La Neutralidad Argentina en la Primera Guerra Mundial: Un Análisis Histórico y Sociopolítico

Publicado el 5 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Contexto Internacional y la Posición Argentina

Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, Argentina se encontró en una encrucijada geopolítica compleja. Como una nación distante geográficamente de los campos de batalla europeos, pero estrechamente vinculada económicamente a las potencias beligerantes, el gobierno argentino enfrentó presiones tanto internas como externas para definir su postura. La neutralidad, adoptada desde el inicio del conflicto, no fue una decisión casual, sino el resultado de una cuidadosa evaluación de los intereses nacionales y las dinámicas globales.

Argentina mantenía fuertes lazos comerciales con Gran Bretaña, su principal socio económico, pero también tenía una significativa población de origen alemán e italiano, lo que añadía capas de complejidad a su política exterior. El presidente Victorino de la Plaza, y más tarde Hipólito Yrigoyen, entendieron que alinearse con alguno de los bandos podría fracturar la frágil cohesión social del país, aún marcada por tensiones entre las élites tradicionales y las crecientes clases medias y trabajadoras.

Además, la neutralidad permitió a Argentina posicionarse como un actor diplomático relevante en América Latina, evitando los costos humanos y materiales de la guerra mientras aprovechaba oportunidades económicas derivadas de la demanda de productos agropecuarios.

Esta postura neutral, sin embargo, no estuvo exenta de críticas. Sectores intelectuales y políticos, influenciados por ideologías europeas, abogaron por un apoyo más explícito a los Aliados o a las Potencias Centrales, reflejando las divisiones ideológicas que atravesaban la sociedad argentina. La prensa jugó un papel crucial en este debate, con diarios como La Prensa y La Nación adoptando posturas divergentes.

Mientras tanto, el gobierno insistió en que la neutralidad era la única opción viable para preservar la soberanía nacional y evitar la instrumentalización por parte de las potencias extranjeras. Esta política no solo respondía a cálculos pragmáticos, sino que también reflejaba una visión particular del lugar de Argentina en el mundo: una nación joven, orgullosa de su independencia, que buscaba mantener su autonomía en un escenario internacional cada vez más polarizado.

Las Presiones Económicas y la Sociedad Civil

La economía argentina experimentó un boom durante los primeros años de la guerra, gracias a la creciente demanda europea de carne, trigo y otros productos de exportación. Sin embargo, este aparente beneficio ocultaba tensiones profundas. Las élites terratenientes, agrupadas en la Sociedad Rural Argentina, vieron cómo sus ganancias se multiplicaban, pero al mismo tiempo, la guerra interrumpió las importaciones de manufacturas europeas, generando escasez y alza de precios en el mercado interno.

Esto afectó especialmente a las clases populares urbanas, que comenzaron a presionar al gobierno para que interviniera en la economía. La neutralidad, en este sentido, no era solo una política exterior, sino también un mecanismo para gestionar las contradicciones de un modelo económico dependiente. El Estado argentino, aunque formalmente neutral, tuvo que navegar entre los intereses de los grandes exportadores y las demandas de una sociedad cada vez más movilizada.

La guerra también exacerbó las divisiones sociales y culturales dentro de Argentina. Las comunidades de inmigrantes, particularmente alemanes e italianos, seguían con atención los acontecimientos en Europa, y sus lealtades a menudo chocaban con la postura oficial del gobierno. En ciudades como Buenos Aires, Rosario y Córdoba, se registraron manifestaciones y contra-manifestaciones a favor de uno u otro bando, evidenciando cómo el conflicto global permeaba la vida cotidiana.

El gobierno, consciente de estos riesgos, optó por una política de neutralidad estricta, evitando gestos que pudieran interpretarse como parcialidad. Esta estrategia permitió mantener un frágil equilibrio, pero también reveló las limitaciones de la diplomacia argentina en un mundo cada vez más interconectado. La neutralidad, en última instancia, fue tanto un escudo como una expresión de las contradicciones de una nación en busca de su identidad internacional.

El Legado de la Neutralidad y su Impacto en la Política Exterior Argentina

La decisión de mantener la neutralidad durante la Primera Guerra Mundial dejó un legado duradero en la política exterior argentina. Tras el fin del conflicto en 1918, Argentina emergió como una de las pocas naciones latinoamericanas que había logrado preservar su autonomía sin verse arrastrada a la guerra.

Esto le permitió participar en las negociaciones de posguerra desde una posición de relativa fortaleza, aunque su influencia siguió siendo limitada frente a las grandes potencias. La experiencia de la neutralidad también reforzó en el imaginario político argentino la idea de que el país debía mantener una postura independiente en los conflictos globales, un principio que resurgiría décadas más tarde durante la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría.

Sin embargo, la neutralidad también tuvo costos. Al negarse a alinearse explícitamente con los vencedores, Argentina perdió oportunidades de consolidar alianzas estratégicas en un momento clave de reconfiguración del orden mundial. Además, la dependencia económica de Gran Bretaña, que se profundizó durante la guerra, limitó la capacidad del país para diversificar sus relaciones internacionales.

En el plano interno, la guerra aceleró transformaciones sociales que desembocarían en las protestas y reformas de la década de 1920, mostrando que incluso una política exterior aparentemente distante tenía repercusiones profundas en la vida política nacional. La neutralidad argentina en la Primera Guerra Mundial, por tanto, no fue un mero acto de abstencionismo, sino un reflejo de las complejidades de una nación en transición, atrapada entre sus aspiraciones de autonomía y las realidades de un mundo en crisis.

