El Rol de las Potencias Menores en la Conferencia de Berlín y sus Consecuencias

Publicado el 8 mayo, 2025 por Rodrigo Ricardo

La Omnipresencia de las Grandes Potencias y la Participación Secundaria

Aunque la historiografía tradicional se ha centrado en el papel de Alemania, Francia y Reino Unido en la Conferencia de Berlín (1884-1885), las potencias menores desempeñaron un papel estratégico que merece ser analizado en profundidad. Países como Bélgica, Portugal, España, Italia, Países Bajos, Dinamarca, Suecia-Noruega e incluso Estados Unidos y el Imperio Otomano tuvieron una participación activa cuyas repercusiones se extendieron más allá de lo que su influencia política del momento podría sugerir. Este artículo explora cómo estas naciones, a pesar de no ser las principales protagonistas del reparto de África, lograron asegurar intereses clave que moldearon el desarrollo del colonialismo tardío y las relaciones internacionales de finales del siglo XIX. Su presencia en la conferencia no fue meramente testimonial, sino que respondía a ambiciones económicas, estratégicas y de prestigio que, en algunos casos, terminaron por reconfigurar el equilibrio de poder en regiones específicas del continente africano.

La participación de estas potencias menores debe entenderse dentro del contexto de la política europea de la época, donde el prestigio internacional estaba estrechamente ligado a la posesión de colonias. Para naciones como Bélgica o Portugal, que ya tenían presencia en África pero carecían del poderío militar y económico de sus vecinos, la Conferencia de Berlín representó una oportunidad para legitimar sus pretensiones territoriales bajo el paraguas del derecho internacional. Por otro lado, países como Italia y España, que apenas comenzaban sus aventuras coloniales, vieron en este evento la posibilidad de sentar las bases para futuras expansiones. Incluso Estados Unidos, aunque renuente a involucrarse directamente en el reparto colonial, aprovechó la ocasión para promover sus intereses comerciales en el continente. El análisis de sus estrategias diplomáticas, los acuerdos bilaterales que negociaron y las consecuencias de su participación ofrece una perspectiva más completa sobre cómo se construyó el sistema colonial africano.

Bélgica: La Astucia de Leopoldo II y el Estado Libre del Congo

Entre todas las potencias menores presentes en Berlín, ninguna logró unos resultados tan desproporcionados respecto a su tamaño como Bélgica. El rey Leopoldo II, actuando más como empresario privado que como jefe de estado, consiguió que las potencias reconocieran su control sobre el vasto territorio de la cuenca del Congo, una superficie ochenta veces mayor que Bélgica. Este logro extraordinario se basó en una combinación de hábil diplomacia, propaganda humanitaria y aprovechamiento de las rivalidades entre las grandes potencias. Leopoldo presentó su proyecto como una iniciativa filantrópica y de libre comercio, encubriendo lo que sería uno de los regímenes de explotación más brutales de la historia colonial. La creación del Estado Libre del Congo bajo soberanía personal del monarca belga, en lugar de como colonia estatal, marcó un precedente único en el derecho internacional colonial y demostró cómo una potencia secundaria podía jugar en la liga del imperialismo mediante estrategias no convencionales.

Las consecuencias de este arreglo fueron profundas tanto para África como para el sistema internacional. Por un lado, el régimen de terror implementado por Leopoldo para extraer caucho y marfil causó la muerte de millones de congoleños, en lo que algunos historiadores han calificado como el primer genocidio del siglo XX. Por otro lado, el escándalo humanitario que eventualmente provocó la intervención de otras potencias y la transferencia del Congo a administración estatal belga en 1908 sentó importantes precedentes sobre la responsabilidad internacional en casos de crímenes coloniales. A nivel diplomático, el éxito inicial de Leopoldo demostró que las reglas establecidas en Berlín podían ser manipuladas por actores inteligentes, incentivando a otras potencias menores a buscar sus propias oportunidades en el reparto colonial. El caso belga también mostró cómo el capital privado y las sociedades geográficas podían servir como instrumentos para la expansión imperial cuando los recursos estatales eran limitados.

Portugal: La Defensa de un Imperio en Declive

Portugal llegó a la Conferencia de Berlín en una posición peculiar: como la potencia europea con la presencia más antigua en África, pero también como una nación en claro declive económico y militar. Sus ambiciones de crear un “Mapa Cor-de-Rosa” que uniera Angola y Mozambique chocaron frontalmente con los intereses británicos en la región, particularmente con el proyecto de Cecil Rhodes de establecer un ferrocarril de El Cabo a El Cairo. La diplomacia portuguesa en Berlín se centró en dos objetivos principales: obtener reconocimiento internacional para sus posesiones existentes y garantizar derechos exclusivos sobre las desembocaduras de los ríos Congo y Zambeze, vitales para el comercio de sus colonias. Aunque logró lo primero, fracasó en lo segundo debido a la presión británica y al principio de libre navegación fluvial establecido en la conferencia.

El resultado más inmediato para Portugal fue la necesidad de acelerar la ocupación efectiva de territorios que hasta entonces había controlado solo nominalmente, un proceso costoso que agravó sus problemas financieros. A más largo plazo, la conferencia marcó el inicio de un cambio en la política colonial portuguesa, que pasó de un modelo basado en el comercio costero a uno de penetración hacia el interior, con todas las resistencias y conflictos que esto generó. Curiosamente, aunque Portugal fue formalmente uno de los “perdedores” de Berlín al ver frustradas sus mayores ambiciones, la legitimación internacional de sus colonias existentes le permitió mantener su imperio africano hasta bien entrado el siglo XX, mucho después que otras potencias europeas hubieran abandonado el continente. Esta longevidad colonial tendría profundas consecuencias para los procesos de descolonización en Angola, Mozambique y Guinea-Bissau durante las décadas de 1960 y 1970.

