El Derrocamiento de Juan Manuel de Rosas: Un Punto de Inflexión en la Historia Argentina

Publicado el 10 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: El Contexto Histórico del Gobierno de Rosas

El derrocamiento de Juan Manuel de Rosas en 1852 marcó un momento crucial en la historia argentina, poniendo fin a un período caracterizado por el autoritarismo, las luchas internas y la consolidación de un régimen federalista. Rosas, quien gobernó la provincia de Buenos Aires con mano firme desde 1829 hasta 1852, ejerció un control casi absoluto sobre la Confederación Argentina, imponiendo su voluntad a través de la Mazorca, su policía política, y manteniendo un férreo control sobre la prensa y las instituciones. Su liderazgo se basó en el apoyo de los sectores rurales, los caudillos provinciales y las masas populares, pero también generó una fuerte oposición entre los unitarios, los intelectuales liberales y las provincias que resistían su hegemonía.

Durante su gobierno, Rosas enfrentó múltiples conflictos internos y externos, incluyendo bloqueos franceses y británicos, así como rebeliones en el interior del país. Su política se centró en la defensa de la soberanía nacional y el federalismo, pero su estilo despótico y su negativa a organizar constitucionalmente el país generaron un creciente descontento. La batalla de Caseros, librada el 3 de febrero de 1852, fue el punto culminante de este proceso, cuando una coalición de fuerzas argentinas, uruguayas y brasileñas, lideradas por Justo José de Urquiza, logró derrotar a Rosas y obligarlo a exiliarse en Inglaterra. Este evento no solo significó el fin de su gobierno, sino también el inicio de una nueva etapa en la organización nacional, que culminaría con la Constitución de 1853 y la consolidación del Estado argentino moderno.

El Ascenso al Poder de Juan Manuel de Rosas

Juan Manuel de Rosas emergió como una figura política dominante en un contexto de anarquía y fragmentación posterior a la independencia argentina. Tras la caída del Directorio en 1820, las provincias argentinas quedaron sumergidas en luchas internas entre federales y unitarios, dos facciones que representaban visiones opuestas sobre la organización del país. Los unitarios abogaban por un gobierno centralizado en Buenos Aires, mientras que los federales defendían la autonomía provincial. Rosas, un estanciero rico y hábil caudillo, supo capitalizar el apoyo de las masas rurales y los sectores populares para imponer su liderazgo. En 1829, asumió por primera vez el gobierno de Buenos Aires con facultades extraordinarias, estableciendo un régimen basado en el orden y la disciplina, pero también en la represión de sus opositores.

Su primer gobierno (1829-1832) se caracterizó por la pacificación relativa del territorio y la consolidación del federalismo, aunque renunció temporalmente en 1832 para liderar una campaña militar contra los indígenas en el sur. Sin embargo, en 1835, ante el fracaso de sus sucesores en mantener la estabilidad, Rosas regresó al poder con aún más autoridad, recibiendo el título de “Restaurador de las Leyes” y asumiendo el control total de las relaciones exteriores y las fuerzas armadas. Durante este segundo mandato, su gobierno se volvió más represivo, implementando políticas como el uso obligatorio de la divisa punzó (un símbolo de lealtad a su régimen) y la persecución de unitarios y opositores. A pesar de su autoritarismo, Rosas logró mantener el orden en un país fragmentado, aunque su resistencia a convocar un congreso constituyente y su centralización del poder en Buenos Aires generaron tensiones que eventualmente llevarían a su caída.

La Oposición a Rosas y el Surgimiento de Urquiza

A medida que el gobierno de Rosas se volvía más autoritario, la oposición comenzó a organizarse tanto dentro como fuera del país. Los unitarios, exiliados en Montevideo, Chile y Bolivia, conspiraban constantemente para derrocarlo, mientras que algunas provincias del interior, como Corrientes y Entre Ríos, empezaron a resistir su hegemonía. Una figura clave en este proceso fue Justo José de Urquiza, gobernador de Entre Ríos y antiguo aliado de Rosas, quien gradualmente se distanció del régimen debido a diferencias políticas y económicas. Urquiza criticaba la política exterior de Rosas, particularmente su conflicto con Francia e Inglaterra, que afectaba el comercio fluvial de las provincias litoraleñas, dependientes de la navegación internacional.

En 1851, Urquiza dio el paso definitivo al pronunciarse contra Rosas a través del “Pronunciamiento de Urquiza”, un manifiesto en el que acusaba al gobernador porteño de obstaculizar la organización nacional y de ejercer un poder dictatorial. Para enfrentar a Rosas, Urquiza buscó alianzas con Brasil y Uruguay, países que también veían con recelo la influencia del líder argentino en la región. Con el apoyo militar del Imperio brasileño y las fuerzas del Partido Colorado uruguayo, Urquiza formó el Ejército Grande, una coalición que reunió a más de 24.000 hombres, incluyendo tropas entrerrianas, correntinas, brasileñas y unitarias. Esta alianza inusual entre federales disidentes, unitarios y fuerzas extranjeras demostró el amplio rechazo que Rosas había generado después de décadas en el poder. La campaña militar culminó en la Batalla de Caseros, donde las fuerzas rosistas fueron derrotadas decisivamente, marcando el fin de su gobierno.

