Populismo y Medios de Comunicación: Una Relación Simbiótica Peligrosa

Publicado el 14 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: El Populismo en la Era de la Comunicación Digital

El populismo contemporáneo ha encontrado en los medios de comunicación y las redes sociales un aliado fundamental para su expansión, creando una relación simbiótica que redefine el espacio público y desafía los principios tradicionales del periodismo democrático. Esta dinámica se ha intensificado con la revolución digital, permitiendo a líderes populistas establecer conexiones directas con sus bases sin la intermediación de gatekeepers informativos, como editores, periodistas o fact-checkers. Donald Trump, con su uso estratégico de Twitter, demostró cómo un político puede dominar el ciclo noticioso las 24 horas, generando controversias calculadas que mantienen su mensaje en el centro del debate público. Análisis del Pew Research Center revelan que durante su presidencia, Trump produjo un promedio de 12 tuits diarios, muchos de ellos con afirmaciones falsas o engañosas que los medios tradicionales se veían obligados a cubrir, amplificando así su alcance. Este fenómeno no se limita a Estados Unidos; en Brasil, Jair Bolsonaro ha utilizado Facebook Live para transmitir mensajes semanales a millones de seguidores, evitando preguntas incómodas de la prensa profesional. La viralidad inherente a las plataformas digitales premia justamente el tipo de discurso que caracteriza al populismo: simple, emocional, polarizador y frecuentemente basado en afirmaciones maniqueas que dividen la realidad entre “nosotros” (el pueblo) y “ellos” (las élites corruptas).

Sin embargo, esta relación entre populismo y medios es más compleja que una mera instrumentalización de las redes sociales. Los líderes populistas han desarrollado una estrategia comunicacional bifronte: por un lado, atacan ferozmente a los medios tradicionales, acusándolos de ser parte del establishment que desprecian (“fake news”, “prensa vendida”, “periodistas mentirosos”); por otro, cultivan relaciones privilegiadas con medios afines que funcionan como cajas de resonancia de su mensaje. En Hungría, Viktor Orbán ha transformado el panorama mediático mediante adquisiciones hostiles y presión regulatoria, hasta controlar el 80% de los medios según Reporteros Sin Fronteras. En México, Andrés Manuel López Obrador mantiene una conferencia de prensa matutina de dos horas donde combina anuncios de gobierno con ataques a periodistas críticos, mientras favorece con publicidad oficial a medios que le son leales. Esta estrategia dual -demonizar a los medios independientes mientras se construye un aparato mediático paralelo- ha demostrado ser extraordinariamente efectiva para erosionar el concepto mismo de verdad factual, creando burbujas informativas donde solo las versiones favorables al líder son consideradas legítimas por sus seguidores.

El Ataque Populista a la Prensa Independiente: Tácticas y Consecuencias

Los gobiernos populistas han desarrollado un repertorio sofisticado de tácticas para neutralizar el periodismo crítico, que van desde la estigmatización pública hasta mecanismos legales y económicos diseñados para asfixiar financieramente a los medios independientes. Una estrategia común es la utilización de demandas judiciales abusivas (conocidas como SLAPP – Strategic Lawsuit Against Public Participation) para intimidar a periodistas y medios con costosos procesos legales. En Filipinas, Rodrigo Duterte promovió más de una docena de demandas por difamación contra medios que investigaban su guerra contra las drogas, incluyendo el histórico Manila Times. Datos del Comité para la Protección de Periodistas (CPJ) indican que las demandas por difamación contra periodistas se han triplicado en países con gobiernos populistas en la última década. Otra táctica frecuente es el uso discriminatorio de la publicidad oficial: en Argentina, el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner redujo en un 60% la pauta publicitaria en medios críticos mientras la aumentaba en afines, según auditorías de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC). Este mecanismo es particularmente efectivo en países donde los medios dependen económicamente del estado, permitiendo a los gobiernos premiar la lealtad y castigar la independencia editorial.

Más allá de las presiones económicas, los líderes populistas han perfeccionado el arte de la deslegitimación personal contra periodistas, exponiéndolos al escarnio público y, en casos extremos, a la violencia física. En Brasil, Jair Bolsonaro llamó repetidamente por nombre a periodistas críticos en sus redes sociales, acompañando estas menciones con acusaciones infundadas que generaban oleadas de ataques digitales (doxxing, amenazas de muerte) por parte de sus seguidores. La Asociación Brasileña de Periodismo Investigativo (Abraji) registró un aumento del 300% en agresiones a periodistas durante su mandato. En India, Narendra Modi y su partido BJP han utilizado bots y ejércitos digitales para inundar las redes sociales de periodistas críticos con mensajes de odio y campañas coordinadas de desprestigio. Estas tácticas tienen un efecto escalofriante (chilling effect) que va más allá de las víctimas directas: generan autocensura en redacciones enteras por miedo a represalias. Un estudio de la Universidad de Oxford en 15 países encontró que el 65% de los periodistas en naciones con gobiernos populistas admiten evitar ciertos temas sensibles por temor a consecuencias profesionales o personales. El resultado neto es un espacio público empobrecido, donde los ciudadanos tienen acceso a información cada vez más sesgada y menos verificada, justo cuando más necesitan datos confiables para evaluar las promesas y desempeño de gobiernos que suelen desafiar los límites democráticos.

