Juan Manuel de Rosas: liderazgo, poder y represión

Publicado el 4 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Ascenso de un Caudillo en Tiempos de Caos

La figura de Juan Manuel de Rosas emerge en un período de profunda fragmentación política y social en el Río de la Plata, marcado por las luchas entre unitarios y federales tras la independencia de España. Rosas, un estanciero de considerable influencia en la provincia de Buenos Aires, supo capitalizar el descontento de las masas rurales y las elites locales, quienes veían en el centralismo unitario una amenaza a sus intereses económicos y autonomía regional.

Su liderazgo se construyó sobre una combinación de carisma pragmático y mano dura, posicionándose como el defensor del federalismo y el orden en una sociedad convulsionada. La sociedad de la época, dividida entre las aspiraciones liberales de una minoría ilustrada y las demandas tradicionalistas de la población rural, encontró en Rosas un símbolo de estabilidad, aunque fuera a costa de la supresión de disidencias.

Su gobierno, iniciado formalmente en 1829, reflejó las tensiones propias de un proyecto político que buscaba consolidar el poder en un territorio aún sin cohesión nacional, utilizando tanto la persuasión como la coerción para imponer su autoridad.

El contexto sociopolítico en el que Rosas ascendió al poder estaba definido por la debilidad de las instituciones posrevolucionarias y la competencia entre facciones. La caída del gobierno de Bernardino Rivadavia en 1827 dejó un vacío que Rosas llenó con su habilidad para movilizar a los sectores populares, especialmente a los gauchos y las clases bajas urbanas, quienes veían en él a un líder cercano a sus tradiciones.

Sin embargo, su federalismo no era meramente una ideología de inclusión, sino un mecanismo para centralizar el poder bajo su mando, disfrazado de defensa de las autonomías provinciales. La Ley de Aduanas de 1835, por ejemplo, benefició a los terratenientes bonaerenses mientras reforzaba el control económico de Buenos Aires sobre el resto de las provincias. Este doble discurso, que combinaba retórica populista con prácticas autoritarias, fue una constante en su régimen, permitiéndole mantener el apoyo de bases leales mientras eliminaba a sus rivales políticos mediante métodos que iban desde el exilio hasta la ejecución sumaria.

El Régimen Rosista: Mecanismos de Control y Culto a la Personalidad

Una de las características más estudiadas del gobierno de Rosas fue su capacidad para institucionalizar la represión como herramienta de gobierno, creando una red de espionaje y vigilancia que permeaba todos los niveles de la sociedad. La Mazorca, su brazo paramilitar, actuó como instrumento de terror contra opositores, ya fueran unitarios o federales disidentes, utilizando la violencia pública como espectáculo disuasivo. Ejecuciones, torturas y persecuciones se normalizaron bajo la justificación de mantener la “Santa Federación”, un concepto que Rosas elevó a casi una religión política.

La prensa, por su parte, fue sometida a una censura férrea; periódicos como “El Grito Argentino” funcionaron como voceros oficialistas, mientras que cualquier medio crítico era clausurado y sus editores, reprimidos. Este control absoluto de la información permitió a Rosas construir una imagen de líder indispensable, presentándose como el único capaz de evitar el regreso al caos anterior.

El culto a la personalidad de Rosas alcanzó niveles sin precedentes en la región, con retratos y símbolos federales omnipresentes en espacios públicos, iglesias y hasta hogares particulares. La obligación de usar la divisa punzó, una cinta roja que identificaba a los partidarios del régimen, ejemplificaba la intrusión del Estado en la vida privada, transformando la lealtad política en un acto performativo de supervivencia. Esta estrategia no solo buscaba identificar a los disidentes, sino también generar una sensación de pertenencia forzada, donde la adhesión al rosismo era tanto un mandato como una expresión de identidad colectiva.

Sociológicamente, esto refleja lo que teóricos como Max Weber describirían como dominación carismática, donde el liderazgo se sostiene en la percepción de cualidades excepcionales del gobernante, pero en este caso, reforzada por el miedo. La Iglesia Católica, aliada estratégica de Rosas, legitimó su poder mediante sermones que lo comparaban con figuras bíblicas, fusionando el discurso religioso con el político para santificar su autoridad.

Legado y Controversia: ¿Orden o Tiranía?

La caída de Rosas en 1852, tras la batalla de Caseros, marcó el fin de un período pero inició un debate historiográfico que persiste hasta hoy: ¿fue su gobierno una dictadura represiva o una etapa necesaria para la consolidación nacional? Los detractores, en su mayoría intelectuales unitarios como Domingo Faustino Sarmiento, lo describieron como un tirano cuyo régimen sofocó las libertades individuales y el progreso intelectual.

Por otro lado, revisionistas como José María Rosa argumentaron que Rosas defendió la soberanía argentina frente a las potencias extranjeras y evitó la balcanización del territorio. Esta polarización refleja las tensiones inherentes a la construcción de Estados nacionales en América Latina, donde la dicotomía entre orden y libertad frecuentemente se resolvió con métodos autoritarios. Económicamente, su proteccionismo favoreció a ciertos sectores, pero también aisló al país de inversiones externas, frenando innovaciones tecnológicas que ya avanzaban en Europa y Norteamérica.

Desde una perspectiva sociopolítica, el rosismo ilustra cómo el liderazgo carismático puede derivar en autoritarismo cuando se eliminan los contrapesos institucionales. Su uso del populismo rural y su manipulación de símbolos patrióticos anticiparon tácticas empleadas por otros caudillos latinoamericanos en siglos posteriores. Sin embargo, también dejó en evidencia las fracturas sociales de una nación en formación, donde las elites urbanas y las masas rurales tenían proyectos irreconciliables. La represión sistemática, lejos de ser un mero capítulo oscuro, fue síntoma de una lucha más amplia por definir qué tipo de país surgiría de las cenizas del colonialismo.

En este sentido, Rosas encarnó las contradicciones de su tiempo: un líder que prometió unidad pero gobernó mediante la división, que idealizó el pasado hispánico mientras resistía a las modernizaciones liberales, y cuyo legado sigue dividiendo aguas entre quienes lo ven como un mal necesario y quienes lo condenan como un obstáculo al desarrollo democrático.

Reflexiones Finales sobre Poder y Memoria Histórica

La figura de Juan Manuel de Rosas trasciende la mera biografía para convertirse en un estudio de caso sobre las complejidades del poder en contextos poscoloniales. Su régimen demostró cómo el autoritarismo puede surgir no solo de ambiciones personales, sino de vacíos institucionales y demandas sociales de orden. En la Argentina actual, su nombre sigue siendo bandera para corrientes nacionalistas y motivo de crítica para defensores del liberalismo, prueba de que la historia no se escribe en términos absolutos.

La represión bajo su mando, documentada en archivos y testimonios, no puede separarse del proyecto político que buscaba imponer, uno donde el fin justificaba los medios. Pero más allá de juicios morales, su gobierno obliga a preguntarnos cómo las sociedades negociaron sus transiciones entre caudillismo y Estado de derecho, entre tradición y modernidad. En última instancia, Rosas fue espejo de las contradicciones de una época donde el liderazgo fuerte se veía tanto como solución y problema, un dilema que resuena en múltiples experiencias latinoamericanas hasta el presente.

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