La Batalla de Caseros: El Fin del Régimen Rosista

La Batalla de Caseros, librada el 3 de febrero de 1852, fue el enfrentamiento decisivo que selló el destino de Juan Manuel de Rosas. Las fuerzas del Ejército Grande, comandadas por Justo José de Urquiza, sumaban alrededor de 24.000 hombres, incluyendo tropas entrerrianas, correntinas, brasileñas y unitarias, además de voluntarios orientales. En contraste, Rosas apenas logró reunir unos 12.000 soldados, muchos de ellos reclutados forzosamente en Buenos Aires, lo que evidenció el declive de su apoyo popular. La estrategia de Urquiza consistió en avanzar rápidamente hacia la capital, evitando que Rosas recibiera refuerzos de otras provincias. El choque militar se produjo en los campos de Caseros, al noroeste de Buenos Aires, donde las tropas rosistas, mal equipadas y desmoralizadas, fueron rápidamente superadas.

La derrota fue aplastante: en apenas seis horas, el ejército federal se desintegró, y el propio Rosas, herido en una mano, huyó hacia la capital. Al mediodía, Urquiza entró triunfalmente en Buenos Aires, mientras Rosas, disfrazado de civil, buscó refugio en la legación británica. Desde allí, escribió su renuncia formal, argumentando que lo hacía para evitar más derramamiento de sangre. Poco después, partió hacia el exilio en Inglaterra a bordo de la fragata británica HMS Locust, marcando el fin de más de dos décadas de dominio rosista. La batalla no solo significó la caída de un caudillo, sino también el inicio de un nuevo período político, en el que las provincias argentinas buscarían organizarse constitucionalmente bajo un sistema federal pero sin la hegemonía porteña.

El Exilio de Rosas y su Legado Político

Tras su derrota en Caseros, Juan Manuel de Rosas se estableció en Southampton, Inglaterra, donde vivió el resto de sus días en una modesta granja llamada Burguess Street Farm. A diferencia de otros caudillos derrocados, Rosas nunca intentó regresar al poder ni conspiró activamente contra sus sucesores. Sin embargo, su figura siguió siendo polémica: para sus partidarios, fue un defensor de la soberanía nacional frente a las potencias extranjeras y el caos interno; para sus detractores, un tirano que impidió la organización constitucional del país. Durante su exilio, Rosas mantuvo correspondencia con antiguos aliados y familiares, pero nunca mostró arrepentimiento por sus acciones.

Su legado político sigue siendo objeto de debate. Por un lado, su gobierno logró mantener cierta estabilidad en un período de anarquía, defendiendo el federalismo frente al centralismo unitario. Por otro, su régimen autoritario, con métodos represivos como la Mazorca y la censura, dejó una marca negativa en la historia argentina. Curiosamente, décadas después de su muerte (ocurrida en 1877), su figura fue reivindicada por el nacionalismo argentino, especialmente durante el peronismo, que lo consideró un precursor de la defensa de la soberanía nacional. Hoy, historiadores revisionistas lo evalúan de manera más matizada, reconociendo tanto sus logros en la consolidación del Estado como los excesos de su gobierno personalista.

Las Consecuencias del Derrocamiento: Hacia la Organización Nacional

La caída de Rosas abrió un período de reorganización política que culminaría con la sanción de la Constitución Nacional de 1853. Urquiza, como vencedor de Caseros, asumió un rol protagónico y convocó al Congreso Constituyente en Santa Fe, donde representantes de las provincias (excepto Buenos Aires, que se resistió inicialmente) redactaron la carta magna que estableció un sistema federal de gobierno. Sin embargo, la unidad nacional no fue inmediata: Buenos Aires, liderada por mitristas y autonomistas, se separó de la Confederación hasta 1859, cuando fue reintegrada por la fuerza tras la Batalla de Cepeda.

El derrocamiento de Rosas también permitió la modernización económica del país. Urquiza promovió la libre navegación de los ríos, facilitando el comercio internacional, y fomentó la inmigración europea, sentando las bases para el modelo agroexportador que dominaría la economía argentina en las décadas siguientes. Además, el fin del régimen rosista permitió el regreso de intelectuales exiliados, como Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi, cuyas ideas moldearon el proyecto de país liberal que se impondría en la segunda mitad del siglo XIX.

Conclusión: Rosas y la Construcción de la Argentina Moderna

El derrocamiento de Juan Manuel de Rosas representó más que la simple caída de un caudillo: fue el fin de una era de autoritarismo y el comienzo de la organización institucional argentina. Su gobierno, aunque controvertido, demostró la necesidad de un equilibrio entre orden y libertad, entre federalismo y unidad nacional. La Constitución de 1853, inspirada en parte en las críticas al rosismo, buscó evitar tanto la anarquía como el despotismo, estableciendo un sistema de división de poderes y garantías individuales.

Hoy, Rosas sigue siendo un símbolo de las tensiones entre centralismo y federalismo, entre populismo y liberalismo, que han marcado la historia argentina. Su derrocamiento no solo cerró un capítulo, sino que abrió el camino hacia la Argentina moderna, aunque los conflictos que él mismo encarnó—como la pugna entre Buenos Aires y el interior—perdurarían por décadas. En última instancia, Caseros no fue solo una batalla militar, sino un punto de inflexión que redefinió el destino de una nación.

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