¿Qué papel juegan los narcoparamilitares en los procesos de paz o desmovilización?

Publicado el 4 junio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El conflicto armado en Colombia ha sido un fenómeno complejo y multifacético, donde actores como los narcoparamilitares han desempeñado un papel determinante en los procesos de paz y desmovilización. Estos grupos, surgidos como estructuras de autodefensa contra la guerrilla, evolucionaron hacia organizaciones criminales con fuertes vínculos con el narcotráfico. Su participación en los diálogos de paz y su posterior desmovilización han generado debates profundos sobre justicia transicional, reparación a las víctimas y reincidencia en actividades ilegales.

Este artículo analiza el impacto de los narcoparamilitares en los procesos de paz, examinando su influencia en la violencia posterior a la desmovilización, su relación con el Estado y las fallas en los mecanismos de reintegración. Además, se exploran las consecuencias de su rearme bajo nuevas estructuras criminales, conocidas como Bandas Criminales (BACRIM), y cómo estos fenómenos afectan la estabilidad del país.


Origen y Evolución de los Narcoparamilitares

Los narcoparamilitares emergieron en Colombia durante las décadas de 1980 y 1990 como respuesta a la expansión de las guerrillas, particularmente las FARC y el ELN. Inicialmente, fueron promovidos por sectores ganaderos, empresariales y políticos como grupos de autodefensa para proteger sus intereses económicos. Sin embargo, rápidamente se vincularon al narcotráfico, lo que les permitió financiar sus operaciones y expandir su influencia territorial.

A diferencia de los grupos paramilitares tradicionales, los narcoparamilitares incorporaron prácticas criminales más sofisticadas, como el control de rutas de narcotráfico, la extorsión y el lavado de activos. Su estructura jerárquica y su capacidad de infiltración en instituciones estatales los convirtieron en un actor clave del conflicto armado. Durante el gobierno de Álvaro Uribe Vélez, se inició un proceso de negociación que culminó con la desmovilización de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC) entre 2003 y 2006.

Sin embargo, la desmovilización no significó el fin de su influencia criminal. Muchos exintegrantes se reagruparon en organizaciones como los Urabeños, el Clan del Golfo y otras BACRIM, manteniendo el control sobre economías ilegales. Este fenómeno demuestra que, aunque formalmente se desmovilizaron, su poder se reconfiguró en nuevas estructuras, lo que ha dificultado la consolidación de la paz en regiones históricamente afectadas por el conflicto.


Participación en los Procesos de Paz y Justicia Transicional

El proceso de paz con los paramilitares se desarrolló bajo el marco de la Ley de Justicia y Paz (Ley 975 de 2005), que buscaba ofrecer beneficios jurídicos a los desmovilizados a cambio de verdad, reparación y no repetición. Este mecanismo permitió que miles de combatientes depusieran las armas, pero también generó críticas por la impunidad frente a crímenes de lesa humanidad.

Uno de los mayores desafíos fue la falta de voluntad de muchos narcoparamilitares para revelar toda la verdad sobre sus crímenes. Aunque algunos líderes, como Salvatore Mancuso, colaboraron con la Justicia, otros mantuvieron silencio para proteger sus redes criminales o a sus aliados políticos y económicos. Además, la extradición de varios cabecillas a Estados Unidos por narcotráfico limitó su contribución a los procesos de verdad en Colombia.

La justicia transicional enfrentó otro obstáculo: la reparación a las víctimas. Miles de familias afectadas por masacres, desplazamientos y despojos de tierras aún esperan una compensación integral. Aunque se crearon fondos para la reparación, la corrupción y la lentitud burocrática han impedido que estos recursos lleguen efectivamente a los afectados.


Reconfiguración Criminal: Las BACRIM y el Fracaso de la Reintegración

Tras la desmovilización de las AUC, surgieron nuevas organizaciones armadas que heredaron sus estructuras y negocios ilegales. Estas bandas, conocidas como BACRIM, se convirtieron en un desafío para la seguridad nacional, controlando regiones estratégicas para el narcotráfico, la minería ilegal y el contrabando.

Uno de los factores que facilitó esta reconfiguración fue la falta de programas efectivos de reintegración. Muchos excombatientes, al no encontrar oportunidades laborales legítimas, regresaron a actividades criminales. Además, la persistencia de economías ilegales en zonas rurales hizo que la transición hacia la legalidad fuera casi imposible para quienes dependían de estas redes.

El Estado ha intentado combatir a las BACRIM mediante operativos militares, pero su capacidad de adaptación y su infiltración en las comunidades les ha permitido mantener su influencia. Esto evidencia que, sin políticas integrales que aborden las causas estructurales del conflicto, como la pobreza y la exclusión social, la violencia persistirá.


Conclusiones y Reflexiones Finales

El papel de los narcoparamilitares en los procesos de paz y desmovilización ha dejado un legado ambivalente. Por un lado, su desmovilización permitió reducir los niveles de violencia en algunas regiones, pero por otro, su rearme en nuevas estructuras criminales ha perpetuado el conflicto.

Para lograr una paz duradera, es necesario fortalecer la justicia transicional, garantizar la reparación integral a las víctimas y ofrecer alternativas económicas reales a los excombatientes. Además, se requiere una mayor voluntad política para desmantelar las redes de corrupción que permiten el surgimiento de estos grupos.

Colombia sigue enfrentando el desafío de construir una paz estable, y el caso de los narcoparamilitares demuestra que, sin abordar las raíces del conflicto, cualquier proceso de paz estará condenado a repetir los errores del pasado.

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