La naturaleza del conocimiento: Un análisis epistemológico profundo

Publicado el 24 mayo, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción al concepto de conocimiento en filosofía

El estudio del conocimiento, o epistemología, constituye una de las ramas fundamentales de la filosofía desde sus orígenes en la antigua Grecia. Este campo de investigación se ocupa de cuestiones esenciales como: ¿qué significa realmente conocer algo? ¿Cómo distinguimos el conocimiento genuino de la mera opinión o creencia? ¿Cuáles son las fuentes legítimas del conocimiento? Estas preguntas han ocupado a los pensadores más destacados a lo largo de la historia, desde Platón y Aristóteles hasta Descartes, Kant y los filósofos contemporáneos. El conocimiento no es simplemente un concepto abstracto, sino una categoría fundamental que estructura nuestra comprensión del mundo, guía nuestras acciones y sustenta el desarrollo de la ciencia, la tecnología y la cultura humana en su conjunto. En un sentido amplio, podríamos definir el conocimiento como una relación particular entre un sujeto cognoscente y algún aspecto de la realidad, relación que implica cierta forma de aprehensión verdadera y justificada de dicha realidad. Sin embargo, como veremos, esta aparentemente sencilla definición encierra complejidades y problemas filosóficos de primer orden que han generado debates intensos y prolongados.

La importancia de reflexionar sobre la naturaleza del conocimiento se hace especialmente patente en nuestra época, caracterizada por una explosión sin precedentes de información y por la proliferación de discursos que compiten por ser aceptados como conocimientos válidos. En este contexto, la capacidad de discernir entre lo que constituye genuino conocimiento y lo que son meras afirmaciones infundadas o ideológicamente sesgadas se convierte en una habilidad crítica para navegar el mundo contemporáneo. La epistemología nos proporciona herramientas conceptuales para este discernimiento, ayudándonos a entender los criterios que hacen que una creencia sea considerada conocimiento y no simple opinión. Además, el estudio del conocimiento tiene implicaciones profundas para otras áreas de la filosofía y para disciplinas como la psicología, la educación, la inteligencia artificial y las ciencias cognitivas. Por ejemplo, las teorías sobre cómo adquirimos conocimiento influyen directamente en los métodos pedagógicos, mientras que las concepciones sobre la estructura del conocimiento impactan el diseño de sistemas expertos y algoritmos de aprendizaje automático.

El problema del conocimiento puede abordarse desde múltiples perspectivas complementarias. Podemos examinarlo desde el punto de vista de su definición y condiciones necesarias (el análisis del concepto de conocimiento), desde el ángulo de sus fuentes y métodos de adquisición (la genealogía del conocimiento), o considerando sus límites y posibilidades (la crítica del conocimiento). Cada uno de estos enfoques ilumina aspectos diferentes pero interrelacionados de este fenómeno complejo. En este artículo, nos centraremos particularmente en el análisis conceptual del conocimiento, examinando las teorías clásicas y contemporáneas que han intentado capturar su naturaleza esencial, así como los desafíos y problemas que estas teorías enfrentan. Este recorrido nos permitirá apreciar tanto la riqueza como las dificultades inherentes a cualquier intento de definir rigurosamente qué es el conocimiento, mostrando cómo los filósofos han refinado progresivamente sus concepciones en respuesta a críticas y contraejemplos.

La teoría tradicional: Conocimiento como creencia verdadera justificada

Los orígenes platónicos de la definición tripartita

La concepción clásica del conocimiento, que ha dominado gran parte de la historia de la epistemología, encuentra su formulación más temprana y influyente en los diálogos de Platón, particularmente en el Teeteto. Según esta perspectiva, conocida como la definición tripartita, el conocimiento se compone de tres elementos esenciales: creencia, verdad y justificación. Para que un sujeto S pueda decir que sabe que p (donde p es una proposición cualquiera), deben cumplirse simultáneamente tres condiciones: (1) S cree que p; (2) p es verdadera; y (3) S está justificado en creer que p. Esta definición intenta capturar la intuición de que el conocimiento no es simplemente una creencia afortunada o casualmente verdadera, sino una creencia que posee un fundamento racional adecuado. Por ejemplo, si alguien cree correctamente que “París es la capital de Francia” y esta creencia está basada en evidencias sólidas como estudios geográficos o experiencias de viaje, entonces podemos decir que esa persona sabe que París es la capital de Francia. En cambio, si alguien cree lo mismo pero solo porque lo soñó o lo adivinó al azar, no diríamos que realmente lo sabe, aunque su creencia sea verdadera.

