Trastornos del Sueño: Causas, Síntomas y Tratamientos

Publicado el 18 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

El sueño es un proceso biológico esencial que permite al cuerpo y la mente recuperarse del desgaste diario. Sin embargo, millones de personas en todo el mundo padecen trastornos del sueño que afectan su calidad de vida, productividad y salud a largo plazo. Estos problemas pueden manifestarse como dificultad para conciliar el sueño, interrupciones frecuentes durante la noche o somnolencia excesiva durante el día. Las causas son diversas, desde factores psicológicos como el estrés y la ansiedad hasta condiciones médicas como la apnea obstructiva del sueño o el síndrome de piernas inquietas. En este artículo, exploraremos los 10 trastornos del sueño más comunes, sus síntomas característicos, las posibles complicaciones asociadas y las opciones de tratamiento disponibles, tanto médicas como conductuales.


1. Insomnio: Cuando el Sueño se Convierte en una Lucha

El insomnio es el trastorno del sueño más prevalente a nivel mundial, caracterizado por dificultad persistente para iniciar o mantener el sueño, a pesar de tener la oportunidad de dormir. Este problema puede ser agudo (dura menos de tres meses) o crónico (persiste por más tiempo) y suele estar relacionado con factores como el estrés laboral, preocupaciones financieras, problemas emocionales o malos hábitos de sueño. En algunos casos, el insomnio es secundario a enfermedades como el hipertiroidismo, la depresión o el dolor crónico, o puede ser un efecto adverso de ciertos medicamentos, como los estimulantes para el TDAH o los corticoides.

Los síntomas típicos incluyen tardar más de 30 minutos en quedarse dormido, despertarse varias veces durante la noche con dificultad para volver a dormir, levantarse demasiado temprano por la mañana y experimentar fatiga diurna, irritabilidad y problemas de concentración. A largo plazo, el insomnio no tratado aumenta el riesgo de desarrollar enfermedades cardiovasculares, diabetes tipo 2 y trastornos de salud mental como la ansiedad generalizada. El diagnóstico se basa principalmente en la historia clínica del paciente, aunque en algunos casos se recomienda un estudio del sueño (polisomnografía) para descartar otros trastornos.

El tratamiento del insomnio suele combinar enfoques farmacológicos y no farmacológicos. Entre las estrategias no medicamentosas, la terapia cognitivo-conductual para el insomnio (TCC-I) ha demostrado ser altamente efectiva, enseñando a los pacientes técnicas de relajación, control de estímulos y regulación del ritmo circadiano. En cuanto a medicamentos, los médicos pueden recetar hipnóticos como el zolpidem (solo para uso a corto plazo debido al riesgo de dependencia) o agonistas de la melatonina como la ramelteona. También se recomienda mejorar la higiene del sueño: establecer un horario fijo para acostarse y levantarse, evitar pantallas antes de dormir, mantener el dormitorio oscuro y fresco, y limitar el consumo de cafeína después del mediodía.


2. Apnea Obstructiva del Sueño: Interrupciones Peligrosas de la Respiración

La apnea obstructiva del sueño (AOS) es un trastorno grave en el que la respiración se detiene repetidamente durante el sueño debido al colapso parcial o total de las vías respiratorias superiores. Estos episodios, que pueden ocurrir cientos de veces por noche, provocan caídas abruptas en los niveles de oxígeno en sangre y microdespertares que fragmentan el sueño. Los principales factores de riesgo incluyen obesidad (especialmente acumulación de grasa en el cuello), anatomía de las vías respiratorias (como amígdalas grandes o mandíbula retrognática), consumo de alcohol antes de dormir y antecedentes familiares. Los hombres mayores de 40 años son los más afectados, aunque la incidencia en mujeres aumenta después de la menopausia.