Redes Sociales y Desinformación: El Combustible del Populismo Digital

Las plataformas digitales han transformado radicalmente el ecosistema de información política, creando condiciones ideales para la propagación del discurso populista a escala global. Investigaciones del MIT han demostrado que las noticias falsas se difunden seis veces más rápido que las verdaderas en Twitter, y que los contenidos que apelan a emociones como el miedo o la indignación -precisamente las que dominan el lenguaje populista- tienen un 70% más de probabilidades de ser compartidas. Esta economía de la atención, donde el engagement prima sobre la veracidad, ha sido explotada sistemáticamente por movimientos populistas. En las elecciones brasileñas de 2018, el equipo de Bolsonaro gastó millones en anuncios en WhatsApp que vinculaban a su opositor Fernando Haddad con temas como la pedofilia y el comunismo, mensajes que fueron reenviados masivamente en cadenas privadas fuera del radar de los verificadores de datos. Un análisis de la Universidad de São Paulo estimó que el 60% de los brasileños recibieron al menos un mensaje político falso durante esa campaña. Casos similares se han documentado en India, donde el BJP de Modi utilizó la aplicación ShareChat para difundir memes islamofóbicos, y en Filipinas, donde equipos pagados organizaban avalanchas de comentarios pro-Duterte en Facebook.

Ante esta avalancha de desinformación, las plataformas tecnológicas han respondido con medidas a menudo tardías e insuficientes. Facebook prohibió los anuncios políticos microsegmentados después de las elecciones estadounidenses de 2020, pero permitió que Bolsonaro siguiera utilizando esta táctica en 2022. Twitter implementó etiquetas de “información engañosa” durante la pandemia, pero líderes como López Obrador en México continuaron difundiendo remedios no probados contra el COVID-19 sin consecuencias. El problema fundamental es que el modelo de negocio de estas plataformas -basado en maximizar el tiempo de pantalla y la recolección de datos- está estructuralmente en conflicto con la integridad del debate democrático. Como ha señalado la experta en tecnología Renée DiResta, los algoritmos no están diseñados para promover la verdad o el consenso, sino para identificar y explotar las divisiones existentes en la sociedad, ya que estas generan más interacciones y, por tanto, más ingresos publicitarios. Esta dinámica crea un círculo vicioso donde el discurso populista, inherentemente divisivo, recibe amplificación algorítmica, mientras voces moderadas o basadas en evidencia quedan relegadas a la invisibilidad. Encuestas de YouGov en 12 países muestran que los votantes de partidos populistas son significativamente más propensos a creer en teorías conspirativas y a considerar a los medios tradicionales como “injustamente críticos”, lo que sugiere que esta dinámica está generando realidades paralelas irreconciliables dentro de una misma sociedad.

Resistencia Periodística: Estrategias para Defender el Espacio Público

Frente a este panorama desafiante, medios independientes y organizaciones de la sociedad civil han desarrollado estrategias innovadoras para contrarrestar el asedio populista a la información veraz. Una de las más efectivas ha sido el periodismo colaborativo transnacional, donde redacciones de múltiples países unen recursos para investigar casos de corrupción o abuso de poder que los gobiernos populistas intentan ocultar. El Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), responsable de los Panama Papers y los Pandora Papers, ha demostrado cómo este modelo puede eludir presiones nacionales al hacer que las revelaciones sean simultáneas en decenas de medios globales, dificultando su censura. En América Latina, plataformas como Connectas y Distintas Latitudes han permitido a periodistas locales publicar investigaciones sensibles en medios internacionales cuando enfrentan bloqueos en sus países. Otra estrategia clave ha sido la profesionalización de la verificación de datos (fact-checking), con iniciativas como Chequeado en Argentina, Aos Fatos en Brasil y Maldita.es en España desmontando sistemáticamente afirmaciones falsas de líderes populistas. Estudios del Duke Reporters’ Lab muestran que los fact-checks reducen en un 30% la probabilidad de que los usuarios crean en noticias falsas, aunque su impacto es menor entre los seguidores más leales del populismo, quienes tienden a desconfiar de cualquier fuente que contradiga a su líder.

A más largo plazo, la defensa del espacio público requiere reformas estructurales que vayan más allá del periodismo. Varios países han avanzado en legislación para proteger la independencia mediática, como la Ley de Medios de Australia que obliga a plataformas digitales a pagar por contenido periodístico, o la reciente Digital Services Act de la Unión Europea que exige mayor transparencia en algoritmos y publicidad política. En el ámbito educativo, programas de alfabetización mediática como los implementados en Finlandia y Canadá están demostrando ser efectivos para dotar a los ciudadanos, especialmente a jóvenes, de herramientas críticas para navegar el ecosistema digital. Quizás el desafío más complejo sea reconstruir la confianza en instituciones mediadoras -medios, universidades, organismos técnicos- que los discursos populistas han sistemáticamente debilitado. Como señala la experta en desinformación Claire Wardle, esto requiere que los medios abandonen el falso equilibrio (“bothsideism”) que iguala opiniones infundadas con análisis basados en evidencia, al tiempo que deben hacer un mejor trabajo representando la diversidad real de las sociedades a las que sirven. En última instancia, la batalla entre populismo y periodismo independiente es una lucha por el tipo de realidad que compartiremos como sociedad, y sus resultados definirán si las democracias pueden mantener conversaciones basadas en hechos comunes o se fracturarán en tribus informativas irreconciliables.

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