La definición tripartita ha demostrado una notable resistencia y capacidad de adaptación a lo largo de los siglos, siendo adoptada y reformulada por numerosos filósofos en diferentes contextos históricos. Su fortaleza reside en que parece recoger nuestras intuiciones preteóricas sobre qué consideramos conocimiento en la vida cotidiana, al tiempo que proporciona un marco conceptual claro para distinguir entre distintos estados epistémicos. La condición de creencia excluye casos donde alguien acierta la verdad sin siquiera estar convencido de ella; la condición de verdad distingue el conocimiento de la mera creencia falsa; y la condición de justificación separa el conocimiento de las conjeturas afortunadas. Además, esta definición permite gradaciones en el conocimiento según la solidez de la justificación, lo que resulta particularmente útil para dar cuenta de diferencias entre áreas como las matemáticas (donde las justificaciones suelen ser deductivas y concluyentes) y las ciencias empíricas (donde las justificaciones son inductivas y falibles). Sin embargo, como veremos más adelante, esta aparente solidez conceptual comenzaría a mostrar grietas significativas en el siglo XX, cuando filósofos como Edmund Gettier presentaron contraejemplos que cuestionaban la suficiencia de estas tres condiciones.

Desarrollos posteriores y refinamientos de la teoría clásica

A lo largo de la historia de la filosofía, la definición tripartita del conocimiento ha sido objeto de numerosos refinamientos y reinterpretaciones destinados a fortalecerla frente a posibles objeciones. Los filósofos medievales, por ejemplo, introdujeron distinciones importantes entre diferentes tipos de justificación, separando el conocimiento demostrativo (propio de las matemáticas) del conocimiento por experiencia (característico de las ciencias naturales). Descartes, en su búsqueda de certezas indubitables, propuso estándares particularmente exigentes para la justificación, argumentando que solo aquellas creencias que resisten la duda hiperbólica pueden considerarse propiamente conocimiento. Este racionalismo cartesiano contrasta con el enfoque empirista desarrollado por filósofos como Locke, Berkeley y Hume, quienes enfatizaron el papel de la experiencia sensorial como fuente última de justificación para nuestro conocimiento del mundo. Estas discusiones sobre las fuentes adecuadas de justificación llevaron a reconocer que el concepto de conocimiento es más complejo de lo que parece a primera vista, abarcando variedades distintas como el conocimiento proposicional (saber que), el conocimiento práctico (saber cómo) y el conocimiento por familiaridad.

En el siglo XX, el desarrollo de la lógica formal y la filosofía analítica permitió un tratamiento más preciso de los componentes de la definición tripartita. Los filósofos comenzaron a analizar minuciosamente cada una de las condiciones, preguntándose, por ejemplo, qué tipo de entidades pueden ser conocidas (¿solo proposiciones?, ¿también objetos?), qué teorías de la verdad son más adecuadas para la epistemología (correspondencia, coherencia, pragmatismo), y qué constituye exactamente una justificación adecuada. Este último punto generó especialmente intensos debates, dando lugar a teorías rivales como el fundacionalismo (que postula ciertas creencias básicas autoevidentes) y el coherentismo (que enfatiza las relaciones mutuas de apoyo entre creencias). Simultáneamente, el desarrollo de la epistemología naturalizada, asociada a figuras como Quine, cuestionó la viabilidad de analizar el conocimiento de manera puramente a priori, argumentando que la epistemología debería ser considerada como una rama de la psicología que estudia cómo los organismos humanos adquieren información fiable sobre su entorno. Estos desarrollos enriquecieron enormemente la comprensión del conocimiento, pero también revelaron la dificultad de proporcionar una definición satisfactoria que capture todos sus matices.

Los problemas de Gettier y sus consecuencias para la epistemología

La estructura y significado de los contraejemplos de Gettier

En 1963, el filósofo Edmund Gettier publicó un breve pero devastador artículo titulado “Is Justified True Belief Knowledge?” que cambiaría el curso de la epistemología contemporánea. En este trabajo, Gettier presentó una serie de contraejemplos ingeniosos diseñados para mostrar que las tres condiciones de la definición clásica -creencia, verdad y justificación- no son suficientes para garantizar el conocimiento. Estos casos, conocidos desde entonces como “problemas de Gettier”, comparten una estructura común: en ellos, un sujeto tiene una creencia que es verdadera y está justificada según criterios epistémicos razonables, pero donde la verdad de la creencia parece ser más producto de la suerte que de la justificación, haciendo intuitivamente problemático atribuir conocimiento genuino. Uno de los ejemplos más célebres involucra a dos personas, Smith y Jones, que solicitan un mismo empleo: Smith tiene fuerte evidencia de que Jones obtendrá el trabajo y cuenta las monedas en el bolsillo de Jones (digamos, diez), llegando así a la creencia justificada “el hombre que obtendrá el trabajo tiene diez monedas en su bolsillo”. Sin embargo, contra todo pronóstico, es Smith quien consigue el empleo, y por coincidencia lleva exactamente diez monedas en su bolsillo. Su creencia resulta verdadera, pero difícilmente diríamos que Smith sabía que el empleado tendría diez monedas.

