El Surgimiento del Judaísmo Moderno: Entre la Ilustración y la Tradición

Publicado el 8 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

La Haskalá y el Impacto de la Ilustración en el Mundo Judío

El movimiento de la Haskalá (Ilustración judía) que surgió en Europa a finales del siglo XVIII representó una revolución intelectual sin precedentes en la historia judía, desafiando estructuras comunitarias tradicionales y redefiniendo la relación de los judíos con la modernidad. Inspirados por los ideales de la Aufklärung alemana y la Revolución Francesa, los maskilim (seguidores de la Haskalá) como Moses Mendelssohn (1729-1786) abogaban por la integración cultural de los judíos en las sociedades europeas sin renunciar necesariamente a su identidad religiosa. Mendelssohn, apodado “el Sócrates alemán”, simbolizó esta síntesis al traducir el Pentateuco al alemán (con comentarios en hebreo), demostrando que el estudio de textos seculares y el dominio de lenguas europeas podían coexistir con la observancia judía. Su obra Jerusalén (1783) propuso una visión racionalista del judaísmo como religión basada en verdades eternas accesibles a la razón, anticipando el liberalismo religioso del siglo XIX. La Haskalá se difundió desde Berlín hacia Europa Oriental a través de publicaciones como HaMe’assef (El Recolector), primera revista en hebreo moderno, que combinaba poesía secular con ensayos científicos.

Sin embargo, este proceso de modernización generó profundas tensiones dentro de las comunidades judías. Los rabinos tradicionalistas, especialmente en Polonia y Lituania, veían en la Haskalá una amenaza existencial que podía llevar a la asimilación y al abandono de la Torá. El Gaón de Vilna (1720-1797), aunque él mismo había incorporado estudios seculares como matemáticas y astronomía a su currículo, lideró la oposición a los maskilim, excomulgando a seguidores de la Haskalá en Vilna en 1781. Estas tensiones se agudizaron cuando los gobiernos prusiano y austrohúngaro, particularmente bajo José II (1780-1790), promovieron reformas educativas que buscaban “regenerar” a los judíos mediante escuelas donde se enseñaba alemán y oficios útiles. Mientras en Europa Occidental la Haskalá condujo a una gradual emancipación legal (Francia fue el primer país en otorgar plenos derechos civiles a los judíos en 1791), en el Este el movimiento tomó un carácter más nacionalista, sentando las bases tanto del sionismo como de la literatura yiddish moderna. Autores como Judah Leib Gordon (1830-1892) encapsularon esta ambivalencia en su famoso verso: “Sé un judío en tu tienda y un hombre en la calle”, reflejando el dilema identitario de una generación que anhelaba participar en la modernidad sin perder su herencia espiritual.

Reformismo, Ortodoxia y las Divisiones del Judaísmo Moderno

El siglo XIX presenció la fragmentación del judaísmo en corrientes denominacionales claramente diferenciadas, proceso desencadenado por los desafíos de la emancipación y la secularización. El movimiento reformista, iniciado en Alemania por figuras como Abraham Geiger (1810-1874) y Samuel Holdheim (1806-1860), buscó adaptar la práctica judía a los valores de la Ilustración: introduciendo sermones en alemán, música de órgano y confirmaciones femeninas, mientras eliminaban rezos por la restauración de los sacrificios o el retorno a Sión. La Conferencia de Rabinos Reformistas en Brunswick (1844) y especialmente la de Pittsburgh (1885), donde se proclamó que el judaísmo era solo una “religión moral” sin componentes nacionales, marcaron hitos en este proceso de reinterpretación radical. El conservadurismo, representado por Zacharias Frankel (1801-1875) y su Seminario Teológico Judío de Breslau, emergió como vía media, manteniendo el hebreo y las halajot básicas mientras aceptaba estudios bíblicos críticos.

Como reacción a estas innovaciones, el rabino Samson Raphael Hirsch (1808-1888) desarrolló la “ortodoxia moderna”, sintetizando observancia estricta con educación secular en su comunidad de Frankfurt bajo el lema Torá im derej eretz (Torá con vida mundana). Paralelamente, en Hungría y Europa Oriental, el jatam sofer (Moisés Sofer, 1762-1839) proclamó que jadash asur min hatorah (“lo nuevo está prohibido por la Torá”), consolidando una ortodoxia separatista que rechazaba cualquier compromiso con la modernidad. Estas divisiones se institucionalizaron con la creación de seminarios rabínicos rivales (como el Hildesheimer en Berlín para ortodoxos modernos y el Hochschule für die Wissenschaft des Judentums para reformistas) y la publicación de sidurim (libros de oración) con enfoques radicalmente distintos. El surgimiento del movimiento conservador/masortí en Estados Unidos, liderado por Solomon Schechter (1847-1915), añadió otra variante a este espectro, intentando preservar tradiciones mientras aceptaba el método histórico-crítico.

