Conflictos con los realistas y las potencias europeas durante la independencia argentina

Publicado el 4 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

Los orígenes del conflicto entre criollos y realistas en el Virreinato del Río de la Plata

El proceso de independencia argentina no puede entenderse sin analizar las tensiones profundas entre los criollos y los realistas, que representaban los intereses de la Corona española. Desde la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776, las élites locales habían acumulado un creciente descontento frente al centralismo borbónico, que limitaba su participación política y económica.

Las reformas borbónicas, implementadas en el siglo XVIII, buscaban reforzar el control metropolitano sobre las colonias, pero terminaron exacerbando las divisiones entre los peninsulares, que ocupaban los cargos administrativos más importantes, y los criollos, relegados a posiciones secundarias. Esta desigualdad generó un caldo de cultivo para el surgimiento de ideas autonomistas, que luego evolucionarían hacia el independentismo.

La invasión napoleónica a España en 1808 y la crisis de legitimidad monárquica aceleraron este proceso, pues la Junta Central de Sevilla perdió autoridad ante los ojos de las colonias. En Buenos Aires, donde la élite criolla tenía una fuerte influencia comercial e intelectual, la idea de autogobierno cobró fuerza rápidamente. Sin embargo, los realistas, compuestos por funcionarios coloniales, sectores eclesiásticos conservadores y algunas provincias leales a la Corona, resistieron ferozmente estos cambios, desencadenando una serie de conflictos armados y políticos que marcarían la lucha por la independencia.

La resistencia realista y su alianza con las potencias europeas

A medida que el movimiento independentista avanzaba, los realistas no solo se apoyaron en sus fuerzas locales, sino que también buscaron el respaldo de las potencias europeas, especialmente de la Santa Alianza, que promovía la restauración monárquica tras el Congreso de Viena en 1815. España, debilitada por la guerra contra Napoleón, no pudo enviar ejércitos significativos al Río de la Plata, pero sí alentó a las regiones leales, como el Alto Perú y Montevideo, a resistir. Montevideo, por ejemplo, se convirtió en un bastión realista hasta 1814, cuando las fuerzas de las Provincias Unidas lograron tomar el control.

Sin embargo, la amenaza europea no se limitaba a España. Portugal, con intereses expansionistas en la Banda Oriental, intervino militarmente en 1816 bajo el pretexto de “pacificar” la región, aunque en realidad buscaba anexar territorios. Más tarde, la posibilidad de una intervención armada de la Santa Alianza, que incluía a potencias como Francia y Rusia, generó temor entre los líderes independentistas.

Este contexto internacional influyó en decisiones políticas clave, como la rápida declaración de independencia en 1816 en el Congreso de Tucumán, que buscaba consolidar una posición unificada frente a las amenazas externas. La diplomacia de las Provincias Unidas, liderada por figuras como Bernardino Rivadavia, intentó sin éxito ganar reconocimiento europeo, mientras las potencias mantenían una actitud hostil hacia los procesos revolucionarios en América.

La dimensión sociopolítica del conflicto: divisiones internas y proyectos contrapuestos

El enfrentamiento entre independentistas y realistas no fue solo militar, sino también un reflejo de profundas divisiones sociopolíticas dentro del territorio argentino. Mientras Buenos Aires abrazaba las ideas revolucionarias, otras regiones, como el noroeste y Córdoba, mostraban resistencias debido a su estructura económica y social más tradicional. Los realistas encontraron apoyo en sectores que dependían del sistema colonial, como los comerciantes monopolistas y parte del clero, que veían en la independencia una amenaza a sus privilegios.

Por otro lado, los sectores populares, incluidos gauchos, indígenas y mestizos, tuvieron un rol ambiguo: algunos se sumaron a las filas patriotas, mientras otros apoyaron a los realistas por desconfianza hacia las élites criollas. Esta fragmentación social complicó la consolidación de un proyecto político unificado. Además, las diferencias entre unitarios y federales, que estallarían después de la independencia, ya se insinuaban en este período.

Los líderes independentistas, como Manuel Belgrano y José de San Martín, debieron lidiar no solo con el enemigo externo, sino también con las tensiones internas que ponían en riesgo la cohesión del movimiento. La falta de consenso sobre la forma de gobierno y la distribución del poder entre las provincias generó conflictos que, en muchos casos, fueron aprovechados por los realistas para mantener focos de resistencia.

El legado de los conflictos con los realistas y Europa en la construcción de la Argentina independiente

Los enfrentamientos con los realistas y las potencias europeas dejaron una huella profunda en la configuración política y social de la Argentina posindependentista. La necesidad de enfrentar amenazas externas aceleró la formación de un ejército nacional, pero también exacerbó las rivalidades regionales. La anexión portuguesa de la Banda Oriental, consolidada en 1828 con la creación de Uruguay, fue un golpe a los proyectos de unidad territorial.

Además, la hostilidad de las potencias europeas retrasó el reconocimiento diplomático de la Argentina hasta décadas después, lo que dificultó su inserción en el sistema internacional. Sin embargo, estos conflictos también forjaron una identidad política criolla que, pese a sus divisiones, logró sostener la independencia.

La experiencia de resistir a realistas y a intervenciones extranjeras contribuyó a un discurso nacionalista que, más tarde, sería instrumentalizado por distintas facciones en sus luchas por el poder. En el plano sociopolítico, las tensiones entre centralismo y federalismo, así como entre élites y sectores populares, continuaron definiendo la historia argentina a lo largo del siglo XIX. Así, los conflictos de la independencia no fueron solo un episodio bélico, sino un proceso fundacional que marcó los desafíos de construir una nación en un contexto adverso.

