La Revolución de 1848: El Fin de la Monarquía de Julio y el Surgimiento de la Segunda República Francesa

Publicado el 11 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: El Contexto Previo a la Revolución de 1848

La Revolución de 1848 marcó un punto de inflexión en la historia europea, siendo un movimiento que no solo afectó a Francia sino que se extendió como un reguero de pólvora por todo el continente. Este estallido revolucionario tuvo sus raíces en una combinación de factores políticos, sociales y económicos que se venían acumulando durante el reinado de Luis Felipe I. La Monarquía de Julio, establecida tras la Revolución de 1830, había prometido un gobierno más liberal y representativo, pero en la práctica mantuvo un sistema político excluyente que beneficiaba principalmente a la burguesía adinerada. El sufragio censitario, que limitaba el derecho al voto a quienes pagaban cierta cantidad de impuestos, dejaba fuera a la gran mayoría de la población, incluyendo a la clase trabajadora y a los intelectuales republicanos. Esta exclusión política, sumada a una serie de crisis económicas y a un creciente descontento social, creó el caldo de cultivo perfecto para una nueva revolución.

Además de las tensiones internas, el contexto internacional jugó un papel crucial en el estallido de la Revolución de 1848. Europa vivía un periodo de agitación política, con movimientos nacionalistas y liberales que buscaban terminar con los regímenes absolutistas y establecer sistemas más democráticos. En Francia, estos ideales se mezclaron con demandas sociales más urgentes, como el derecho al trabajo y la mejora de las condiciones laborales. La crisis económica de 1846-1847, caracterizada por malas cosechas, escasez de alimentos y una recesión financiera, exacerbó las desigualdades y aumentó el malestar entre las clases populares. Las protestas comenzaron a organizarse en forma de banquetes políticos, una estrategia utilizada por los opositores para eludir la prohibición de reuniones públicas. Estos eventos, que inicialmente buscaban promover reformas pacíficas, terminaron por convertirse en el detonante de una revolución que cambiaría el curso de la historia francesa.

El 22 de febrero de 1848, cuando el gobierno prohibió uno de estos banquetes en París, las calles se llenaron de manifestantes que exigían reformas políticas y sociales. Lo que comenzó como una protesta pacífica rápidamente escaló a una insurrección generalizada, con barricadas levantadas en los barrios obreros y enfrentamientos entre los revolucionarios y las fuerzas del orden. La negativa de Luis Felipe a implementar cambios significativos y su decisión de reprimir las protestas con violencia militar solo aceleraron su caída. El 24 de febrero, tras tres días de intensos combates en París, el rey abdicó y huyó a Inglaterra, poniendo fin a la Monarquía de Julio y dando paso a la proclamación de la Segunda República Francesa. Este nuevo régimen prometía ser más inclusivo y democrático, pero pronto enfrentaría sus propios desafíos y contradicciones.

Las Demandas de los Revolucionarios: Política, Sociedad y Economía

La Revolución de 1848 fue un movimiento complejo que aglutinó a diversos grupos sociales con demandas y aspiraciones distintas, aunque convergentes en su oposición al régimen de Luis Felipe. Por un lado, la burguesía liberal, que había sido la gran beneficiaria de la Monarquía de Julio, ahora se dividía entre quienes apoyaban reformas moderadas y quienes exigían cambios más profundos en el sistema político. Los republicanos, por su parte, veían en la caída del rey la oportunidad de establecer un gobierno verdaderamente representativo, basado en el sufragio universal masculino y en la garantía de libertades civiles. Sin embargo, fueron las clases trabajadoras, empobrecidas y marginadas por el sistema económico vigente, las que llevaron al movimiento sus demandas más radicales, incluyendo el derecho al trabajo y la intervención del Estado en la economía para garantizar condiciones laborales justas.

En el ámbito político, una de las principales exigencias de los revolucionarios era la eliminación del sufragio censitario y la instauración del sufragio universal. Este reclamo no era nuevo, pero cobró fuerza durante los primeros días de la revuelta, cuando quedó claro que el sistema electoral excluyente había sido uno de los pilares del descontento popular. La provisional Segunda República, establecida tras la abdicación de Luis Felipe, respondió rápidamente a esta demanda, promulgando el decreto de sufragio universal masculino el 5 de marzo de 1848. Esta medida, aunque revolucionaria para la época, no estuvo exenta de controversias, ya que muchos temían que el voto de las masas, sin educación política suficiente, pudiera ser manipulado o conducir a gobiernos inestables. Aún así, representó un avance significativo en la democratización de Francia y sirvió de modelo para otros países europeos.

