¿Es el Construccionismo Social una Forma de Relativismo?
El construccionismo social es una corriente teórica que sostiene que el conocimiento y la realidad son productos de interacciones humanas, estructuras lingüísticas y contextos culturales. Surgido en el seno de la sociología del conocimiento y la psicología social, este enfoque desafía la idea de una verdad objetiva y universal, proponiendo en su lugar que lo que consideramos “real” está mediado por convenciones sociales. Por otro lado, el relativismo es una postura filosófica que niega la existencia de criterios absolutos para juzgar la verdad, la moral o la estética, afirmando que estos dependen de marcos de referencia culturales o históricos. La pregunta central que este ensayo busca responder es si el construccionismo social puede ser considerado una forma de relativismo. Para ello, se analizarán las bases teóricas de ambas posturas, sus puntos de convergencia y divergencia, así como las críticas que han recibido.
El construccionismo social, desarrollado por autores como Peter L. Berger y Thomas Luckmann en La construcción social de la realidad (1966), argumenta que las categorías con las que entendemos el mundo—como género, raza o enfermedad—no son naturales, sino construidas a través del lenguaje y las prácticas sociales. Esta perspectiva comparte con el relativismo la idea de que no hay una única verdad, sino múltiples interpretaciones condicionadas por contextos específicos. Sin embargo, mientras el relativismo suele extenderse a ámbitos éticos y epistemológicos más amplios, el construccionismo se enfoca en los procesos sociales que dan forma a la realidad. ¿Hasta qué punto esta diferencia es significativa? ¿O acaso el construccionismo es simplemente una variante del relativismo aplicada a lo social?
Definiciones clave: Construccionismo social y relativismo
Para abordar esta cuestión, es crucial definir con precisión ambos conceptos. El construccionismo social parte de la premisa de que el conocimiento no es un reflejo pasivo de la realidad, sino una construcción activa mediada por instituciones, lenguaje y poder. Berger y Luckmann, por ejemplo, explican cómo las sociedades crean sistemas de significados compartidos que, al internalizarse, se perciben como naturales e incuestionables. Este proceso de “objectivación” y “internalización” hace que las construcciones sociales—como el dinero, las leyes o incluso las identidades—adquieran una apariencia de realidad objetiva. En este sentido, el construccionismo no niega la existencia de una realidad material, pero insiste en que nuestra comprensión de ella está siempre filtrada por marcos interpretativos culturales.
Por su parte, el relativismo adopta una postura más radical al afirmar que no existen verdades universales, ya sean científicas, morales o culturales. En su versión más fuerte—el relativismo epistemológico—se sostiene que incluso los hechos científicos están determinados por paradigmas históricos y comunidades de práctica, como argumentó Thomas Kuhn en La estructura de las revoluciones científicas. Mientras el construccionismo se limita a describir cómo se construyen los significados sociales, el relativismo a menudo extiende esta idea a la imposibilidad de juzgar entre diferentes sistemas de creencias. Aquí yace una primera diferencia clave: el construccionismo puede coexistir con ciertas formas de realismo, mientras que el relativismo suele rechazar cualquier criterio externo de validación.
Puntos de encuentro entre construccionismo y relativismo
A pesar de sus diferencias, ambas corrientes comparten un escepticismo hacia las narrativas universalistas. Tanto el construccionismo como el relativismo cuestionan la noción de que existan categorías fijas e inmutables, ya sea en la ciencia, la ética o la identidad. Por ejemplo, el género—una categoría central en los estudios sociales—ha sido analizado desde el construccionismo como una construcción cultural variable, en contraposición a las visiones esencialistas que lo atribuyen a diferencias biológicas. Judith Butler, en El género en disputa, lleva esta idea aún más lejos al afirmar que el género es performativo, es decir, que se actualiza a través de actos repetidos dentro de un marco normativo. Esta perspectiva es compatible con el relativismo cultural, que sostendría que lo que se considera “masculino” o “femenino” varía según la sociedad.
Otro punto en común es su crítica al objetivismo científico. El construccionismo social ha influido en disciplinas como la sociología de la ciencia, donde autores como Bruno Latour han mostrado cómo los hechos científicos son también productos de negociaciones sociales y no meros descubrimientos de una realidad externa. Esta postura se acerca al relativismo epistemológico, que niega la posibilidad de un conocimiento libre de influencias contextuales. Sin embargo, mientras el construccionismo suele mantener un enfoque descriptivo—analizando cómo se construyen los significados—el relativismo a menudo deriva en posiciones normativas, como la imposibilidad de criticar prácticas culturales ajenas.
Diferencias fundamentales
Aunque el construccionismo y el relativismo comparten terreno, no son equivalentes. Una distinción crucial radica en sus implicaciones normativas. El construccionismo, en su forma moderada, no necesariamente niega la posibilidad de evaluar críticamente las construcciones sociales. Por ejemplo, aunque acepte que el racismo es una construcción histórica, no por ello deja de denunciar sus efectos materiales. En cambio, el relativismo cultural extremo podría llevar a una parálisis ética: si todas las prácticas son igualmente válidas en su contexto, ¿cómo justificar la oposición a la discriminación o la opresión?
Otra diferencia es el alcance de sus afirmaciones. El construccionismo se centra en procesos sociales específicos—cómo se forman las identidades, las instituciones o los discursos—mientras que el relativismo suele ser una postura global sobre el conocimiento y la moral. Además, algunos construccionistas, como Ian Hacking, distinguen entre “construcción” y “relativismo”, señalando que reconocer que algo es construido no implica que carezca de realidad o consecuencias. Por ejemplo, aunque el dinero es una construcción social, sus efectos económicos son muy reales.
Críticas y limitaciones
Tanto el construccionismo como el relativismo han enfrentado críticas importantes. Una objeción común es que, al negar o minimizar la realidad objetiva, estas posturas pueden caer en una contradicción performativa: si todo es relativo o construido, ¿cómo podemos confiar en sus propias afirmaciones? Además, corrientes como el realismo crítico argumentan que, aunque nuestra comprensión de la realidad esté mediada socialmente, esto no significa que no existan estructuras independientes de nuestra percepción.
Otra crítica es el riesgo de trivializar experiencias opresivas. Si el género, la raza o la clase son meras construcciones, ¿no se minimiza el sufrimiento real que producen? Autoras feministas como Martha Nussbaum han alertado contra el exceso de constructivismo, que puede socavar luchas políticas basadas en identidades compartidas.
Conclusión
En resumen, aunque el construccionismo social comparte con el relativismo una visión escéptica hacia las verdades absolutas, no puede reducirse simplemente a una forma de relativismo. Mientras el relativismo tiende a una postura global sobre la imposibilidad de juicios universales, el construccionismo ofrece un marco analítico para entender cómo se forman los significados sociales sin necesariamente negar su materialidad. La tensión entre ambas perspectivas refleja un debate más amplio en las ciencias sociales: cómo reconciliar el reconocimiento de la diversidad cultural con la necesidad de criterios éticos y epistemológicos sólidos.
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