La fuerza de los ejemplos de Gettier reside en que desafían nuestra intuición de que el conocimiento requiere cierta conexión no accidental entre la justificación y la verdad de la creencia. En los casos típicos, la justificación sirve como guía fiable hacia la verdad, pero en las situaciones descritas por Gettier, esta conexión se rompe: la creencia es verdadera por razones independientes de lo que la justificaba. Esto sugiere que la definición tripartita es demasiado amplia, permitiendo como conocimiento casos que claramente no lo son. La publicación del artículo de Gettier generó una enorme cantidad de literatura filosófica destinada a resolver lo que se conoció como el “problema de Gettier”, ya sea modificando la definición tradicional para excluir estos casos contra-intuitivos, o argumentando que nuestras intuiciones sobre ellos son engañosas. Este debate no solo revitalizó la epistemología como disciplina, sino que también llevó a los filósofos a reconocer la complejidad del concepto de conocimiento y la necesidad de análisis más sofisticados que capturen todos sus matices.

Principales estrategias de solución al problema de Gettier

La respuesta filosófica a los problemas de Gettier ha sido extraordinariamente variada y creativa, dando lugar a numerosas propuestas alternativas para definir el conocimiento. Una de las estrategias más influyentes ha sido la de añadir una cuarta condición a la definición tradicional, diseñada específicamente para excluir los casos de Gettier. Estas teorías de la “cuarta condición” comparten la estructura básica según la cual S sabe que p si y solo si: (1) S cree que p; (2) p es verdadera; (3) S está justificado en creer que p; y (4) se cumple alguna condición adicional que evita los problemas de Gettier. Diferentes filósofos han propuesto candidatos diversos para esta cuarta condición: algunos han sugerido requisitos de “no-derrotabilidad” (la justificación no debe ser anulada por información adicional), otros han apelado a condiciones de “causalidad adecuada” (debe haber una conexión causal apropiada entre el hecho que hace verdadera p y la creencia de S), y otros más han propuesto exigencias de “confiabilidad” (la creencia debe resultar de un proceso cognitivo confiable para producir verdades).

Entre las soluciones más destacadas se encuentra la teoría causal del conocimiento, desarrollada por Alvin Goldman, que requiere que exista una cadena causal apropiada entre el hecho conocido y la creencia del sujeto. En los casos de Gettier, esta conexión causal está ausente o es defectuosa, lo que explicaría por qué no hay conocimiento genuino. Otra solución importante es el fiabilismo, también asociado a Goldman, que sostiene que el conocimiento es creencia verdadera producida por procesos cognitivos confiables. Desde esta perspectiva, los casos de Gettier son problemáticos precisamente porque la verdad de la creencia no resulta de la confiabilidad del proceso que la generó, sino de factores fortuitos. Una tercera línea de respuesta, representada por la teoría de las alternativas relevantes de Dretske y Nozick, argumenta que el conocimiento requiere que la creencia sea sensible a la verdad en el sentido de que el sujeto no la sostendría en situaciones alternativas relevantes donde fuera falsa. En los casos de Gettier, esta sensibilidad está ausente porque el sujeto mantendría su creencia incluso en escenarios donde es falsa.

Cada una de estas soluciones ha contribuido a profundizar nuestra comprensión del conocimiento, aunque ninguna ha logrado un consenso unánime. Las principales dificultades que enfrentan son, por un lado, evitar ser demasiado restrictivas (excluyendo casos que intuitivamente sí consideramos conocimiento) y, por otro, proporcionar condiciones que sean informativas y no meramente ad hoc. Además, muchas de estas teorías tienen que lidiar con versiones más sofisticadas de los problemas de Gettier, conocidos como “casos de Gettier de segundo orden”, diseñados específicamente para eludir las soluciones propuestas. Este panorama ha llevado a algunos filósofos a sugerir que quizás el concepto de conocimiento no sea analizable en términos de condiciones necesarias y suficientes, o que nuestras intuiciones sobre él son demasiado variables como para ser capturadas por una definición rígida. Estas posiciones más escépticas, sin embargo, no han logrado detener el flujo de nuevas teorías que continúan refinando nuestro entendimiento de este concepto fundamental.

Perspectivas contemporáneas sobre la naturaleza del conocimiento

Epistemología de las virtudes y conocimiento como logro

Una de las respuestas más originales y prometedoras a los problemas tradicionales en la teoría del conocimiento ha sido el desarrollo de la epistemología de las virtudes, asociada principalmente con filósofos como Ernest Sosa, Linda Zagzebski y John Greco. Esta aproximación cambia el foco de atención desde las propiedades abstractas de las creencias hacia las características y habilidades del agente cognoscente. Según esta perspectiva, el conocimiento es un tipo de logro intelectual, resultado del ejercicio de virtudes cognitivas como la perspicacia, la honestidad intelectual, la atención cuidadosa y la imparcialidad. Estas virtudes son entendidas como disposiciones estables que capacitan a una persona para alcanzar la verdad de manera consistente en diversos dominios. Por ejemplo, cuando un científico cuidadoso llega a una conclusión verdadera después de un riguroso proceso de experimentación y análisis, su conocimiento no se explica simplemente por la correspondencia entre su creencia y los hechos, ni por la mera presencia de justificaciones, sino por el hecho de que su creencia es el resultado de un desempeño intelectual virtuoso.

