¿Cómo se construye la identidad social desde la Microsociología?
La identidad social es un concepto fundamental en las ciencias sociales, especialmente en la microsociología, que estudia las interacciones cotidianas y su impacto en la formación del “yo”. A diferencia de enfoques macroestructurales, la microsociología se centra en cómo los individuos negocian, interpretan y construyen su identidad a través de pequeñas acciones, discursos y relaciones interpersonales. Autores como Erving Goffman, Harold Garfinkel y George Herbert Mead han aportado teorías clave para entender este proceso desde una perspectiva situada en lo cotidiano. En este artículo, exploraremos cómo se construye la identidad social desde la microsociología, analizando conceptos como la “presentación del yo”, la “etnometodología” y el “interaccionismo simbólico”. Además, discutiremos cómo las redes sociales digitales han reconfigurado estos procesos en la era contemporánea.
La identidad no es algo estático, sino un fenómeno dinámico que se moldea en la interacción constante con otros. Goffman, por ejemplo, comparó la vida social con un teatro, donde cada individuo desempeña un rol y ajusta su actuación según el público. Este enfoque dramaturgico revela que la identidad es performativa, es decir, se construye mediante gestos, palabras y estrategias de autopresentación. Por otro lado, la etnometodología de Garfinkel enfatiza cómo las personas utilizan métodos prácticos para dar sentido a su mundo social, estableciendo normas tácitas que guían su comportamiento. Finalmente, Mead aportó la idea del “otro generalizado”, que explica cómo internalizamos las expectativas sociales para formar un autoconcepto coherente. Estos marcos teóricos nos permiten entender que la identidad no es solo una construcción individual, sino un producto de negociaciones microsociales.
La Teoría de la Presentación del Yo de Erving Goffman
Uno de los aportes más influyentes de la microsociología es la teoría de la “presentación del yo” desarrollada por Erving Goffman en su obra La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959). Goffman propone que las interacciones sociales son como actuaciones teatrales, donde los individuos gestionan impresiones para proyectar una imagen deseada. Según este enfoque, la identidad se negocia en escenarios específicos (como el trabajo, la familia o las redes sociales), y las personas ajustan su comportamiento según las expectativas del público. Por ejemplo, un profesional puede adoptar un lenguaje formal en la oficina, pero ser más relajado entre amigos. Esta adaptación constante demuestra que la identidad es flexible y contextual.
Goffman también introduce conceptos como el “frente” (la imagen pública que uno proyecta) y el “trasfondo” (los aspectos ocultos de la identidad que solo se revelan en privado). La gestión de estas facetas requiere un trabajo emocional y cognitivo, ya que las personas deben alinear sus acciones con las normas sociales para evitar el descrédito. Un ejemplo claro es el uso de redes sociales como Instagram o LinkedIn, donde los usuarios curan cuidadosamente su perfil para mostrar logros y omitir fracasos. Esta selección estratégica de información ilustra cómo la identidad se construye mediante la exclusión y el énfasis de ciertos rasgos. Además, Goffman señala que cuando alguien rompe las reglas no escritas (por ejemplo, actuar de manera incoherente en una situación formal), puede sufrir sanciones sociales como el ridículo o el aislamiento. Por lo tanto, la identidad no es solo una elección personal, sino un equilibrio entre agencia individual y presión grupal.
Etnometodología y Construcción de la Realidad Social
La etnometodología, desarrollada por Harold Garfinkel, es otra corriente microsociológica clave para entender la construcción de la identidad social. A diferencia de Goffman, que se centra en la actuación, Garfinkel estudia cómo las personas crean y mantienen un sentido compartido de la realidad a través de prácticas cotidianas. Según este enfoque, la identidad emerge de procesos interpretativos donde los individuos aplican “métodos” tácitos para dar coherencia a sus interacciones. Por ejemplo, cuando alguien saluda con un “¿Cómo estás?”, no espera un informe detallado de salud, sino una respuesta ritual como “Bien, ¿y tú?”. Romper esta expectativa (respondiendo con una lista de problemas) genera confusión porque desafía las normas implícitas de la comunicación.
Garfinkel demostró esto con sus famosos “experimentos de ruptura”, donde los participantes alteraban deliberadamente comportamientos habituales para observar las reacciones. En uno de ellos, estudiantes actuaron como huéspedes en sus propias casas, tratando a sus familias con formalidad extrema. Los familiares reaccionaron con incomodidad e incluso enojo, evidenciando que la identidad se basa en acuerdos tácitos sobre lo que es “normal”. Estos experimentos revelan que la realidad social no es algo dado, sino una construcción frágil que depende de la cooperación mutua. Aplicado a la identidad, esto significa que nuestro sentido del “yo” está anclado en expectativas culturales y situacionales. Por ejemplo, ser “un buen estudiante” implica cumplir ciertos rituales (entregar tareas, participar en clase), y desviarse de ellos puede llevar a que otros cuestionen nuestra identidad académica. Así, la etnometodología muestra que la identidad es un logro interactivo, no una esencia fija.