En el plano social y económico, las demandas fueron aún más profundas y conflictivas. Los trabajadores urbanos, especialmente en París, exigían el reconocimiento del “derecho al trabajo”, un concepto que reflejaba su desesperación ante el desempleo y la miseria generados por la crisis económica. Bajo presión, el gobierno provisional creó los Talleres Nacionales (Ateliers Nationaux), un programa de empleo público que buscaba absorber a los desempleados en obras de infraestructura. Sin embargo, esta solución improvisada pronto mostró sus limitaciones: los Talleres fueron criticados por su ineficiencia y alto costo, y se convirtieron en un punto de fricción entre los trabajadores y las clases medias, que temían el aumento de los impuestos para financiarlos. Estas tensiones entre las expectativas populares y la realidad económica del país llevarían, en junio de 1848, a un nuevo estallido de violencia conocido como las “Jornadas de Junio”, uno de los episodios más sangrientos de la revolución.

Las Jornadas de Junio de 1848: El Conflicto entre la República y los Trabajadores

Las Jornadas de Junio de 1848 representaron el momento más trágico y divisivo de la Revolución de 1848, marcando un punto de ruptura entre la Segunda República y el movimiento obrero que había contribuido a su establecimiento. El conflicto surgió cuando el gobierno, dominado por republicanos moderados y conservadores, decidió cerrar los Talleres Nacionales, argumentando que eran económicamente insostenibles y políticamente peligrosos. Para los trabajadores, esta medida fue vista como una traición a las promesas de la revolución, ya que eliminaba su principal fuente de sustento en un contexto de crisis económica. El 23 de junio, miles de obreros parisinos tomaron las calles y levantaron barricadas en los barrios populares, iniciando una insurrección que rápidamente se extendió por toda la ciudad. Lo que comenzó como una protesta contra el cierre de los Talleres se transformó en un enfrentamiento abierto entre las clases populares y las fuerzas del orden, incluyendo a la Guardia Nacional y al ejército.

La represión de las Jornadas de Junio fue brutal y dejó un saldo de miles de muertos, tanto entre los insurgentes como entre las fuerzas gubernamentales. El general Louis-Eugène Cavaignac, encargado de sofocar la rebelión, utilizó tácticas militares implacables, incluyendo el bombardeo de los barrios obreros y la ejecución sumaria de prisioneros. La violencia desatada durante estos días no solo demostró la determinación del gobierno de mantener el orden a cualquier costo, sino que también profundizó la división entre los republicanos burgueses y el proletariado urbano. Para muchos trabajadores, las Jornadas de Junio fueron una prueba de que la Segunda República no representaba sus intereses, sino los de las clases privilegiadas que temían una revolución social más radical. Este distanciamiento entre el movimiento obrero y el republicanismo moderado tendría consecuencias duraderas en la política francesa, allanando el camino para el surgimiento de movimientos socialistas y el eventual ascenso de Luis Napoleón Bonaparte.

Desde una perspectiva más amplia, las Jornadas de Junio también tuvieron un impacto significativo en el resto de Europa, donde las noticias de la represión en París fueron recibidas con alarma por los movimientos revolucionarios. En países como Alemania, Italia y Austria, donde también se habían producido levantamientos inspirados por el ejemplo francés, la derrota de los trabajadores parisinos fue interpretada como una señal de que las fuerzas conservadoras estaban recuperando terreno. Este efecto dominó contribuyó al fracaso final de las revoluciones de 1848 en gran parte del continente, consolidando el poder de las monarquías y las élites tradicionales. En Francia, sin embargo, la situación siguió evolucionando hacia un desenlace inesperado: la elección de Luis Napoleón Bonaparte como presidente de la República en diciembre de 1848, un hecho que marcaría el inicio de un nuevo periodo de inestabilidad y, eventualmente, el retorno del autoritarismo bajo el Segundo Imperio.

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