Las estrategias militares y la resistencia realista en el interior del territorio

La lucha contra los realistas no se limitó a los grandes centros urbanos como Buenos Aires, sino que se extendió a regiones clave del interior, donde la lealtad a la Corona española seguía siendo fuerte. El Alto Perú, por ejemplo, fue un bastión realista que representó un desafío constante para las fuerzas independentistas. Las campañas militares enviadas desde Buenos Aires, como las lideradas por Manuel Belgrano y Juan José Castelli, enfrentaron dificultades no solo por la resistencia armada, sino también por las condiciones geográficas y la falta de apoyo logístico.

La derrota en la batalla de Huaqui en 1811 marcó un retroceso significativo para los patriotas y demostró la capacidad de organización de los realistas en esa región. Sin embargo, estos enfrentamientos también revelaron las divisiones internas dentro del bando realista, donde las rivalidades entre comandantes y la falta de coordinación con la metrópoli debilitaron su posición a largo plazo. Por otro lado, en el noroeste argentino, figuras como Martín Miguel de Güemes lideraron una guerra de guerrillas que resultó crucial para contener el avance realista hacia el sur.

La participación activa de gauchos y poblaciones rurales en estas luchas evidenció que el conflicto no era solo entre élites, sino que involucraba a amplios sectores de la sociedad. La resistencia realista en el interior persistió incluso después de la declaración de independencia en 1816, lo que obligó a las Provincias Unidas a mantener un esfuerzo militar prolongado y costoso. Este desgaste contribuyó a la inestabilidad política y económica que caracterizó a los primeros años de la Argentina independiente.

El rol de las potencias europeas y el temor a la restauración monárquica

Más allá de España, otras potencias europeas observaron con preocupación el avance de los movimientos independentistas en América, ya que representaban una amenaza al orden establecido tras la derrota de Napoleón. La Santa Alianza, formada por Rusia, Austria, Prusia y Francia, promovía activamente la restauración de las monarquías legítimas y veía con malos ojos los levantamientos republicanos en las colonias. Aunque no llegaron a intervenir directamente en el Río de la Plata, su influencia se hizo sentir a través de la diplomacia y el apoyo indirecto a los realistas.

Por ejemplo, la posibilidad de que Francia enviara una expedición militar para restaurar el dominio español en América generó alarma entre los líderes independentistas. Este contexto internacional influyó en decisiones como el establecimiento de un gobierno central fuerte bajo el Directorio, que buscaba presentar una imagen de estabilidad frente a Europa.

Además, la presencia de agentes diplomáticos británicos en la región añadió otra capa de complejidad, ya que Gran Bretaña, aunque neutral en apariencia, tenía sus propios intereses económicos y prefería una independencia controlada que garantizara sus privilegios comerciales. La tensión entre el deseo de legitimidad internacional y la necesidad de mantener la soberanía frente a las ambiciones europeas fue una constante durante este período.

Las consecuencias sociales y económicas de los conflictos prolongados

Los años de enfrentamientos con los realistas y la incertidumbre internacional tuvieron un impacto profundo en la sociedad y la economía de las Provincias Unidas. La guerra disruptó las rutas comerciales tradicionales, especialmente aquellas que conectaban el interior con el Alto Perú, lo que generó escasez y aumento de precios en algunas regiones.

Además, la necesidad de financiar las campañas militares llevó a los gobiernos revolucionarios a implementar medidas impopulares, como aumentos de impuestos y requisas de bienes, que afectaron especialmente a los sectores rurales. Por otro lado, la movilización masiva de hombres para el ejército alteró la estructura productiva, dejando muchas familias sin sustento.

En el plano social, la participación de grupos marginales en la lucha armada, como los gauchos y los indígenas, generó expectativas de mayor inclusión política, que en muchos casos no fueron satisfechas tras la independencia. Esto contribuyó a futuros conflictos, como las rebeliones federales contra el centralismo porteño.

Económicamente, la falta de reconocimiento internacional complicó el acceso a créditos y mercados, obligando a las Provincias Unidas a depender en gran medida del comercio con Gran Bretaña, lo que a su vez generó una relación de dependencia que moldearía el desarrollo económico argentino durante décadas.

Reflexiones finales: la independencia como proceso inconcluso

La lucha contra los realistas y las presiones de las potencias europeas dejaron en claro que la independencia argentina no fue un evento aislado, sino parte de un proceso complejo y prolongado. Aunque la declaración de 1816 marcó un hito simbólico, la consolidación de un Estado nacional soberano enfrentó obstáculos tanto externos como internos.

Las divisiones regionales, las rivalidades entre facciones políticas y las dificultades económicas persistieron mucho después de que los últimos focos realistas fueran derrotados. Además, la sombra de la intervención europea siguió presente durante buena parte del siglo XIX, como lo demostraría más tarde el bloqueo francés a Buenos Aires en 1838.

En este sentido, puede decirse que la independencia fue tanto un punto de llegada como un punto de partida: el comienzo de un largo camino hacia la construcción de una identidad nacional en un territorio aún fragmentado y en un mundo hostil a las experiencias revolucionarias. Los conflictos con los realistas y las potencias europeas, por tanto, no fueron meros episodios bélicos, sino elementos fundacionales que moldearon los desafíos y contradicciones de la Argentina moderna.

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