumisión no siempre es pasiva o involuntaria. La teoría de la identidad social explica cómo los grupos humanos desarrollan obediencia a través de procesos de identificación positiva. Cuando internalizamos una identidad grupal (como miembro de un partido político, corporación o movimiento social), nuestras acciones buscan confirmar los valores y normas de ese grupo, incluso sin coerción explícita. Experimentos como los de la Prisión de Stanford demostraron cómo personas asignadas aleatoriamente a roles de guardias o prisioneros rápidamente internalizaban conductas asociadas a esos roles, mostrando que la sumisión (y el abuso de poder) emergen de dinámicas situacionales más que de disposiciones personales. Este insight es crucial: sugiere que todos somos potenciales cómplices de sistemas de poder, no por maldad individual, sino por nuestra capacidad psicológica de adaptarnos a roles y normas sociales. La buena noticia es que, comprendiendo estos mecanismos, podemos diseñar instituciones que fomenten la desobediencia ética cuando sea necesaria.

3. Resistencia al Poder: Los Fundamentos Psicológicos de la Desobediencia

Frente a estos sombríos hallazgos sobre el poder y la sumisión, la psicología también ha identificado factores que permiten a los individuos y grupos resistir a la autoridad injusta. La capacidad para la desobediencia no está distribuida equitativamente, sino que depende de características personales, contextos sociales y herramientas cognitivas específicas. Investigaciones sobre “personalidades resistentes” han identificado que los individuos más propensos a desafiar órdenes inmorales comparten ciertos rasgos: alta tolerancia a la ambigüedad, fuerte sentido de autonomía personal y lo que los psicólogos llaman “baja necesidad de cierre cognitivo” (capacidad para tolerar la incertidumbre sin recurrir a respuestas autoritarias). Estos atributos no son meramente innatos, sino que pueden cultivarse mediante educación crítica y exposición a experiencias que refuerzan la agencia personal.

Un descubrimiento crucial es el papel de los “modelos de desobediencia”: cuando una persona observa a otros desafiar la autoridad exitosamente, su propia probabilidad de resistencia aumenta exponencialmente. Esto explica por qué los movimientos sociales suelen ganar impulso de manera no lineal: una vez que un umbral crítico de participantes se alcanza, la inhibición social a unirse se reduce dramáticamente. La neurociencia social ha encontrado que presenciar actos de valentía moral activa el sistema de neuronas espejo y el circuito de recompensa cerebral, creando un impulso mimético hacia la acción colectiva. Aplicaciones prácticas de este principio incluyen el entrenamiento en desobediencia civil, donde los participantes practican estrategias para mantener su juicio moral en situaciones de presión grupal.

Las tecnologías cognitivas también pueden potenciar la resistencia. Técnicas como el “precompromiso” (establecer principios éticos por adelantado) y el “distanciamiento psicológico” (ver las situaciones como un observador externo) han demostrado aumentar la independencia de juicio. Igualmente importante es cultivar lo que los psicólogos llaman “humildad epistemológica”: el reconocimiento activo de los límites del propio conocimiento, que actúa como antídoto contra la sobreconfianza inducida por el poder. Institucionalmente, los sistemas de “contrapoderes” – donde diferentes grupos se vigilan y equilibran mutuamente – aprovechan estos insights psicológicos para crear estructuras menos propensas al abuso. La lección fundamental es que si el poder corrompe, entonces el diseño de nuestras instituciones debe asumir esta realidad psicológica, no confiar en falsas esperanzas sobre la virtud de los gobernantes.

Conclusión: Hacia una Psicología Política Crítica

Los hallazgos de la psicología del poder pintan un cuadro complejo: estamos biológica y culturalmente predispuestos tanto al abuso de autoridad como a la sumisión acrítica, pero también poseemos capacidades -a menudo subutilizadas- para la resistencia ética. Esta comprensión no debe llevar al cinismo, sino a un realismo informado que guíe el diseño de instituciones más justas. Si el poder inevitablemente distorsiona nuestro juicio, entonces necesitamos sistemas que limiten su concentración y fomenten la deliberación colectiva. Si la obediencia surge fácilmente, debemos educar para el pensamiento crítico desde la infancia. Y si la resistencia depende de modelos visibles y redes de apoyo, entonces fortalecer la sociedad civil no es un lujo, sino una necesidad psicológica. La psicología del poder nos recuerda que la democracia no es solo un conjunto de procedimientos, sino un logro frágil que requiere vigilancia constante contra nuestras propias tendencias autoritarias. En última instancia, comprender estos mecanismos es el primer paso para construir una sociedad donde el poder circule fluidamente, se cuestione responsablemente y siempre esté al servicio de la dignidad humana.

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