El Congreso de Tucumán: La Declaración de la Independencia Argentina

Publicado el 4 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Contexto Político en 1816: Un Momento Decisivo para las Provincias Unidas

El año 1816 encontró a las Provincias Unidas del Río de la Plata en una situación crítica. Desde la Revolución de Mayo de 1810, el proceso independentista había enfrentado numerosos desafíos: las derrotas militares en el Alto Perú, la amenaza de invasión desde el norte por parte de los realistas, y las divisiones internas entre centralistas y federales. Además, la restauración de Fernando VII al trono español en 1814 y su política de reconquista de las colonias americanas aumentaban la urgencia por declarar formalmente la independencia. Mientras tanto, en Europa, el Congreso de Viena (1815) había consolidado el absolutismo, aislando a los movimientos revolucionarios. En este escenario complejo, las provincias comprendieron que solo la unidad y una declaración clara de independencia podrían legitimar su causa internacionalmente y consolidar el proyecto de nación.

La elección de Tucumán como sede del congreso no fue casual. Esta ciudad del norte argentino representaba un punto geopolítico estratégico: alejada de la influencia directa de Buenos Aires pero conectada con las provincias del interior, simbolizaba el federalismo incipiente. El 24 de marzo de 1816, 33 diputados -no todos los cuales lograron llegar debido a las dificultades del viaje- iniciaron sesiones en la casa de Francisca Bazán de Laguna, hoy conocida como la Casa Histórica de Tucumán. Entre los presentes destacaban figuras como Juan José Paso, Manuel Belgrano (quien llegaría más tarde con una propuesta audaz) y el sacerdote José Severo Malabia, representante de Charcas (Alto Perú). Las ausencias también eran significativas: algunas provincias del Litoral y la Banda Oriental no enviaron delegados, reflejando las tensiones regionales que persistirían después de la independencia.

9 de Julio de 1816: La Declaración y Sus Significados Ocultos

El acto formal de declaración de independencia fue el resultado de intensos debates que duraron meses. Cuando el 9 de julio finalmente se puso a votación, la resolución fue aprobada por unanimidad, aunque con matices reveladores. El texto original declaraba la independencia no solo de España, sino de “toda otra dominación extranjera”, una cláusula dirigida específicamente contra posibles pretensiones portuguesas sobre la Banda Oriental y contra cualquier otro poder colonial. Este lenguaje amplio demostraba la visión geopolítica de los congresales, quienes anticipaban desafíos más allá del conflicto con España. Otro aspecto poco conocido es que la declaración no mencionaba explícitamente a la “Argentina” -nombre que se consolidaría más tarde- sino que hablaba de “las Provincias Unidas en Sud América”, dejando abierta la posibilidad de incorporar otros territorios que habían pertenecido al virreinato.

Manuel Belgrano, llegado en junio desde su campaña militar, sorprendió al congreso con una propuesta alternativa: establecer una monarquía constitucional con un descendiente de los incas como rey. Esta idea, aunque finalmente descartada, reflejaba tanto el pragmatismo de Belgrano (que buscaba un sistema estable reconocido por Europa) como su profundo respeto por los pueblos originarios. Mientras tanto, el debate sobre la forma de gobierno -que se extendería por décadas- quedó pospuesto, priorizando la unidad frente a la emergencia militar. La ceremonia de jura el 21 de julio incluyó un elemento simbólico poderoso: los diputados firmaron el acta bajo un dosel que representaba al Sol Inca, conectando visualmente la nueva nación con el pasado precolonial.

Las Consecuencias Inmediatas y el Legado Permanente

Contrario a lo que podría pensarse, la declaración no terminó con los problemas de las Provincias Unidas. Los realistas seguían amenazando desde el norte, las provincias del Litoral mantenían sus reticencias, y faltaba aún construir un consenso sobre cómo organizar el país. Sin embargo, el Congreso de Tucumán logró dos objetivos fundamentales: proporcionó un marco legal indiscutible para la independencia (evitando que las victorias militares de San Martín y otros fueran vistas meramente como cambios de gobierno) y estableció un precedente de deliberación colectiva que, pese a sus limitaciones, aspiraba a representar la voluntad popular. La decisión de enviar copias del acta a todas las provincias para su juramentación fue un primer paso -imperfecto pero significativo- hacia la construcción de una identidad nacional compartida.

Hoy, la Casa de Tucumán es un símbolo de la argentinidad, y cada 9 de julio se renueva el juramento a la bandera en escuelas de todo el país. Pero más allá del ritual, el verdadero legado del congreso reside en su carácter fundacional: fue la primera vez que representantes de múltiples provincias (aunque no todas) se reunieron para decidir colectivamente el destino común. Los desafíos que enfrentaron -balcanización, crisis económicas, disputas institucionales- son en muchos aspectos los mismos que la Argentina seguiría enfrentando en los siglos siguientes. La declaración de independencia no resolvió mágicamente estos problemas, pero estableció el principio irrenunciable de que solo los propios argentinos, a través del diálogo y a veces del conflicto, tendrían derecho a decidir cómo resolverlos. En este sentido, el espíritu de Tucumán sigue vivo cada vez que la nación debate su futuro.

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