Los síntomas más comunes son ronquidos fuertes e intermitentes (seguidos de pausas silenciosas en las que cesa la respiración), jadeos o asfixia durante la noche, sueño no reparador a pesar de dormir suficientes horas y somnolencia excesiva diurna que puede llegar a provocar quedarse dormido en situaciones inapropiadas, como al conducir. A largo plazo, la AOS no tratada se asocia con hipertensión arterial resistente, arritmias cardíacas, mayor riesgo de infartos y accidentes cerebrovasculares, así como deterioro cognitivo. El diagnóstico definitivo requiere una polisomnografía nocturna en un laboratorio del sueño o, en casos seleccionados, estudios domiciliarios simplificados.

El tratamiento de primera línea para la apnea moderada a severa es el uso de CPAP (presión positiva continua en las vías respiratorias), un dispositivo que suministra un flujo de aire constante a través de una máscara para mantener abiertas las vías respiratorias. Para pacientes con AOS leve o aquellos que no toleran el CPAP, las opciones incluyen dispositivos de avance mandibular (que reposicionan la lengua y la mandíbula inferior) o cirugías como la uvulopalatofaringoplastia (para eliminar el exceso de tejido en la garganta). Los cambios en el estilo de vida son fundamentales: pérdida de peso en personas con obesidad, evitar el alcohol y sedantes, y dormir de lado en lugar de boca arriba. En casos relacionados con anomalías anatómicas, la ortodoncia o cirugía maxilofacial pueden ser soluciones definitivas.


3. Síndrome de Piernas Inquietas: La Necesidad Irrefrenable de Moverse

El síndrome de piernas inquietas (SPI), también conocido como enfermedad de Willis-Ekbom, es un trastorno neurológico caracterizado por una urgencia irresistible de mover las piernas, generalmente acompañada de sensaciones molestas como hormigueo, ardor o dolor sordo. Estos síntomas empeoran notablemente durante períodos de inactividad, especialmente por la noche, lo que interfiere significativamente con la capacidad para conciliar el sueño. Aunque la causa exacta sigue siendo incierta, se cree que está relacionada con alteraciones en la dopamina, un neurotransmisor que regula el movimiento. Factores como la deficiencia de hierro (incluso sin anemia), el embarazo (especialmente en el tercer trimestre), la insuficiencia renal y ciertos antidepresivos pueden desencadenar o empeorar el SPI.

Los pacientes describen una necesidad imperiosa de mover las piernas que se alivia temporalmente con el movimiento, pero reaparece al quedarse quietos. Esto lleva a dificultad para iniciar el sueño, despertares frecuentes y, en consecuencia, fatiga diurna excesiva. Muchos también presentan movimientos periódicos de las piernas durante el sueño (MPPS), contracciones rítmicas que ocurren cada 20-40 segundos y pueden perturbar aún más el descanso. El diagnóstico es clínico, basado en los criterios establecidos por la International Restless Legs Syndrome Estudyando Group, aunque en algunos casos se miden los niveles de ferritina en sangre o se realiza una polisomnografía para cuantificar los MPPS.

El tratamiento depende de la gravedad de los síntomas. Para formas leves, medidas no farmacológicas como masajes, baños calientes, aplicación de compresas frías o calientes y ejercicio moderado (evitando actividad intensa cerca de la hora de dormir) pueden ser suficientes. Cuando hay deficiencia de hierro, se indica suplementación oral o intravenosa. En casos moderados a graves, los medicamentos agonistas dopaminérgicos como el pramipexol o la rotigotina (en parche transdérmico) son altamente efectivos, aunque su uso prolongado puede causar “augmentación” (empeoramiento paradójico de los síntomas). Alternativas incluyen anticonvulsivantes como la gabapentina (especialmente útil si hay dolor neuropático asociado) o, en casos refractarios, opioides en dosis bajas bajo estricta supervisión médica.

