La Tercera República Francesa (1871-1914): Consolidación y Desafíos de un Régimen en Crisis Permanente

Publicado el 11 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Los Años Fundacionales: Entre la Comuna y el Orden Republicano (1871-1879)

La proclamación de la Tercera República Francesa en septiembre de 1870, en plena derrota militar ante Prusia, dio inicio a uno de los períodos más contradictorios y fascinantes de la historia contemporánea francesa. Los primeros años del nuevo régimen estuvieron marcados por una profunda inestabilidad política y la necesidad de reconstruir el país tras los traumáticos eventos de la Guerra Franco-Prusiana y la Comuna de París. La Asamblea Nacional electa en febrero de 1871, con mayoría monárquica pero profundamente dividida entre legitimistas, orleanistas y bonapartistas, debió enfrentar simultáneamente la tarea de firmar la paz con Alemania (Tratado de Frankfurt, mayo de 1871) y reprimir el levantamiento comunero. Esta doble presión generó una situación paradójica donde republicanos moderados como Adolphe Thiers, inicialmente jefe del poder ejecutivo, terminaron siendo los garantes del orden republicano frente a las ambiciones monárquicas, precisamente porque los monárquicos no lograban ponerse de acuerdo sobre qué pretendiente apoyar (el conde de Chambord, legitimista, o el conde de París, orleanista).

El periodo conocido como “República Conservadora” (1871-1879) estuvo dominado por la figura de Thiers, quien logró estabilizar las finanzas nacionales pagando anticipadamente la indemnización de guerra a Alemania (lo que permitió la evacuación del territorio ocupado) y promoviendo reformas económicas liberales. Sin embargo, su política de “república conservadora” (una especie de monarquía sin rey) no satisfacía ni a los republicanos radicales ni a los monárquicos intransigentes. En 1873, una coalición de derechas logró forzar su dimisión y reemplazarlo por el mariscal Patrice de Mac-Mahon, un monárquico declarado, en lo que parecía el preludio de una restauración. No obstante, la obstinación del conde de Chambord, que se negó a aceptar la bandera tricolor (insistiendo en la bandera blanca de los Borbones), frustró definitivamente las esperanzas monárquicas. Esta crisis abrió el camino para la consolidación gradual de instituciones republicanas, especialmente tras las elecciones de 1876 que dieron mayoría a los republicanos en la Cámara de Diputados, y culminó con la dimisión de Mac-Mahon en 1879 (la “crisis del 16 de mayo” de 1877 había demostrado la primacía del parlamento electo sobre el presidente).

La década de 1870 también vio el surgimiento de los grandes símbolos y políticas que caracterizarían a la Tercera República. La ley de 1875, compuesta por tres leyes constitucionales, estableció finalmente un marco legal estable aunque notablemente ambiguo (no declaraba explícitamente la forma de gobierno). La elección de París nuevamente como capital en 1879 (tras haber sido desplazada a Versalles por temor a la agitación revolucionaria) marcó el triunfo simbólico del republicanismo. En el plano cultural, la construcción de la basílica del Sacré-Cœur (iniciada en 1875) como “expiación” por los “crímenes” de la Comuna reflejaba las profundas divisiones ideológicas que persistían en la sociedad francesa, mientras que el desarrollo de la enseñanza primaria laica (con las primeras leyes de Jules Ferry en los años 1880) sentaba las bases para la creación de una identidad nacional republicana unificada. Estos años fundacionales demostraron la extraordinaria capacidad de adaptación del sistema republicano, que supo capitalizar las divisiones de sus enemigos para consolidarse a pesar de contar inicialmente con escaso apoyo entre las élites tradicionales.

La República Radical y los Grandes Debates de Fin de Siglo (1880-1900)

Con la consolidación definitiva del régimen republicano a partir de 1879, Francia entró en un periodo de intensos debates ideológicos y transformaciones sociales que moldearían su identidad moderna. Los gobiernos de la llamada “República de los Republicanos”, liderados por figuras como Jules Ferry, Léon Gambetta y Jules Grévy, impulsaron un ambicioso programa de reformas laicas que buscaban secularizar el Estado y crear una ciudadanía unificada alrededor de los valores republicanos. Las leyes Ferry de 1881-1886 establecieron la educación primaria gratuita, obligatoria y laica, arrebatando a la Iglesia católica su tradicional control sobre la instrucción pública y generando una de las mayores polémicas del siglo. Esta “guerra escolar” enfrentó a dos Frances irreconciliables: la republicana, anticlerical y progresista, contra la católica, conservadora y tradicionalista. El conflicto alcanzó su punto álgido con la expulsión de las congregaciones religiosas no autorizadas en 1880 y la supresión de la enseñanza religiosa en las escuelas públicas, medidas que profundizaron la brecha entre el Estado y la Iglesia pero que también permitieron la creación de un sistema educativo unificado que sería clave para la difusión de los ideales republicanos.

