Crisis económica y dependencia externa en Argentina (1929–1955)

Publicado el 5 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: El contexto global y su impacto en Argentina

La Gran Depresión de 1929 marcó un punto de inflexión en la economía mundial, y Argentina no fue ajena a sus efectos devastadores. Como país fuertemente integrado al mercado internacional a través de la exportación de materias primas, la abrupta caída de la demanda global y los precios de los productos agropecuarios sumergieron al país en una crisis profunda.

Durante las primeras décadas del siglo XX, Argentina había construido su prosperidad en el modelo agroexportador, dependiente de las fluctuaciones de los mercados europeos, particularmente del Reino Unido. Sin embargo, el colapso del comercio internacional expuso las vulnerabilidades estructurales de este modelo, generando desempleo masivo, contracción del crédito y una marcada inestabilidad política.

La crisis no solo fue económica, sino también social, ya que amplió las brechas entre las élites terratenientes y los sectores populares, que comenzaron a exigir mayor intervención estatal para paliar los efectos de la recesión. Este período sentó las bases para un debate que dominaría la política argentina durante décadas: cómo lograr un desarrollo autónomo en un mundo cada vez más proteccionista y volátil.

El modelo agroexportador y sus limitaciones estructurales

Argentina había alcanzado niveles notables de prosperidad a principios del siglo XX gracias a su capacidad para abastecer de carne y cereales a Europa. Sin embargo, esta aparente bonanza ocultaba una profunda dependencia de los centros industriales del Norte global. Las élites locales, representadas principalmente por la oligarquía terrateniente, se beneficiaban de este sistema, pero la mayoría de la población quedaba excluida de los frutos del crecimiento.

La industrialización era incipiente y el Estado carecía de políticas para diversificar la economía. Cuando estalló la crisis de 1929, la falta de alternativas productivas se hizo evidente. Los precios de las exportaciones cayeron drásticamente, y el flujo de capitales extranjeros, esencial para financiar infraestructura y gasto público, se detuvo abruptamente. La dependencia de las importaciones de bienes manufacturados agravó la situación, ya que la escasez de divisas limitó el acceso a productos esenciales.

Este escenario generó tensiones sociales crecientes, con protestas obreras y un descontento generalizado hacia la clase dirigente, que se mostraba incapaz de responder a las demandas populares.

La respuesta política: Del liberalismo conservador al intervencionismo estatal

Ante la incapacidad del modelo liberal para contener la crisis, comenzaron a surgir alternativas políticas que promovían una mayor intervención del Estado en la economía. La década de 1930 vio el ascenso de figuras como Juan Domingo Perón, quien desde el Departamento Nacional del Trabajo comenzó a tejer alianzas con el movimiento obrero.

El golpe de Estado de 1943, en el que Perón tuvo un papel protagónico, marcó el inicio de un cambio de paradigma. Bajo su influencia, el gobierno militar implementó políticas sociales y laborales que buscaban mitigar el descontento popular. La creación de secretarías de trabajo, el impulso a la sindicalización y la promoción de derechos laborales fueron pasos clave en esta dirección.

Sin embargo, estas medidas también generaron resistencias entre las élites tradicionales y los sectores vinculados al capital extranjero, que veían con recelo el crecimiento del poder estatal. La tensión entre un proyecto nacional-popular y los intereses de los grupos económicos dominantes se volvería una constante en los años siguientes.

El peronismo y su proyecto de autonomía económica

Con la llegada de Perón a la presidencia en 1946, el Estado argentino adoptó un rol activo en la promoción de la industrialización y la redistribución del ingreso. El gobierno peronista implementó políticas como la nacionalización de sectores estratégicos (ferrocarriles, comercio exterior) y el fomento de la industria nacional a través de créditos y proteccionismo.

El IAPI (Instituto Argentino de Promoción del Intercambio) fue creado para regular el comercio exterior y asegurar precios justos para los productores rurales, aunque esta medida generó conflictos con el sector agroexportador. Socialmente, el peronismo canalizó las demandas históricas de los trabajadores a través de mejoras salariales, acceso a la vivienda y ampliación de derechos sociales.

Sin embargo, este modelo enfrentó limitaciones: la falta de divisas, la oposición de sectores empresariales y las presiones externas, especialmente de Estados Unidos, que veía con desconfianza el nacionalismo económico argentino. A pesar de sus logros, hacia principios de los años cincuenta, el proyecto peronista comenzó a mostrar signos de agotamiento, en parte por la caída de los precios internacionales y las tensiones políticas internas.

La crisis final y el golpe de 1955: El fin de un ciclo

El deterioro económico a principios de los años cincuenta, sumado a la creciente polarización política, sentó las condiciones para el derrocamiento de Perón en 1955. La inflación, la escasez de productos importados y el desgaste del discurso oficial debilitaron al gobierno.

La Iglesia Católica, las Fuerzas Armadas y los sectores antiperonistas unieron fuerzas en un golpe que buscaba restaurar el orden liberal y reinsertar a Argentina en el sistema capitalista occidental. Sin embargo, el legado peronista no desaparecería: la cuestión de la dependencia externa y la justicia social seguirían siendo ejes centrales del debate político en las décadas siguientes.

