Abraham como Figura de Diálogo Interreligioso: Puentes y Tensiones entre Judaísmo, Cristianismo e Islam

Publicado el 9 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Potencial Unificador de la Figura Abrahámica

En un mundo marcado por crecientes tensiones interreligiosas, la figura de Abraham emerge como un recurso único para el diálogo entre judíos, cristianos y musulmanes, las tres grandes religiones que se reconocen como herederas de su legado espiritual. Este potencial ecuménico deriva de varios factores: Abraham es un personaje central en las escrituras fundacionales de las tres tradiciones (Torá, Biblia y Corán), es considerado padre de los creyentes en las tres religiones, y su historia contiene valores universales como la fe, la hospitalidad y la justicia que trascienden particularismos doctrinales. Organizaciones como la Fundación para el Encuentro de las Religiones Abrahámicas (FAER) han desarrollado programas educativos basados en esta herencia compartida, mientras que documentos interreligiosos como “Nostra Aetate” del Concilio Vaticano II y la declaración “Una Palabra Común” entre eruditos musulmanes y cristianos invocan explícitamente a Abraham como figura unificadora. Ciudades con presencia significativa de las tres religiones, como Jerusalén, Sarajevo o Nueva York, han visto surgir iniciativas como las “Casas de Abraham” – centros donde se practica la hospitalidad interreligiosa siguiendo el modelo del patriarca. Estas experiencias concretas muestran cómo la referencia abrahámica puede servir de puente práctico para la cooperación en áreas como la educación, la asistencia social y la promoción de la paz.

Sin embargo, este potencial unificador coexiste con tensiones interpretativas profundas. Cada tradición reclama a Abraham como propio, enfatizando aspectos distintos de su biografía espiritual: los judíos lo ven como primer hebreo y padre del pueblo elegido; los cristianos como modelo de fe justificada por gracia; los musulmanes como hanif (monoteísta puro) y constructor de la Kaaba. Estas diferencias no son meramente académicas, sino que afectan cuestiones identitarias fundamentales como la pertenencia al pacto, la práctica religiosa y la relación con la tierra (especialmente en el contexto del conflicto palestino-israelí). Estudios sociológicos como los de Adam Seligman muestran que el éxito de las iniciativas abrahámicas depende de equilibrar cuidadosamente la afirmación de particularidades con el reconocimiento de valores compartidos. Psicólogos interreligiosos han observado que el enfoque en Abraham permite a los creyentes sentirse seguros en su identidad mientras exploran conexiones con otras tradiciones, reduciendo así las actitudes defensivas que suelen obstaculizar el diálogo. Este equilibrio delicado entre unidad y diversidad es precisamente lo que hace de Abraham una figura tan potente y a la vez tan compleja para el encuentro interreligioso contemporáneo.

Abraham en el Diálogo Judeo-Cristiano: Superando la Teología del Reemplazo

El diálogo judeo-cristiano ha experimentado una transformación radical en su comprensión de Abraham desde la segunda mitad del siglo XX, especialmente tras el Holocausto y los documentos conciliares que rechazaron la teología del reemplazo (la idea de que la Iglesia había suplantado a Israel como pueblo de Dios). Declaraciones cristianas como “Nostra Aetate” (1965) y “Dabru Emet” (2000) de eruditos judíos han reafirmado la validez permanente del pacto abrahámico con el pueblo judío, marcando un hito en las relaciones entre ambas religiones. Teólogos cristianos como el cardenal Walter Kasper han desarrollado una “teología de la alianza” que reconoce caminos paralelos de salvación: el de Israel a través de la Torá y el de los gentiles a través de Cristo, ambos arraigados en la promesa a Abraham. Esta perspectiva ha permitido reinterpretar pasajes neotestamentarios como Gálatas 3, tradicionalmente leídos como invalidación del pacto judío, en claves más compatibles con el respeto a la identidad judía. Por su parte, pensadores judíos como Franz Rosenzweig y Martin Buber habían ya preparado este acercamiento al presentar el cristianismo como instrumento divino para llevar el monoteísmo abrahámico a las naciones, sin que esto anulara la elección de Israel.

Las implicaciones prácticas de este cambio teológico son significativas. Muchas comunidades cristianas han revisado sus liturgias para eliminar lecturas supersesionistas de Abraham, mientras instituciones educativas judías y cristianas desarrollan programas conjuntos de estudio de los textos abrahámicos. El movimiento “Raíces Judías del Cristianismo” ha redescubierto la dimensión judía de Jesús como hijo de Abraham, influyendo en la espiritualidad cristiana contemporánea. Sin embargo, persisten desafíos importantes: algunas denominaciones cristianas mantienen interpretaciones tradicionales que espiritualizan las promesas a Abraham, mientras sectores del judaísmo ortodoxo ven con escepticismo estos acercamientos. El tema de la tierra prometida sigue siendo particularmente sensible, especialmente en relación con el conflicto israelí-palestino, donde ambas partes invocan a Abraham como justificación de sus reclamos. A pesar de estas tensiones, el diálogo judeo-cristiano contemporáneo muestra cómo la figura abrahámica, lejos de ser motivo de división, puede convertirse en recurso para una relación más madura y respetuosa entre las dos religiones, basada en el reconocimiento de raíces comunes y diferencias irreductibles.