4. Narcolepsia: Cuando el Cerebro No Puede Controlar el Sueño

La narcolepsia es un trastorno neurológico crónico caracterizado por una incapacidad patológica para regular los ciclos normales de sueño-vigilia, lo que resulta en ataques de sueño irresistibles durante el día. Este trastorno afecta aproximadamente a 1 de cada 2,000 personas y suele manifestarse entre los 15 y 25 años, aunque muchos pacientes pasan años sin un diagnóstico correcto. La forma más común (tipo 1) incluye cataplejía—pérdida repentina del tono muscular desencadenada por emociones intensas como la risa o la sorpresa—mientras que el tipo 2 no presenta este síntoma. La causa subyacente es la deficiencia de hipocretina (orexina), un neurotransmisor que promueve la vigilia, debido a un proceso autoinmune que destruye las neuronas productoras en el hipotálamo.

Los síntomas cardinales incluyen: somnolencia diurna excesiva (con ataques de sueño que pueden ocurrir en situaciones inapropiadas como comiendo o conduciendo), cataplejía (desde leve debilidad en las rodillas hasta colapso completo), parálisis del sueño al despertar y alucinaciones hipnagógicas (vívidas imágenes o sonidos al inicio del sueño). Estos episodios pueden confundirse con crisis epilépticas o trastornos psiquiátricos, retrasando el diagnóstico. La prueba diagnóstica gold standard es la polisomnografía nocturna seguida de un test de latencias múltiples del sueño (TLMS), que en narcolépticos muestra un inicio REM rápido (menos de 15 minutos) en las siestas diurnas.

El manejo requiere un enfoque multifacético. Los estimulantes del SNC como el modafinilo o el armodafinilo son la primera línea para la somnolencia diurna, mientras que el oxibato de sodio (GHB) es efectivo tanto para la cataplejía como para mejorar la arquitectura del sueño nocturno. Recientemente, nuevos fármacos como el pitolisant (un antagonista inverso de la histamina) han demostrado eficacia con menos efectos secundarios. Las siestas programadas (2-3 de 15-20 minutos al día) son estratégicas, junto con estrictas medidas de higiene del sueño. El apoyo psicológico es crucial, ya que muchos pacientes enfrentan incomprensión social o laboral debido a su condición.


5. Parasomnias: Sonambulismo y Terrores Nocturnos

Las parasomnias son comportamientos anormales que ocurren durante el sueño, en transiciones entre fases o durante despertares parciales. Dos de las formas más llamativas son el sonambulismo (caminar dormido) y los terrores nocturnos (episodios de miedo intenso con activación autonómica), ambas clasificadas como trastornos del despertar del sueño No-REM. El sonambulismo afecta hasta al 15% de los niños (especialmente entre 4-8 años) y cerca del 4% de adultos, mientras que los terrores nocturnos son más prevalentes en preescolares. Estos fenómenos ocurren típicamente durante el sueño de ondas lentas (primer tercio de la noche) y se asocian a factores como privación de sueño, estrés, fiebre o predisposición genética.

Durante un episodio de sonambulismo, el individuo puede realizar actividades complejas como vestirse, comer o incluso conducir, con los ojos abiertos pero mirada vidriosa, mostrando escasa respuesta a estímulos externos. Los terrores nocturnos se manifiestan con gritos abruptos, taquicardia, sudoración y expresión de terror extremo, sin recuerdo al despertar. A diferencia de las pesadillas (que ocurren en REM y son recordadas vívidamente), estos eventos rara vez dejan memoria episódica. El diagnóstico se basa en la descripción clínica, aunque en casos atípicos o potencialmente peligrosos puede requerirse video-polisonmografía para descartar convulsiones nocturnas.

En la mayoría de niños, las parasomnias desaparecen espontáneamente en la adolescencia. Las estrategias de manejo incluyen: garantizar seguridad (cerrar ventanas, usar alarmas en puertas), establecer horarios de sueño regulares para prevenir privación y técnicas de despertar programado (interrumpir el sueño 15-30 minutos antes del horario habitual del episodio). En adultos con episodios frecuentes o peligrosos, se pueden usar benzodiazepinas de vida media corta como el clonazepam para reducir el sueño de ondas lentas. La terapia cognitivo-conductual es útil cuando el estrés es un desencadenante clave. Es fundamental educar a familiares para que no intenten despertar bruscamente al paciente durante un episodio, ya que podría generar agitación o confusión prolongada.


