El Derrocamiento de Rosas en Caseros: Un Punto de Inflexión en la Historia Argentina

Publicado el 4 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El 3 de febrero de 1852 marcó un momento decisivo en la historia argentina, cuando las fuerzas comandadas por Justo José de Urquiza derrotaron al ejército de Juan Manuel de Rosas en la batalla de Caseros. Este enfrentamiento no fue simplemente un choque militar, sino el resultado de tensiones políticas, económicas y sociales acumuladas durante décadas.

Rosas, quien había gobernado la provincia de Buenos Aires con mano firme desde 1829, ejerció un control casi absoluto sobre la Confederación Argentina, imponiendo un sistema basado en el autoritarismo, el culto a su figura y la persecución de sus opositores. Su caída no solo significó el fin de un régimen, sino también el inicio de un proceso de reorganización nacional que culminaría en la Constitución de 1853.

Para comprender la magnitud de este evento, es necesario analizar las causas profundas que llevaron al enfrentamiento, las alianzas que fraguaron su desenlace y las repercusiones que tuvo en la estructura sociopolítica del país.

El gobierno de Rosas se caracterizó por su centralismo porteño y su resistencia a cualquier forma de organización nacional que limitara el poder de Buenos Aires. Su política exterior, marcada por conflictos con potencias europeas y vecinos como Uruguay y Brasil, generó un creciente aislamiento internacional. Económicamente, Rosas favoreció a los terratenientes y comerciantes bonaerenses, consolidando un sistema que beneficiaba a una élite en detrimento de las provincias del interior.

Sin embargo, hacia finales de la década de 1840, su liderazgo comenzó a resquebrajarse. Las provincias del Litoral, encabezadas por Entre Ríos y su gobernador Urquiza, empezaron a cuestionar su hegemonía, cansadas de la subordinación a Buenos Aires y de las restricciones comerciales impuestas por Rosas. Este descontento se tradujo en una alianza entre Urquiza, Brasil y los unitarios exiliados, quienes vieron en el entrerriano la figura capaz de liderar un movimiento para derrocar al Restaurador.

Las Alianzas y la Movilización hacia el Conflicto Armado

La caída de Rosas no hubiera sido posible sin la formación de una coalición heterogénea que unió a sectores con intereses divergentes pero un objetivo común: terminar con su gobierno. Urquiza, quien había sido leal a Rosas durante años, rompió con él en 1851 al emitir el Pronunciamiento de Urquiza, un documento en el que declaraba la necesidad de reorganizar el país bajo un sistema federal pero sin la tutela de Buenos Aires.

Este acto fue el primer paso hacia la conformación del Ejército Grande, una fuerza compuesta por entrerrianos, correntinos, brasileños y unitarios, entre otros. Brasil, en particular, jugó un papel crucial al proporcionar recursos militares y financieros, motivado por su deseo de debilitar a Rosas, a quien consideraba una amenaza para la estabilidad de la región. Los unitarios, por su parte, vieron en Urquiza una oportunidad para terminar con el régimen federalista que los había perseguido y exiliado durante décadas.

La campaña militar que culminó en Caseros fue rápida pero estratégicamente planeada. Urquiza avanzó hacia Buenos Aires con un ejército bien pertrechado, mientras Rosas, confiado en su poder, subestimó la amenaza. La batalla en sí fue un enfrentamiento desigual: las tropas rosistas, aunque numerosas, estaban mal organizadas y desmoralizadas, mientras que el Ejército Grande contaba con mejor disciplina y tecnología.

La derrota de Rosas fue aplastante, y su huida hacia Inglaterra marcó el fin de una era. Sin embargo, más allá del aspecto militar, lo ocurrido en Caseros reflejó un agotamiento del modelo rosista. Su gobierno, basado en el miedo y la lealtad personal, no pudo sostenerse ante el surgimiento de nuevas fuerzas políticas que buscaban un proyecto nacional más inclusivo, aunque las tensiones entre federales y unitarios lejos estaban de resolverse.

Las Consecuencias Inmediatas y el Legado de Caseros en la Construcción Nacional

La derrota de Rosas abrió un período de transición en el que Urquiza asumió un rol protagónico, pero lejos estuvo de ser una figura aceptada por todos. Buenos Aires, aunque vencida, mantuvo su resistencia a someterse a un proyecto nacional que limitara sus privilegios económicos.

Urquiza, por su parte, convocó a un Congreso Constituyente en Santa Fe, que culminó con la sanción de la Constitución de 1853, un documento que sentó las bases legales para la organización del país bajo un sistema federal. Sin embargo, Buenos Aires se negó a participar inicialmente, lo que llevó a una década de enfrentamientos entre la Confederación Argentina, liderada por Urquiza, y el Estado de Buenos Aires, que solo se reintegraría definitivamente tras la batalla de Pavón en 1861.

Sociopolíticamente, Caseros representó el fin del orden colonial tardío que Rosas encarnaba y el comienzo de un proceso modernizador. La generación del ’37, con figuras como Sarmiento y Alberdi, vio en este momento la oportunidad de implementar ideas liberales y de progreso. No obstante, el federalismo sobrevivió como una fuerza política, demostrando que la lucha por el poder entre Buenos Aires y el interior continuaría moldeando la Argentina.

En última instancia, el derrocamiento de Rosas no resolvió todos los conflictos, pero fue un punto de inflexión que permitió la construcción de un Estado nacional, aunque fuera de manera gradual y con persistentes tensiones regionales. Su legado sigue siendo objeto de debate, entre quienes lo ven como un tirano y quienes lo consideran un defensor de la soberanía nacional frente a las potencias extranjeras.