La epistemología de las virtudes ofrece varias ventajas importantes frente a los enfoques tradicionales. En primer lugar, proporciona una explicación natural de por qué los casos de Gettier no constituyen conocimiento genuino: en estos casos, aunque la creencia es verdadera y justificada, no es el resultado directo del ejercicio de virtudes intelectuales, sino más bien de la suerte epistémica. En segundo lugar, este enfoque permite integrar dimensiones normativas y evaluativas que quedaban fuera de las teorías puramente descriptivas del conocimiento, reconociendo que conocer es algo que hacemos bien o mal, no simplemente un estado que alcanzamos. Además, la epistemología de las virtudes parece particularmente adecuada para dar cuenta de formas de conocimiento que no se reducen fácilmente al modelo proposicional, como el conocimiento práctico o el conocimiento por familiaridad. Finalmente, este marco teórico conecta de manera productiva con investigaciones empíricas en psicología cognitiva y educación, que estudian precisamente cómo desarrollamos y ejercitamos nuestras capacidades cognitivas.

Sin embargo, la epistemología de las virtudes también enfrenta desafíos significativos. Uno de los principales es precisar qué cuenta exactamente como una virtud intelectual y cómo estas virtudes se relacionan específicamente con la formación de creencias particulares. También está el problema de explicar cómo este enfoque puede dar cuenta de formas de conocimiento que parecen requerir poca ejercitación de virtudes, como el conocimiento perceptual básico. A pesar de estas dificultades, la epistemología de las virtudes ha revitalizado el estudio del conocimiento al ofrecer una perspectiva más rica y humanamente plausible que las teorías puramente abstractas y formalizadas.

Conocimiento y epistemología social

Otra transformación importante en la comprensión contemporánea del conocimiento ha sido el reconocimiento de su dimensión esencialmente social. Tradicionalmente, la epistemología había tendido a analizar el conocimiento desde una perspectiva individualista, centrándose en las creencias y justificaciones de sujetos aislados. Sin embargo, en las últimas décadas ha emergido con fuerza la epistemología social, que estudia cómo el conocimiento se produce, transmite y valida en contextos sociales. Desde esta perspectiva, gran parte de lo que consideramos conocimiento individual depende crucialmente de fuentes sociales como el testimonio de otros, la división del trabajo cognitivo en comunidades expertas, y los sistemas institucionales de verificación y certificación del conocimiento. Por ejemplo, cuando un médico diagnostica una enfermedad, su conocimiento no se basa únicamente en sus observaciones directas, sino en años de formación médica, en la literatura científica disponible, y en los protocolos establecidos por la comunidad médica.

La epistemología social ha enriquecido nuestra comprensión del conocimiento al mostrar cómo las prácticas sociales pueden tanto habilitar como restringir el acceso al conocimiento. Por un lado, la confianza en testimonios y autoridades epistémicas nos permite ampliar enormemente nuestro conocimiento más allá de lo que podríamos verificar personalmente. Por otro lado, dinámicas sociales como los prejuicios sistémicos, las relaciones de poder desiguales o los filtros algorítmicos en las plataformas digitales pueden distorsionar los procesos de adquisición y validación del conocimiento. Estas investigaciones han llevado al desarrollo de áreas como la epistemología del testimonio, que estudia bajo qué condiciones es racional aceptar lo que otros nos dicen; la epistemología de la desconfianza, que examina cómo grupos marginados desarrollan estrategias críticas frente a sistemas de conocimiento dominantes; y la epistemología de la ignorancia, que analiza cómo ciertas formas de no-saber son socialmente producidas y mantenidas.

El giro social en epistemología ha tenido el mérito de conectar el estudio abstracto del conocimiento con problemas sociales urgentes, como la desinformación, la crisis de las instituciones epistémicas y las desigualdades en el acceso al conocimiento. Al mismo tiempo, plantea desafíos teóricos importantes, como determinar cómo conciliar la dependencia testimonial con la autonomía racional, o cómo evaluar la confiabilidad de fuentes de conocimiento en contextos de profundo desacuerdo social. Estas cuestiones muestran que el concepto de conocimiento, lejos de ser una reliquia de especulaciones abstractas, está en el corazón de muchos de los debates más acuciantes de nuestro tiempo.

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