6. Trastorno del Ritmo Circadiano: Desincronización con el Mundo Externo

Los trastornos del ritmo circadiano implican una desalineación entre el reloj biológico interno (que regula ciclos de 24 horas como sueño-temperatura corporal-melatonina) y las demandas sociales o laborales. Las dos formas principales son: el tipo fase retrasada (dormirse y despertarse muy tarde, común en adolescentes) y el tipo fase avanzada (dormirse temprano y despertar prematuramente, típico en adultos mayores). Otras variantes incluyen el trastorno por trabajo por turnos (especialmente en empleados rotativos) y el patrón irregular sueño-vigilia (común en neurodegeneraciones como Alzheimer). La causa subyacente es una alteración en el núcleo supraquiasmático del hipotálamo, el “marcapasos” circadiano que sincroniza los ritmos con la luz ambiental.

Los pacientes con fase retrasada (síndrome de “búho nocturno”) presentan insomnio de conciliación extremo (no pueden dormir antes de 2-4 AM) y dificultad severa para despertar por la mañana, afectando rendimiento escolar/laboral. En contraste, quienes tienen fase avanzada (“alondras matutinas”) se duermen entre 6-9 PM y despiertan a medianoche o madrugada sin poder volver a dormir. El diagnóstico se confirma con registros de sueño por 2 semanas y actigrafía (dispositivo tipo reloj que mide movimiento). En casos complejos, se miden niveles de melatonina salivar o temperatura corporal central para determinar el tiempo circadiano endógeno.

La terapia de luz brillante (10,000 lux por 30-60 minutos al despertar) es efectiva para retrasar el ciclo en fase retrasada, mientras que la luz vespertina ayuda en fase avanzada. La melatonina exógena (0.5-5 mg tomada 3-5 horas antes del sueño deseado) puede reajustar el reloj biológico, siendo especialmente útil para el jet lag. En trabajadores por turnos, se recomienda exposición a luz azul durante la noche laboral y gafas bloqueadoras de luz azul al salir del trabajo. El cronoterapia (retrasar progresivamente la hora de acostarse hasta alcanzar el horario deseado) es otra opción, aunque requiere gran disciplina. Recientemente, agonistas selectivos de receptores de melatonina como el tasimelteón han mostrado eficacia en trastornos circadianos complejos.

7. Bruxismo del Sueño: El Peligro de Rechinar los Dientes

El bruxismo del sueño es un trastorno del movimiento relacionado con el sueño caracterizado por el apretamiento o rechinamiento involuntario de los dientes durante la noche. Afecta aproximadamente al 8-10% de la población adulta y hasta al 15% de los niños, aunque muchos casos permanecen sin diagnosticar hasta que aparecen complicaciones dentales. Este fenómeno ocurre predominantemente durante las transiciones entre fases del sueño y se asocia con microdespertares en el EEG. Las causas son multifactoriales, incluyendo factores anatómicos (maloclusión dental), psicológicos (estrés, ansiedad) y neuroquímicos (desequilibrios en neurotransmisores como la dopamina).

Los síntomas principales incluyen dolor mandibular matutino, cefaleas tensionales al despertar, hipersensibilidad dental y desgaste anormal del esmalte. En casos severos, pueden presentarse fracturas dentales, movilidad de piezas o incluso alteraciones en la articulación temporomandibular (ATM) con limitación para abrir la boca. Muchos pacientes desconocen que padecen esta condición hasta que su dentista observa las señales características durante un examen rutinario. El diagnóstico se confirma mediante polisomnografía con canales electromiográficos adicionales para registrar la actividad muscular masetérica, aunque en la práctica clínica muchas veces se basa en el examen físico y la historia clínica.