España e Italia: Potencias Tardías en la Carrera Colonial

La participación de España e Italia en la Conferencia de Berlín ilustra los desafíos que enfrentaban las potencias emergentes o en declive para hacerse un hueco en el reparto de África. España, que aún se recuperaba de la pérdida de la mayor parte de su imperio americano, llegó a la conferencia principalmente para proteger sus pequeños enclaves en el noroeste africano (Ceuta, Melilla y el futuro Sáhara Español) y en Guinea Ecuatorial. Su delegación, consciente de la limitada capacidad del país para proyectos coloniales ambiciosos, adoptó una estrategia defensiva centrada en evitar que otras potencias cuestionaran sus posesiones existentes. El resultado fue un éxito moderado: España mantuvo sus territorios pero no logró expandirlos significativamente, reflejando su papel secundario en el concierto europeo de la época.

Italia, por su parte, asistió a Berlín como observadora más que como participante plena, ya que su unificación reciente y falta de recursos limitaban sus capacidades coloniales. Sin embargo, la conferencia sirvió como escenario para que los diplomáticos italianos comenzaran a tejer alianzas y recabar información que permitiera futuras expansiones en el Cuerno de África. Esta preparación daría sus frutos en las décadas siguientes con la ocupación de Eritrea (1890) y Somalia (1905), aunque el desastre de Adua (1896) contra Etiopía mostraría los límites del imperialismo italiano. Tanto el caso español como el italiano demuestran cómo las potencias menores utilizaron la Conferencia de Berlín no tanto para obtener ganancias inmediatas sino para posicionarse en el sistema colonial internacional, asegurando opciones para el futuro y evitando quedar completamente marginadas en el nuevo orden imperial que se estaba configurando.

Estados Unidos y el Imperio Otomano: Participantes Atípicos con Intereses Globales

La presencia de Estados Unidos y el Imperio Otomano en la Conferencia de Berlín añadió una dimensión global a unas negociaciones que formalmente se centraban en África. Estados Unidos, aunque oficialmente desinteresado en adquirir colonias africanas, participó activamente para promover dos principios clave: la libertad de comercio y la supresión del tráfico de esclavos. Estos objetivos reflejaban los intereses de sus empresas comerciales y de los grupos abolicionistas, dos fuerzas políticas importantes en la política estadounidense de la época. La delegación norteamericana, liderada por el diplomático John A. Kasson, logró incluir en el Acta Final disposiciones sobre libre navegación fluvial y comercio igualitario que beneficiarían a sus exportadores, sentando un precedente para la política de “puertas abiertas” que Washington promovería después en Asia.

El Imperio Otomano, por su parte, asistió principalmente para reafirmar su soberanía nominal sobre territorios del norte de África como Libia y Egipto, aunque su control real sobre estas regiones era cada vez más tenue frente al avance europeo. Su participación, más simbólica que efectiva, reflejaba las contradicciones del “enfermo de Europa”, que buscaba mantener su estatus de potencia internacional mientras perdía territorios en todos los frentes. Curiosamente, aunque ninguna de estas dos potencias obtuvo territorios en el reparto africano, su presencia en Berlín anticipaba cómo los asuntos coloniales se estaban convirtiendo en cuestiones de alcance mundial, trascendiendo el marco estrictamente europeo. Para Estados Unidos en particular, la conferencia marcó un paso temprano en su transición de potencia regional a actor global con intereses en múltiples continentes.

Conclusión: El Legado de las Potencias Menores en el Orden Colonial

La participación de las potencias menores en la Conferencia de Berlín alteró significativamente la dinámica del reparto de África y el desarrollo posterior del sistema colonial. Aunque no pudieron competir en igualdad de condiciones con las grandes potencias, su presencia introdujo elementos de complejidad que influyeron en los resultados finales. Bélgica demostró cómo un actor secundario podía obtener enormes ganancias mediante estrategias innovadoras; Portugal mostró la resistencia de un imperio antiguo a aceptar su declive; España e Italia revelaron las aspiraciones de las potencias emergentes; mientras que Estados Unidos y el Imperio Otomano anticiparon la creciente globalización de las rivalidades imperiales. Colectivamente, su participación contribuyó a que el Acta Final de Berlín no fuera simplemente un reparto entre Francia y Gran Bretaña, sino un sistema colonial más complejo y multilateral.

Las consecuencias de esta participación diversa se extendieron hasta el siglo XX. El Estado Libre del Congo belga se convirtió en un escándalo internacional que cambió las percepciones sobre el colonialismo; los territorios portugueses serían los últimos en descolonizarse tras largas guerras; las posesiones españolas en África seguirían generando tensiones hasta la actualidad; y los intereses comerciales estadounidenses anunciaban el futuro papel de Estados Unidos como potencia global. La Conferencia de Berlín, por tanto, no fue solo un evento dominado por las grandes potencias, sino un complejo juego diplomático donde actores menores demostraron una notable capacidad para influir en procesos históricos de gran envergadura. Su estudio nos recuerda que en la historia del imperialismo, como en tantos otros ámbitos, los actores aparentemente secundarios a menudo desempeñaron papeles cruciales cuyos efectos perduraron mucho más allá de sus propias capacidades materiales.

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