Estas tensiones denominacionales reflejaban dilemas más profundos sobre la naturaleza del judaísmo: ¿era primordialmente una religión, una nación o una civilización? ¿Podía la halajá evolucionar para responder a nuevos contextos sociales? ¿Era compatible la crítica bíblica con la fe tradicional? Mientras los reformistas abrazaban el universalismo y el patriotismo alemán (llegando a cambiar el sábado al domingo en algunas congregaciones), los ortodoxos como el rabino Azriel Hildesheimer (1820-1899) insistían en que solo la Torá inmutable podía garantizar la supervivencia judía. Estas divergencias, inicialmente europeas, se transplantarían a América con la gran migración judía de 1880-1924, creando el complejo mosaico denominacional que caracteriza al judaísmo contemporáneo. La Shoah y el establecimiento de Israel añadirían capas adicionales a estos debates, pero las líneas fundamentales de fractura se habían establecido en este período de intensa creatividad y conflicto religioso.

El Surgimiento del Sionismo y las Alternativas Políticas Judías

El sionismo moderno, emergido en el último tercio del siglo XIX como respuesta al antisemitismo europeo y al fracaso de la emancipación, representó una revolución en la autoconcepción política judía al transformar el anhelo milenario por Sión en un movimiento nacionalista secular. Theodor Herzl (1860-1904), periodista vienés profundamente afectado por el caso Dreyfus, plasmó esta visión en Der Judenstaat (El Estado Judío, 1896), argumentando que solo un hogar nacional soberano podría resolver la “cuestión judía”. El Primer Congreso Sionista en Basilea (1897), con su bandera azul y blanca y su himno Hatikvah, institucionalizó este movimiento que combinaba elementos socialistas (como en los kibutzim), liberales y nacional-románticos. Sin embargo, el sionismo fue profundamente controvertido desde sus inicios: los rabinos ortodoxos como el jatam sofer lo veían como rebelión contra el exilio divinamente ordenado, mientras que los judíos reformistas alemanes lo rechazaban por comprometer su estatus como alemanes de fe mosaica.

Alternativas al sionismo florecieron en este período, reflejando la diversidad de respuestas judías a la modernidad. El Bund (Unión General de Trabajadores Judíos), fundado en Vilna en 1897, promovía el socialismo y la autonomía cultural yiddish en la diáspora, oponiéndose al sionismo como “burgués” y “utópico”. Teóricos como Simon Dubnow (1860-1941) abogaban por un nacionalismo espiritual no territorial, donde las comunidades judías mantendrían autonomía educativa y jurídica en Europa Oriental. Mientras tanto, organizaciones filantrópicas como la Alliance Israélite Universelle (1860) buscaban mejorar la condición judía mediante educación occidental y defensa legal, y magnates como el barón Maurice de Hirsch (1831-1896) financiaban proyectos de emigración masiva a Argentina y otros países. La Conferencia de Évian (1938), convocada por Roosevelt para abordar la crisis de refugiados judíos de la Alemania nazi, demostraría trágicamente el fracaso de estas alternativas diaspóricas frente al ascenso del fascismo.

El sionismo mismo se fracturó en corrientes rivales: los “sionistas políticos” de Herzl buscaban un charter internacional (negociando incluso con el Imperio Otomano y el gobierno británico), mientras los “sionistas prácticos” como Ahad Ha’am (1856-1927) promovían el asentamiento gradual y el renacimiento cultural hebreo. La Declaración Balfour (1917), donde el Reino Unido apoyó “un hogar nacional judío” en Palestina, marcó un hito diplomático, aunque el Mandato Británico (1920-1948) restringiría severamente la inmigración judía durante el Holocausto. La resistencia armada de grupos como el Irgún y la Haganá, combinada con el impacto moral de la Shoah, llevaría finalmente a la fundación del Estado de Israel en 1948, realizando parcialmente la visión sionista mientras abría nuevos debates sobre la relación entre religión y estado, el conflicto árabe-israelí y el significado mismo de la identidad judía en la era moderna.

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