La Asamblea Popular y el Grito Colectivo: “Que Se Vayan Todos” en Argentina

Publicado el 5 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Contexto Histórico de la Crisis Argentina a Principios del Siglo XXI

A principios del siglo XXI, Argentina se encontraba sumida en una de las crisis económicas, políticas y sociales más profundas de su historia contemporánea. El país, otrora considerado un modelo de estabilidad en América Latina, colapsó bajo el peso de las políticas neoliberales implementadas durante la década de los noventa, particularmente durante el gobierno de Carlos Menem y continuadas, con matices, por Fernando de la Rúa. La convertibilidad, que fijaba el valor del peso argentino al dólar estadounidense, había generado una ilusión de prosperidad inicial, pero pronto reveló sus limitaciones estructurales.

El endeudamiento externo creció de manera exponencial, mientras que la desindustrialización y el desempleo se expandieron, dejando a amplios sectores de la población en condiciones de precariedad. La corrupción sistémica y la falta de legitimidad de las instituciones políticas profundizaron el descontento, creando un caldo de cultivo para lo que luego sería una explosión social sin precedentes.

En este escenario, la sociedad argentina comenzó a articular respuestas que trascendieron los canales tradicionales de participación, dando paso a formas de organización horizontal y asamblearia que cuestionaban no solo a los gobiernos de turno, sino al sistema político en su totalidad.

El Estallido Social de Diciembre de 2001 y la Caída de De la Rúa

El mes de diciembre de 2001 marcó un punto de inflexión en la historia reciente de Argentina. Las medidas de ajuste implementadas por el ministro de Economía, Domingo Cavallo, incluyendo el congelamiento de los depósitos bancarios —conocido como el “corralito”—, fueron la chispa que encendió la pradera. Las calles de Buenos Aires y otras ciudades principales se convirtieron en escenarios de masivas protestas, cacerolazos y enfrentamientos con las fuerzas de seguridad.

La consigna “Que se vayan todos” resonó como un grito unánime que expresaba el hartazgo hacia una clase política percibida como corrupta e incapaz de solucionar los problemas de la población. La represión estatal, que culminó con la muerte de más de treinta manifestantes, solo exacerbó la indignación popular.

Finalmente, el 20 de diciembre, Fernando de la Rúa renunció a la presidencia, escapando en helicóptero desde la Casa Rosada, una imagen que simbolizó el derrumbe de un régimen político. Sin embargo, lejos de apaciguarse, la crisis se profundizó con una sucesión de presidentes interinos en apenas dos semanas, evidenciando la vacuidad del poder institucional frente a la fuerza de la movilización popular.

El Surgimiento de las Asambleas Populares como Alternativa Política

En este contexto de vacío de poder y deslegitimación generalizada, surgieron las asambleas populares como espacios de autoorganización ciudadana. Estas asambleas, que proliferaron en barrios, plazas y ciudades de todo el país, representaron una forma novedosa de participación política basada en la horizontalidad, el consenso y la acción directa.

A diferencia de los partidos políticos tradicionales, las asambleas operaban sin jerarquías preestablecidas, fomentando la deliberación colectiva y la toma de decisiones por medio de mecanismos participativos. Temas como la soberanía alimentaria, el trueque como alternativa económica, la recuperación de fábricas abandonadas por sus dueños y la denuncia de la represión policial fueron algunos de los ejes que articularon su accionar.

Las asambleas no solo funcionaron como espacios de resistencia, sino también como laboratorios de democracia directa, donde se ensayaban formas de gestión comunitaria que desafiaban el orden neoliberal. Sin embargo, su naturaleza heterogénea y la falta de una estructura unificada también plantearon limitaciones, especialmente frente a la recomposición del sistema político que comenzó a gestarse con la llegada de Eduardo Duhalde al poder y, posteriormente, con la elección de Néstor Kirchner en 2003.

Legados y Debates en Torno al “Que Se Vayan Todos”

A más de dos décadas de aquellos eventos, el movimiento del “Que se vayan todos” y las asambleas populares continúan siendo objeto de análisis y debate en el campo sociopolítico argentino. Por un lado, se reconoce su papel fundamental en la crisis del modelo neoliberal y en la apertura de un ciclo político que, con sus contradicciones, permitió la emergencia de gobiernos que cuestionaron, al menos discursivamente, el consenso de Washington.