El Diálogo Islámico-Cristiano en Torno a la Figura de Ibrahim

Las relaciones entre islam y cristianismo encuentran en la figura de Ibrahim (Abraham) un terreno común especialmente fértil, como lo demuestra la frecuencia con que el Corán invoca al patriarca en su diálogo con cristianos y judíos. La declaración “Una Palabra Común” (2007), firmada por 138 destacados eruditos musulmanes dirigida a líderes cristianos, se basa explícitamente en el doble mandamiento abrahámico de amar a Dios y al prójimo como fundamento para la paz interreligiosa. Documentos posteriores como los firmados en el Seminario de Yakarta (2018) han profundizado este enfoque, desarrollando una “teología abrahámica” compartida que enfatiza valores como la justicia, la compasión y la santidad de la vida humana. En contextos de tensión como Nigeria o Filipinas, organizaciones inspiradas en esta visión han logrado crear espacios de reconciliación entre comunidades musulmanas y cristianas. El trabajo de teólogos como Mustafa Abu Sway y David Shenk ha mostrado cómo el énfasis coránico en Ibrahim como hanif (monoteísta puro) que no era “ni judío ni cristiano” (Sura 3:67) puede leerse no como rechazo a estas religiones, sino como invitación a trascender etiquetas sectarias para encontrar una base común en la sumisión a Dios.

Sin embargo, el diálogo islámico-cristiano en torno a Abraham enfrenta desafíos particulares. Las diferencias en la comprensión de la descendencia abrahámica (a través de Isaac en la tradición judeocristiana, de Ismael en la islámica) afectan percepciones sobre la legitimidad religiosa histórica. La cuestión de la Trinidad, que el Corán critica como desviación del monoteísmo abrahámico (Sura 4:171), sigue siendo un obstáculo teológico importante. Prácticas como la peregrinación a la Kaaba (vinculada a Ibrahim en el islam pero no en el cristianismo) muestran cómo un mismo personaje puede generar tradiciones rituales divergentes. A pesar de estas diferencias, experiencias como las de la comunidad de Sant’Egidio demuestran que el enfoque en valores abrahámicos compartidos (hospitalidad, justicia para los pobres, oración) puede generar colaboraciones concretas que trascienden disputas doctrinales. En regiones como África subsahariana, donde cristianos y musulmanes conviven estrechamente, la figura de Abraham/Ibrahim se ha convertido en símbolo de coexistencia pacífica, inspirando proyectos educativos y sociales conjuntos que transforman el potencial teórico de diálogo en realidades comunitarias tangibles.

El Encuentro Tripartito: Judaísmo, Cristianismo e Islam en Diálogo Abrahámico

Las iniciativas que reúnen a las tres tradiciones abrahámicas en diálogo representan el nivel más complejo y a la vez más prometedor del encuentro interreligioso contemporáneo. Organizaciones como el Congreso Mundial de Religiones Étnicas, el Parlamento de las Religiones del Mundo o la reciente Casa de la Familia Abrahámica en Abu Dabi (inaugurada en 2023) han creado espacios donde judíos, cristianos y musulmanes exploran su herencia común mientras reconocen diferencias irreconciliables. El modelo de “diálogo trialógico” desarrollado por pensadores como Leonard Swidler propone superar el enfoque binario tradicional para abordar las dinámicas más complejas de interacción entre las tres religiones. En ciudades multiculturales como Nueva York, Londres o Estambul, proyectos educativos enseñan a niños de las tres religiones sobre su ascendencia abrahámica compartida, utilizando métodos pedagógicos innovadores que combinan estudio textual con experiencias de convivencia. Investigaciones como las del Proyecto sobre Religión y Vida Pública de Pew Research Center muestran que estos enfoques tienen impacto real en la reducción de prejuicios interreligiosos, especialmente entre jóvenes.

Los desafíos del diálogo tripartito son significativos. Las asimetrías históricas (especialmente en contextos occidentales donde el cristianismo ha sido dominante) complican la creación de espacios verdaderamente equitativos. El conflicto israelí-palestino proyecta sus sombras sobre muchos encuentros, ya que ambas partes invocan a Abraham como justificación de sus reclamos territoriales. Diferencias en estatus legal de las religiones en diversos países afectan la capacidad de representantes para participar en pie de igualdad. Sin embargo, casos exitosos como el de Sarajevo – donde después de la guerra interétnica de los 90 se han desarrollado programas abrahámicos de reconciliación – muestran el potencial transformador de este enfoque. La Declaración de Marrakech (2016), en la que eruditos musulmanes reafirmaron los derechos de minorías religiosas en países islámicos citando el pacto de Medina del Profeta Muhammad (que invoca a Abraham), ilustra cómo la referencia abrahámica puede influir incluso en políticas públicas. Estos desarrollos sugieren que, a pesar de las dificultades, el diálogo tripartito basado en la herencia compartida de Abraham sigue siendo uno de los caminos más prometedores para la construcción de paz interreligiosa en el siglo XXI.

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