El manejo del bruxismo requiere un enfoque interdisciplinario. Los protectores bucales (férulas de descarga) son el tratamiento estándar para prevenir el daño dental, aunque no reducen la frecuencia de los episodios. Para casos relacionados con estrés, la terapia cognitivo-conductual y técnicas de relajación han demostrado utilidad. En pacientes con bruxismo severo refractario, se pueden emplear inyecciones de toxina botulínica en los músculos maseteros para reducir la fuerza de contracción. Recientemente, dispositivos biofeedback que emiten una suave vibración al detectar actividad bruxista están mostrando resultados prometedores en ensayos clínicos. Es fundamental evitar factores exacerbantes como el consumo nocturno de alcohol o estimulantes, y tratar comorbilidades como la apnea del sueño que pueden empeorar el bruxismo.


8. Síndrome de Fase de Sueño Retrasada: El Reloj Biológico Desajustado

El síndrome de fase de sueño retrasada (SFRS) es un trastorno crónico del ritmo circadiano en el que el período principal de sueño ocurre mucho más tarde de lo socialmente conveniente, típicamente entre las 2-6 AM, con despertar espontáneo entre 10 AM-1 PM. Este patrón es particularmente común en adolescentes y adultos jóvenes, afectando aproximadamente al 0.2-1.7% de la población general. La fisiopatología implica una alteración en la regulación del ciclo sueño-vigilia, con una curva retardada de secreción de melatonina endógena y una mayor sensibilidad a los estímulos luminosos vespertinos que perpetúan el retraso.

Los pacientes con SFRS presentan insomnio de conciliación extremo cuando intentan acostarse a horas “normales”, pero duermen adecuadamente cuando siguen su horario natural retardado. El conflicto surge cuando obligaciones laborales o académicas requieren despertar temprano, resultando en privación crónica de sueño con somnolencia diurna excesiva, bajo rendimiento cognitivo y mayor riesgo de depresión. El diagnóstico diferencial debe incluir insomnio psicofisiológico y trastornos de ansiedad, siendo clave el uso de diarios de sueño por al menos dos semanas y actigrafía para documentar el patrón consistente de retraso.

El tratamiento más efectivo combina cronoterapia (retraso progresivo del horario de sueño en incrementos de 1-2 horas diarias hasta alcanzar el objetivo) con fototerapia matutina (exposición a luz de 10,000 lux durante 30-45 minutos al despertar). La administración de melatonina de liberación inmediata (0.5-3 mg) 5-7 horas antes del sueño deseado ayuda a adelantar la fase circadiana. En casos resistentes, la agomelatina (un antidepresivo con acción melatonérgica) ha mostrado beneficios adicionales. Es crucial mantener horarios consistentes los fines de semana (con no más de 2 horas de variación) para prevenir recaídas. Las adaptaciones académicas/laborales (como comenzar la jornada más tarde) pueden ser necesarias en casos severos.


9. Pesadillas Recurrentes: Cuando los Sueños se Vuelven Trauma

Las pesadillas recurrentes se definen como ensueños prolongados, vívidos y angustiosos que provocan despertares completos, generalmente durante la segunda mitad del período de sueño (fase REM). Cuando ocurren con frecuencia (≥1-2 veces por semana) y causan deterioro clínico significativo, se diagnostica como trastorno de pesadillas. Afecta al 2-8% de la población adulta, con mayor prevalencia en personas con trastorno de estrés postraumático (TEPT), donde alcanza el 50-70%. Los mecanismos neurobiológicos implican hiperactividad de la amígdala durante el REM y fallas en los sistemas de extinción del miedo, frecuentemente asociados a experiencias traumáticas.

Las características clínicas incluyen recuerdo detallado del contenido amenazante (persecuciones, caídas al vacío, fracasos), dificultad para volver a dormir tras el episodio y malestar diurno persistente. A diferencia de los terrores nocturnos, las pesadillas ocurren durante el REM y son plenamente recordadas. En casos crónicos, puede desarrollarse miedo a dormir (somnifobia), llevando a privación de sueño paradójica que exacerba el problema. La evaluación debe incluir escalas estandarizadas como la Nightmare Frequency Scale y descartar condiciones comórbidas como depresión mayor o trastornos de ansiedad.