Interaccionismo Simbólico y el Otro Generalizado
El interaccionismo simbólico, desarrollado por George Herbert Mead y ampliado por Herbert Blumer, ofrece otra perspectiva clave para entender la construcción de la identidad social desde la microsociología. Esta teoría sostiene que el significado de los objetos, situaciones e incluso de nosotros mismos surge a través de la interacción social. A diferencia de enfoques que ven la identidad como determinada por estructuras macrosociales (como la clase o la raza), el interaccionismo simbólico enfatiza cómo las personas interpretan activamente los símbolos (palabras, gestos, normas) para dar forma a su autoconcepto. Mead introdujo conceptos fundamentales como el “yo” (self), el “mi” (me) y el “otro generalizado”, que explican cómo internalizamos las expectativas sociales para desarrollar una identidad coherente.
El “yo” (self) en Mead es un proceso dinámico que surge de la interacción entre el “yo” espontáneo (I) y el “mi” socializado (me). El “yo” representa la parte creativa e impredecible de la identidad, mientras que el “mi” refleja las normas y valores internalizados del grupo. Por ejemplo, cuando alguien decide si hablar en una reunión, el “mi” puede recordarle que debe respetar turnos, mientras que el “yo” podría impulsarle a intervenir apasionadamente. Este diálogo interno muestra que la identidad es una negociación constante entre deseos personales y presiones sociales. Además, Mead argumenta que el “otro generalizado” (la visión internalizada del grupo) permite a las personas anticipar reacciones y ajustar su conducta. Un niño, por ejemplo, aprende a ser “estudiante” al entender lo que profesores y compañeros esperan de él, moldeando así su identidad en el aula.
Blumer, por su parte, añadió tres premisas centrales al interaccionismo simbólico:
- Las personas actúan basándose en los significados que atribuyen a las cosas.
- Estos significados surgen de la interacción social.
- Los significados se modifican mediante procesos interpretativos.
Esto implica que la identidad no es fija, sino que se redefine en cada contexto. Por ejemplo, ser “líder” en un equipo deportivo no es lo mismo que en un entorno laboral, ya que los símbolos asociados (autoridad, cooperación) varían según el grupo. Esta flexibilidad explica por qué las personas pueden experimentar conflictos identitarios cuando cambian de entorno (como migrantes que deben adaptarse a nuevas culturas).
Redes Sociales Digitales y la Identidad Fragmentada
En la era digital, las redes sociales han transformado radicalmente los procesos microsociológicos de construcción identitaria. Plataformas como Facebook, Instagram y TikTok funcionan como escenarios virtuales donde los usuarios gestionan múltiples “yoes” mediante curación de contenidos, filtros y narrativas personalizadas. Goffman diría que estas plataformas son “frentes” amplificados, donde la actuación se vuelve más consciente y permanente debido a la audiencia global. Sin embargo, la identidad en línea también introduce nuevos desafíos, como la fragmentación (tener versiones distintas en cada red) y la disonancia entre el yo virtual y el offline.
Investigaciones recientes muestran que los adolescentes, por ejemplo, experimentan ansiedad al gestionar su imagen en Instagram, donde las comparaciones con influencers generan presiones irreales. Aquí, el “otro generalizado” se expande a miles de espectadores anónimos, distorsionando la autopercepción. Además, la etnometodología aplicada a entornos digitales revela que normas implícitas (como “dar like” a publicaciones de amigos) crean obligaciones sociales invisibles. Romper estas reglas (ignorar un mensaje) puede leerse como rechazo, afectando relaciones.
Conclusiones
La microsociología demuestra que la identidad social no es un rasgo innato, sino un producto de interacciones cotidianas. Desde las actuaciones de Goffman hasta los símbolos de Mead y los métodos cotidianos de Garfinkel, estas teorías revelan que el “yo” se negocia constantemente en pequeños gestos, palabras y adaptaciones situacionales. En la era digital, este proceso se ha vuelto más complejo, con identidades multiplicadas y audiencias globales. Entender estos mecanismos ayuda a comprender conflictos identitarios contemporáneos, desde crisis de autenticidad hasta el impacto de las redes en la salud mental. La identidad, en definitiva, es una obra colectiva escrita en escenarios grandes y pequeños.
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