La Reconfiguración del Poder Político y las Tensiones Post-Caseros

La victoria de Urquiza en Caseros no solo derrocó a Rosas, sino que también desencadenó una compleja reestructuración del poder político en el territorio argentino. Con la caída del régimen rosista, el vacío de autoridad dejó al descubierto las profundas divisiones que existían entre las provincias, así como las ambiciones encontradas de los distintos grupos que habían participado en la coalición antirosista. Urquiza, ahora en una posición de liderazgo, enfrentó el enorme desafío de mantener la unidad de las fuerzas que lo habían apoyado, las cuales incluían desde federales disidentes hasta unitarios exiliados y representantes de intereses extranjeros como Brasil.

Su primer paso fue asumir el control provisional de Buenos Aires, pero rápidamente se hizo evidente que la provincia, acostumbrada a su hegemonía económica y política, no aceptaría fácilmente un nuevo orden que redujera sus privilegios. La tensión entre Urquiza y la elite porteña se manifestó en la resistencia a aceptar una constitución que distribuyera más equitativamente los ingresos aduaneros, principal fuente de riqueza del país en ese entonces.

Este período estuvo marcado por negociaciones, traiciones y conflictos armados menores, mientras las distintas facciones intentaban posicionarse en el nuevo escenario. Urquiza, consciente de que sin una estructura legal sólida el país volvería a la anarquía, convocó al Congreso Constituyente en Santa Fe en 1852. Allí, bajo la influencia de pensadores como Juan Bautista Alberdi, se redactó la Constitución Nacional de 1853, inspirada en principios liberales pero con un fuerte componente federal.

Sin embargo, Buenos Aires, liderada por figuras como Bartolomé Mitre, rechazó esta carta magna y se separó de la Confederación, estableciendo un Estado autónomo que mantuvo el control del puerto y las rentas aduaneras. Esta división entre la Confederación Argentina, con capital en Paraná, y el Estado de Buenos Aires, reflejó las tensiones irresueltas entre el proyecto de un país unificado y los intereses particulares de la provincia más poderosa.

El Impacto Socioeconómico y las Transformaciones en la Sociedad Argentina

Más allá de las luchas políticas, el derrocamiento de Rosas y la posterior organización nacional tuvieron un profundo impacto en la estructura socioeconómica del país. Durante el rosismo, la economía argentina había estado dominada por la producción ganadera y el comercio exterior controlado por Buenos Aires, en un sistema que beneficiaba principalmente a los grandes estancieros y comerciantes vinculados al régimen.

Con la caída de Rosas, se abrieron las puertas a nuevas ideas económicas, influenciadas por el liberalismo europeo, que promovían la inmigración, la inversión extranjera y la modernización de la producción. Urquiza y luego Mitre impulsaron políticas tendientes a integrar al país en el mercado mundial como exportador de materias primas, un modelo que definiría la economía argentina durante décadas.

Sin embargo, estas transformaciones no fueron inmediatas ni equitativas. Las provincias del interior, ya debilitadas por años de guerras civiles y falta de acceso a los principales mercados, quedaron en desventaja frente a Buenos Aires, que siguió concentrando la riqueza. La libre navegación de los ríos, una de las medidas impulsadas por Urquiza, benefició a los comerciantes y a las potencias extranjeras, pero no resolvió los problemas estructurales de las economías regionales.

Socialmente, el fin del rosismo permitió el retorno de los exiliados unitarios y la reaparición de grupos intelectuales que habían sido silenciados, lo cual enriqueció el debate político pero también generó nuevas tensiones. La sociedad argentina comenzaba a transitar hacia un modelo más abierto, pero las desigualdades entre la ciudad y el campo, entre Buenos Aires y el interior, y entre las elites y el pueblo llano, seguían siendo abismales.

El Legado Histórico de Caseros y su Interpretación en la Actualidad

La batalla de Caseros y el derrocamiento de Rosas siguen siendo eventos polémicos en la historiografía argentina, interpretados de maneras diametralmente opuestas según la perspectiva ideológica de quien los analice. Para algunos, Caseros representa la liberación de un régimen opresor y el inicio del camino hacia la modernidad y la organización institucional del país.

Para otros, fue una derrota de los intereses nacionales frente a la injerencia extranjera, especialmente de Brasil y los unitarios aliados a potencias europeas. Rosas, en particular, ha sido reivindicado por corrientes nacionalistas y revisionistas como un defensor de la soberanía argentina frente al imperialismo, mientras que sus detractores lo ven como un tirano que obstruyó el progreso del país.

Lo innegable es que Caseros marcó el fin de una era y el comienzo de otra, con todas las contradicciones que implica un cambio tan profundo. La Constitución de 1853 sentó las bases legales para la Argentina moderna, pero las tensiones entre federalismo y centralismo, entre Buenos Aires y el interior, continuaron moldeando la política nacional durante décadas. Incluso hoy, debates similares resurgen en discusiones sobre el rol del Estado, la distribución de la riqueza y la autonomía de las provincias.

El derrocamiento de Rosas, por lo tanto, no es solo un evento histórico lejano, sino un episodio fundacional que sigue ofreciendo claves para entender los desafíos políticos y sociales de la Argentina contemporánea. Su estudio nos recuerda que la construcción de un país es un proceso complejo, lleno de avances, retrocesos y conflictos irresueltos que trascienden generaciones.

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