Por otro lado, persisten interrogantes sobre la capacidad de estos movimientos para trascender el momento insurreccional y consolidar alternativas duraderas de poder popular. Las asambleas, aunque lograron instalar prácticas de democracia directa y solidaridad comunitaria, no pudieron sostener su momentum frente a la recuperación de la institucionalidad estatal y la cooptación de parte de sus demandas por parte de sectores partidarios.

No obstante, su legado perdura en las luchas actuales, desde el movimiento feminista hasta las organizaciones de trabajadores de la economía popular, que retoman el espíritu asambleario para enfrentar nuevas formas de exclusión. En última instancia, el “Que se vayan todos” no fue solo un grito de furia, sino una demanda radical por otra forma de hacer política, una que siguiendo resonando en cada protesta que exige justicia y participación real.

La Reconfiguración del Poder y la Respuesta Estatal ante la Rebelión Popular

El colapso del gobierno de De la Rúa y la posterior sucesión de presidentes interinos dejaron al descubierto la fragilidad del sistema político argentino en aquel momento. Eduardo Duhalde, asumiendo la presidencia en enero de 2002, heredó un país en default, con una economía en ruinas y una sociedad que ya no creía en las promesas de sus dirigentes.

Su gobierno intentó estabilizar la situación mediante medidas como la devaluación del peso y la implementación de programas sociales de emergencia, pero el fantasma de la rebelión popular seguía presente. Las asambleas barriales, los piqueteros y las fábricas recuperadas mantenían una presión constante, exigiendo no solo soluciones económicas inmediatas, sino también una transformación profunda del sistema.

Sin embargo, el Estado, aunque debilitado, aún conservaba herramientas de cooptación y represión. Por un lado, se buscó canalizar el descontento a través de mecanismos institucionales, como la convocatoria a elecciones anticipadas en 2003. Por otro, se ejerció una violencia selectiva contra los movimientos más radicalizados, criminalizando la protesta social y reprimiendo manifestaciones. Esta dualidad reflejaba la tensión entre la necesidad de restaurar el orden y el reconocimiento de que la legitimidad política ya no podía construirse sobre las bases tradicionales.

La Asimilación de las Demandas Populares y el Surgimiento del Kirchnerismo

La llegada de Néstor Kirchner a la presidencia en 2003 marcó el inicio de un nuevo ciclo político en Argentina. Aunque su elección se dio con un bajo porcentaje de votos y en un contexto de desmovilización relativa de las protestas, su gobierno supo capitalizar el malestar expresado en el “Que se vayan todos”. Kirchner adoptó un discurso crítico hacia el neoliberalismo, promovió los derechos humanos como bandera y estableció alianzas con sectores de los movimientos sociales.

Sin embargo, su administración también implicó una gradual desactivación de las formas más autónomas de organización popular. Las políticas sociales, como el Plan Jefes y Jefas de Hogar, absorbieron parte de la energía de las asambleas y los piquetes, mientras que la retórica oficialista buscó integrar a los líderes sociales dentro de un proyecto político más amplio.

Este proceso no estuvo exento de contradicciones: por un lado, se reconocían las demandas de justicia social y participación; por otro, se reconstruía un esquema de poder vertical que, aunque más inclusivo, seguía dependiendo de la figura presidencial como eje central. La tensión entre la autonomía de los movimientos y su incorporación al sistema político se volvió un tema recurrente en los años siguientes.

Reflexiones sobre la Autonomía y los Límites de la Protesta Social

El legado de las asambleas populares y del “Que se vayan todos” plantea preguntas fundamentales sobre la naturaleza de los cambios sociales y políticos. ¿Es posible transformar el sistema desde afuera, o toda rebelión termina siendo absorbida o neutralizada por las estructuras existentes? En el caso argentino, la energía disruptiva de 2001 logró derribar un gobierno y cuestionar el orden neoliberal, pero no consiguió construir una alternativa duradera fuera del marco estatal.

Las asambleas, aunque innovadoras en sus formas de democracia directa, enfrentaron dificultades para escalar sus propuestas a nivel nacional, en parte por su fragmentación y en parte por la falta de una estrategia clara frente al poder.

Al mismo tiempo, su experiencia demostró que la política no se agota en las instituciones formales, sino que también se ejerce en las calles, en los barrios y en los espacios de autogestión. Hoy, en un contexto global de creciente desconfianza hacia las élites políticas, las lecciones de Argentina siguen siendo relevantes. El “Que se vayan todos” fue, en última instancia, un llamado a imaginar otra democracia, una donde la voz de los de abajo no sea solo un grito de protesta, sino la base de un nuevo proyecto colectivo.

Articulos relacionados