Este período dejó en claro que, sin un cambio estructural en el modelo productivo, Argentina seguiría oscilando entre crisis y ajustes, sin resolver su histórica vulnerabilidad frente a los vaivenes de la economía global.

La herencia del peronismo y las tensiones políticas posteriores

El derrocamiento de Perón en 1955 no significó el fin de su influencia en la política argentina, sino el comienzo de un largo período en el que su legado seguiría moldeando las luchas sociales y económicas del país. Los gobiernos que le sucedieron, ya fueran militares o civiles, se enfrentaron al dilema de cómo manejar las demandas populares que el peronismo había canalizado, sin ceder al proyecto de redistribución y soberanía económica que él representaba.

La Revolución Libertadora, como se autodenominó el régimen instaurado tras el golpe, intentó desmantelar las estructuras políticas y sindicales del peronismo, pero no logró erradicar su base social. Las políticas de liberalización económica implementadas en este período chocaron con la resistencia de los trabajadores, que veían en ellas un retorno a la exclusión y la dependencia de los intereses extranjeros.

Las huelgas y protestas se multiplicaron, evidenciando que, más allá de las prohibiciones políticas, el movimiento obrero seguía identificándose con las banderas del justicialismo. Esta tensión entre un proyecto elitista, alineado con los sectores tradicionales de poder, y las demandas de inclusión social marcaría la inestabilidad política de las décadas siguientes, en las que Argentina oscilaría entre gobiernos débiles y recurrentes intervenciones militares.

El rol de Estados Unidos y la reconfiguración de la dependencia externa

Mientras Argentina intentaba redefinir su modelo económico tras la caída de Perón, el contexto internacional también experimentaba transformaciones profundas. Estados Unidos emergía como la potencia hegemónica en Occidente, desplazando la influencia británica que había dominado las relaciones comerciales de Argentina durante décadas. La política exterior estadounidense, bajo la Doctrina Truman y luego la Alianza para el Progreso, buscaba consolidar su liderazgo en América Latina, promoviendo un capitalismo de libre mercado y alineado con sus intereses estratégicos durante la Guerra Fría.

Para Argentina, esto significó presiones crecientes para abandonar el nacionalismo económico y abrirse a las inversiones extranjeras, especialmente en sectores clave como el petróleo y la industria. Sin embargo, este proceso no fue lineal ni exento de contradicciones. Mientras algunos sectores empresariales y políticos abrazaban el alineamiento con Washington, otros resistían, argumentando que profundizaría la dependencia y debilitaría el desarrollo industrial local.

Esta pugna se reflejó en las políticas erráticas de gobiernos como el de Frondizi (1958-1962), que combinó contratos petroleros con empresas extranjeras y cierto impulso a la industria pesada, generando tanto expectativas como fuertes críticas desde el nacionalismo económico.

La sociedad argentina en la encrucijada: Movilización popular y represión

El período posterior a 1955 no solo fue de transformaciones económicas, sino también de una intensa conflictividad social que reflejaba las divisiones profundas en la sociedad argentina. Por un lado, el movimiento obrero, aunque debilitado por la proscripción del peronismo, mantuvo una capacidad de movilización significativa, utilizando las huelgas y la ocupación de fábricas como herramientas de presión. Por otro, las clases medias, que en muchos casos habían apoyado el golpe de 1955, comenzaron a mostrar desencanto frente a la incapacidad de los gobiernos de turno para garantizar estabilidad y crecimiento.

A esto se sumaba el activismo creciente de sectores juveniles y universitarios, influenciados por las revoluciones cubana y argelina, que empezaban a cuestionar no solo el orden económico, sino también las estructuras políticas tradicionales. Sin embargo, esta efervescencia social encontró una respuesta represiva cada vez más violenta por parte del Estado y los grupos de poder. La militarización de las protestas, la intervención en sindicatos y la censura a la prensa obrera fueron algunas de las estrategias utilizadas para contener el avance de las demandas populares, anticipando los conflictos aún más sangrientos que caracterizarían las décadas de 1960 y 1970.

Reflexiones finales: La persistencia de la crisis y la búsqueda de un modelo alternativo

El ciclo que va desde la crisis de 1929 hasta el golpe de 1955 dejó en evidencia que Argentina, a pesar de sus riquezas naturales y su relativo desarrollo temprano, no había logrado superar su condición periférica en el sistema capitalista mundial. Los intentos por construir un modelo más autónomo, como el del peronismo, chocaron con las limitaciones estructurales de una economía dependiente de las exportaciones primarias y con la oposición férrea de los sectores vinculados al capital transnacional.

Al mismo tiempo, la puja entre proyectos nacional-populares y elites liberales generó una inestabilidad política crónica, que impedía la consolidación de un camino de desarrollo sostenible. Aunque en las décadas siguientes surgirían nuevos intentos por industrializar el país y reducir las desigualdades sociales —algunos democráticos, otros autoritarios—, el fantasma de la dependencia externa y la crisis económica seguiría persiguiendo a la Argentina. Esta historia invita a reflexionar sobre los desafíos que enfrentan los países periféricos para lograr un crecimiento inclusivo en un sistema global dominado por intereses ajenos a sus propias necesidades, una lección que, lejos de ser meramente histórica, conserva una vigencia dolorosa en el presente.

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