El Gaullismo: Ideología, Influencia y Vigencia en la Política Francesa

Publicado el 11 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: Los Fundamentos del Gaullismo como Doctrina Política

El gaullismo no es simplemente una corriente política asociada a la figura de Charles de Gaulle, sino una doctrina compleja que combina nacionalismo, pragmatismo institucional y una visión particular del papel de Francia en el mundo. Surgido durante la Segunda Guerra Mundial como un movimiento de resistencia, evolucionó tras la creación de la Quinta República en 1958 hacia un modelo de gobierno que buscaba restaurar la grandeza nacional (“la grandeur”) y garantizar la estabilidad política. A diferencia de otras ideologías basadas en dogmas rígidos, el gaullismo se caracterizó por su adaptabilidad, respondiendo a las necesidades históricas del momento sin perder de vista sus principios fundamentales: la independencia de Francia, el fortalecimiento del Estado y la defensa de los intereses nacionales frente a bloques externos.

Uno de los aspectos más distintivos del gaullismo fue su rechazo a la polarización izquierda-derecha tradicional. De Gaulle consideraba que los partidos políticos, con sus luchas internas, habían debilitado a Francia durante la Cuarta República. Por ello, su proyecto se centró en un liderazgo fuerte y centralizado, capaz de trascender divisiones ideológicas. Esta visión se materializó en la creación de la Unión para la Nueva República (UNR), un partido que, aunque de tendencia conservadora, agrupó a figuras de distintos orígenes bajo un programa común: modernizar el país, mantener la unidad nacional y posicionar a Francia como potencia global. El éxito de este modelo quedó demostrado no solo en la estabilidad institucional de la Quinta República, sino también en su pervivencia décadas después de la muerte de su fundador.

Los Tres Pilares del Gaullismo: Soberanía, Estado Fuerte y Justicia Social

El gaullismo se sostuvo sobre tres ejes fundamentales que definieron sus políticas internas y externas. El primero fue la soberanía nacional, entendida como la capacidad de Francia para tomar decisiones autónomas sin someterse a presiones externas. Esto se reflejó en la salida del comando militar de la OTAN, el desarrollo de la “force de frappe” (disuasión nuclear independiente) y la promoción del francés como lengua diplomática. De Gaulle veía a las superpotencias de la Guerra Fría con desconfianza y abogaba por una Europa de naciones libres, no subordinadas a Washington ni a Moscú. Su famosa frase “Francia no puede ser Francia sin grandeza” resumía esta convicción.

El segundo pilar fue la construcción de un Estado fuerte y eficaz, capaz de actuar con rapidez en momentos de crisis. La Constitución de 1958 otorgó al presidente poderes sin precedentes, como la disolución del Parlamento o el uso de decretos de emergencia. Este diseño permitió resolver conflictos como la guerra de Argelia o las revueltas de mayo del 68, aunque también generó críticas por su carácter “bonapartista”. Sin embargo, el gaullismo nunca fue sinónimo de autoritarismo puro: De Gaulle siempre insistió en la legitimidad democrática, recurriendo a referendos para validar sus reformas más importantes.

El tercer eje fue la justicia social, un aspecto menos conocido pero clave en su doctrina. Aunque conservador en lo cultural, De Gaulle impulsó políticas económicas intervencionistas, como la nacionalización de sectores estratégicos (energía, transporte) y la creación del sistema de seguridad social moderno. Su gobierno también promovió la participación accionaria de los trabajadores en empresas, una idea avanzada para su época. Este enfoque buscaba evitar conflictos de clase y garantizar que el crecimiento económico beneficiara a toda la sociedad, no solo a las élites.

La Evolución del Gaullismo Tras De Gaulle: De Pompidou a Macron

Tras la renuncia de De Gaulle en 1969, el gaullismo entró en una nueva fase bajo líderes como Georges Pompidou, Jacques Chirac y Nicolas Sarkozy. Cada uno adaptó la doctrina a su tiempo: Pompidou mantuvo el énfasis en la independencia nacional pero modernizó la economía; Chirac, aunque inicialmente fiel al gaullismo tradicional, terminó alineándose más con el neoliberalismo en los años 90. Sarkozy, por su parte, rompió abiertamente con varios postulados gaullistas, acercándose a Estados Unidos y reduciendo el papel del Estado en la economía.

En el siglo XXI, el gaullismo parece resurgir en figuras como Emmanuel Macron, quien, aunque no proviene de las filas gaullistas clásicas, ha retomado varios de sus principios. Su defensa de una Europa “soberana” frente a Estados Unidos y China, su reforzamiento del poder ejecutivo y su retórica patriótica evocan claramente la herencia de De Gaulle. Sin embargo, el gaullismo moderno enfrenta desafíos que su fundador nunca imaginó: el ascenso del populismo, la globalización económica y las crisis migratorias. ¿Puede esta doctrina, nacida en el siglo XX, ofrecer respuestas válidas para el futuro?

Conclusión: ¿Sigue Vivo el Gaullismo en el Siglo XXI?

Más de medio siglo después de la muerte de De Gaulle, su legado sigue siendo un referente ineludible en la política francesa. Aunque ningún partido actual se declara abiertamente gaullista, muchos de sus principios —como el rol central del Estado, la búsqueda de autonomía estratégica y el equilibrio entre tradición y modernidad— permanecen vigentes. En un mundo cada vez más multipolar, donde Francia busca mantener su influencia frente a gigantes como Estados Unidos y China, las ideas de De Gaulle adquieren nueva relevancia.

Sin embargo, el gaullismo ya no es monolítico: se ha fragmentado en corrientes que van desde el nacionalismo soberanista hasta el europeísmo pragmático. Su verdadero éxito, quizás, radica en su flexibilidad. Como dijo el propio De Gaulle: “Nada perdura si no se adapta”. Y es esa capacidad de evolución, sin traicionar sus fundamentos, lo que podría asegurar su supervivencia en las décadas por venir.

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