La terapia de ensayo en imaginación (IRT) es el tratamiento de primera línea, donde el paciente reescribe el final de la pesadilla durante el día y lo visualiza repetidamente. La terapia de exposición y reprocesamiento del sueño (ERRT) añade componentes de exposición gradual al contenido temido. Farmacológicamente, la prazosina (un bloqueador alfa-1 adrenérgico) ha demostrado reducir la frecuencia e intensidad de pesadillas en TEPT. Técnicas de higiene del sueño adaptadas incluyen evitar alcohol antes de dormir (que fragmenta el REM) y establecer rutinas de relajación pre-sueño. En casos vinculados a trauma psicológico, la terapia EMDR (desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares) puede abordar la raíz del problema.


10. Hipersomnia Idiopática: La Somnolencia que No Cede

La hipersomnia idiopática es un trastorno neurológico caracterizado por somnolencia diurna excesiva no atribuible a otras causas, a pesar de sueño nocturno prolongado (≥10 horas). Su prevalencia es estimada en 1-2 por 100,000, siendo más común en mujeres jóvenes. A diferencia de la narcolepsia, no presenta cataplejía ni entrada prematura en REM, pero comparte la alteración en los sistemas de regulación de la vigilia. La investigación sugiere posibles anomalías en el sistema GABAérgico, con líquido cefalorraquídeo que contiene sustancias con efectos similares a los sedantes.

Los pacientes describen sueño nocturno prolongado pero no reparador, dificultad extrema para despertar (borrachera del sueño que puede durar horas) y episodios diurnos de sueño involuntario que no alivian la fatiga. Un hallazgo distintivo es la presencia de siestas prolongadas (≥1 hora) que tampoco resultan refrescantes. El diagnóstico requiere exclusión de otras causas mediante polisomnografía, TLMS y en algunos casos, medición de hipocretina en LCR. Los criterios de la ICSD-3 exigen síntomas por ≥3 meses con impacto significativo en el funcionamiento.

El manejo farmacológico incluye estimulantes tradicionales como el metilfenidato o anfetaminas, aunque muchos pacientes requieren dosis más altas que en narcolepsia. El oxibato de sodio en dosis nocturnas ha mostrado mejorar la alerta diurna en algunos casos. Recientemente, el pitolisant (un antagonista inverso de histamina) ha sido aprobado para esta indicación. Las intervenciones no farmacológicas enfatizan la estricta regularidad en los horarios de sueño, exposición a luz matutina y adaptaciones laborales/académicas. Es crucial educar a familiares sobre la naturaleza orgánica del trastorno, ya que frecuentemente se malinterpreta como pereza o falta de motivación.


Conclusión Integral

Los trastornos del sueño representan un desafío diagnóstico y terapéutico que trasciende la esfera médica, impactando profundamente la calidad de vida, relaciones interpersonales y seguridad pública (accidentes por somnolencia). Este artículo ha cubierto desde condiciones prevalentes como el insomnio hasta trastornos raros pero debilitantes como la hipersomnia idiopática, destacando los avances en neurociencia del sueño que están revolucionando los tratamientos.

La medicina del sueño moderna integra enfoques farmacológicos de precisión (como los nuevos agonistas de orexina para narcolepsia) con intervenciones conductuales personalizadas. Tecnologías emergentes como la actigrafía portátil y los dispositivos de telemonitorización están facilitando diagnósticos más accesibles. Sin embargo, el mayor reto sigue siendo la falta de concienciación social sobre estos trastornos y la escasez de centros especializados, particularmente en países en desarrollo.

Para los pacientes, el mensaje clave es que la ayuda existe: desde clínicas del sueño acreditadas hasta grupos de apoyo en línea. Investigaciones futuras prometen tratamientos más dirigidos, como la terapia génica para trastornos circadianos o moduladores inmunológicos para la narcolepsia tipo 1. Mientras tanto, promover la educación sobre higiene del sueño desde la infancia y desestigmatizar estos trastornos son pasos fundamentales hacia una sociedad más descansada y saludable.

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