La Diplomacia Argentina y las Relaciones con las Potencias Beligerantes

Aunque Argentina mantuvo una postura oficial de neutralidad durante la Primera Guerra Mundial, esto no significó que su gobierno permaneciera completamente ajeno a las presiones diplomáticas de las potencias en conflicto. Por el contrario, tanto los Aliados como las Potencias Centrales ejercieron influencia sobre Buenos Aires, buscando asegurar el flujo de suministros o, al menos, impedir que su enemigo obtuviera ventajas. Gran Bretaña, en particular, utilizó su dominio sobre el comercio marítimo para controlar las exportaciones argentinas, asegurándose de que los productos agropecuarios no terminaran indirectamente abasteciendo a Alemania.

Esta situación generó roces diplomáticos, ya que el gobierno argentino insistía en su derecho a comerciar con todos los bandos, pero en la práctica, el bloqueo naval británico limitaba severamente las transacciones con las Potencias Centrales. Las autoridades argentinas protestaron en varias ocasiones por lo que consideraban una violación de su soberanía económica, aunque sin llegar a medidas más drásticas que pudieran afectar su relación con Londres.

Por otro lado, Alemania también intentó influir en Argentina, aunque con menos éxito. La comunidad germana en el país, aunque numerosa y bien organizada, no logró cambiar la posición oficial del gobierno. Hubo rumores de espionaje y sabotaje, incluyendo supuestos intentos de interrumpir el envío de alimentos a los Aliados, pero estas acusaciones nunca fueron completamente probadas.

Lo cierto es que la inteligencia británica monitoreaba de cerca las actividades alemanas en Argentina, y en ocasiones compartía información con las autoridades locales para evitar incidentes que pudieran forzar un cambio en la neutralidad. Este delicado equilibrio diplomático reflejaba la posición de Argentina como un actor secundario pero no irrelevante en el tablero global, obligado a negociar constantemente entre su deseo de autonomía y las realidades del poder internacional.

El Debate Ideológico y la Polarización Interna

La neutralidad argentina no fue solo una cuestión de política exterior, sino también un tema de intenso debate interno que dividió a la sociedad y a la clase política. Por un lado, los sectores más vinculados a las élites tradicionales, especialmente aquellos con intereses comerciales en Europa, tendían a simpatizar con los Aliados, particularmente con Gran Bretaña y Francia.

Estos grupos argumentaban que Argentina, como nación moderna y europeizada, debía alinearse con las democracias occidentales contra el militarismo alemán. Por otro lado, existía una corriente de opinión, influenciada por el nacionalismo y el antiimperialismo, que veía con recelo la dominación británica sobre la economía argentina y simpatizaba con la resistencia de las Potencias Centrales. Esta división no era meramente teórica: se manifestaba en la prensa, en las universidades y hasta en las calles, donde grupos rivales realizaban manifestaciones a favor de uno u otro bando.

El gobierno de Hipólito Yrigoyen, que asumió en 1916, tuvo que manejar estas tensiones con cuidado. Su administración, aunque mantuvo la neutralidad, no era inmune a las presiones internas. El radicalismo, como movimiento político, incluía tanto a figuras pro-aliadas como a otras más inclinadas hacia el neutralismo absoluto.

Yrigoyen mismo parecía creer en una visión más latinoamericanista de la política exterior, buscando mantener a Argentina alejada de los conflictos europeos mientras fortalecía su liderazgo en la región. Sin embargo, la guerra aceleró cambios sociales que pronto desbordarían el marco de la discusión sobre neutralidad. La creciente inflación, la escasez de bienes importados y el malestar obrero comenzaron a desplazar el debate hacia cuestiones más urgentes de justicia social y distribución económica. Así, mientras la guerra en Europa llegaba a su fin, Argentina se encaminaba hacia una década de transformaciones profundas que redefinirían su política interna y su lugar en el mundo.

Reflexiones Finales: La Neutralidad como Espejo de una Nación en Transición

La decisión de Argentina de permanecer neutral durante la Primera Guerra Mundial puede interpretarse como un síntoma de las contradicciones y aspiraciones de una nación que aún buscaba definir su identidad en el escenario internacional. Por un lado, reflejaba el pragmatismo de una élite gobernante que entendía los riesgos de involucrarse en un conflicto ajeno, pero también la falta de un proyecto claro para posicionar al país como un actor de peso en la política global.

Por otro lado, la neutralidad permitió a Argentina evitar los costos directos de la guerra, pero no la protegió de sus efectos colaterales: la dependencia económica se profundizó, las tensiones sociales aumentaron y el modelo agroexportador mostró sus límites.

En el largo plazo, esta experiencia dejó lecciones ambiguas. Por una parte, consolidó en el imaginario político argentino la idea de que el país debía mantener cierta distancia de los conflictos entre grandes potencias, un principio que reaparecería en distintos momentos del siglo XX. Por otra, también evidenció las dificultades de ser un actor neutral en un mundo cada vez más interdependiente, donde las decisiones económicas y diplomáticas de las grandes potencias terminaban afectando a todos, incluso a quienes pretendían mantenerse al margen.

La neutralidad durante la Primera Guerra Mundial no fue, entonces, ni un éxito rotundo ni un fracaso absoluto, sino el reflejo de un momento histórico en el que Argentina, como muchas otras naciones periféricas, tuvo que navegar entre sus aspiraciones de autonomía y las fuerzas incontrolables de la geopolítica global.

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