Paralelamente al debate religioso, la Tercera República enfrentó el desafío de integrar políticamente a las clases populares urbanas y rurales, que comenzaban a organizarse en movimientos sociales de nuevo cuño. La legalización de los sindicatos en 1884 (ley Waldeck-Rousseau) marcó el reconocimiento oficial del movimiento obrero, aunque las huelgas de mineros en Decazeville (1886) y la violenta represión de las manifestaciones del Primero de Mayo demostraron los límites de esta apertura. En el campo político, el escándalo del Canal de Panamá (1889-1893), donde numerosos diputados fueron acusados de aceptar sobornos de la compañía constructora, erosionó gravemente la credibilidad del sistema parlamentario y alimentó el surgimiento de movimientos antiparlamentarios tanto de izquierda como de derecha. Este clima de crisis moral coincidió con el auge del nacionalismo revanchista (especialmente tras el fracaso de la política boulangista en 1889) y del antisemitismo, que alcanzaría su punto culminante con el caso Dreyfus a mediados de la década de 1890.

El “Affaire Dreyfus” (1894-1906) constituyó sin duda la mayor crisis política y moral de la Tercera República finisecular, dividiendo a la sociedad francesa en dos bandos irreconciliables. La condena injusta del capitán Alfred Dreyfus, oficial judío acusado de espionaje basándose en pruebas falsificadas, puso al descubierto las tensiones latentes en la Francia post-revanchista: el antisemitismo de ciertos sectores militares y católicos, la corrupción en las altas esferas, y la lucha entre los defensores de la razón crítica (como Émile Zola con su famoso “J’accuse” en 1898) y los partidarios de la razón de Estado. El caso trascendió ampliamente el ámbito judicial para convertirse en una batalla por el alma de la República, enfrentando a dreyfusards (republicanos, socialistas, intelectuales) contra antidreyfusards (nacionalistas, clericales, antisemitas). La eventual rehabilitación de Dreyfus en 1906, tras doce años de lucha, marcó el triunfo temporal de los valores republicanos de justicia y verdad, pero dejó profundas cicatrices en el cuerpo social francés y aceleró la radicalización tanto de la derecha nacionalista (que fundaría Action Française en 1898) como de la izquierda socialista (con la unificación de las facciones rivales en la SFIO en 1905).

La República ante los Desafíos del Nuevo Siglo (1900-1914)

El cambio de siglo encontró a la Tercera República en un proceso de profunda redefinición ideológica y política, intentando conciliar sus principios fundacionales con los nuevos desafíos de una sociedad industrial moderna. El periodo 1900-1914, conocido como la “República Radical”, estuvo dominado por la figura de Émile Combes y su política de combate frontal contra la influencia clerical (ley de separación de Iglesia y Estado de 1905), pero también por el crecimiento del movimiento obrero organizado y la escalada de tensiones internacionales que llevarían a la Primera Guerra Mundial. La victoria del Bloque de Izquierdas en 1902 permitió la implementación de un programa radicalmente laicista que culminó con la mencionada ley de 1905, terminando definitivamente con el Concordato napoleónico de 1801 y estableciendo el principio de laicidad como piedra angular del Estado republicano. Esta política anticlerical, aunque popular entre las bases republicanas, generó violentas resistencias en regiones tradicionalmente católicas como Bretaña o el Vendée, donde los fieles se opusieron físicamente a los inventarios de bienes eclesiásticos ordenados por el gobierno.

En el plano social, la primera década del siglo XX fue testigo de una creciente conflictividad laboral y del ascenso electoral del socialismo unificado (SFIO), que bajo el liderazgo de Jean Jaurès logró conciliar el reformismo parlamentario con la defensa de los principios revolucionarios. Las grandes huelgas de 1906 (particularmente en los sectores minero y vitivinícola) y la sangrienta represión de la revuelta de los viticultores del Languedoc en 1907 demostraron los límites de la integración social bajo el sistema republicano. No obstante, este periodo también vio importantes avances sociales como la instauración del descanso dominical obligatorio (1906), la creación de ministerios del Trabajo (1906) y de la Instrucción Pública (1909), y las primeras leyes sobre pensiones obreras (1910), que sentaron las bases del futuro Estado de bienestar francés. Estas reformas, aunque insuficientes para satisfacer las demandas del movimiento obrero, permitieron a la República mantener cierta legitimidad entre las clases populares urbanas mientras enfrentaba desafíos crecientes por ambos extremos del espectro político.

En vísperas de la Primera Guerra Mundial, la Tercera República presentaba un balance ambiguo: había logrado estabilizar el sistema político (convirtiéndose en el régimen más duradero desde 1789), modernizar la economía (con un notable desarrollo industrial especialmente en sectores como el automotriz y el químico), y expandir el imperio colonial (llegando a ser el segundo después del británico). Sin embargo, seguía profundamente dividida ideológicamente, con una derecha nacionalista que nunca aceptó plenamente los valores republicanos y una izquierda socialista cada vez más poderosa pero dividida entre reformistas y revolucionarios. El asesinato de Jaurès el 31 de julio de 1914, a manos de un nacionalista, simbolizó trágicamente estas tensiones en el mismo momento en que Francia se embarcaba en la Gran Guerra, un conflicto que pondría a prueba como nunca antes la solidez de las instituciones republicanas y la cohesión de la nación francesa.

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