La Colonialidad del Género: Una Crítica Feminista Decolonial a los Paradigmas Occidentales
Introducción a la Colonialidad del Género
El concepto de colonialidad del género, desarrollado por teóricas como María Lugones, Ochy Curiel y Yuderkys Espinosa, representa una contribución fundamental al pensamiento feminista contemporáneo al revelar cómo los sistemas de género modernos están intrínsecamente vinculados a la matriz colonial de poder. A diferencia de los enfoques feministas tradicionales que analizan el género como una categoría universal, la perspectiva decolonial demuestra que el sistema binario hombre/mujer tal como lo conocemos hoy es un constructo histórico que emergió junto con la modernidad/colonialidad. Este paradigma no solo invisibiliza otras formas de organización social del sexo y el género presentes en culturas no occidentales, sino que también sirvió como herramienta de control colonial sobre los cuerpos y las sexualidades de los pueblos subalternizados. La colonialidad del género, por tanto, no puede separarse de la colonialidad del poder, del ser y del saber, pues constituye un eje fundamental en la estructuración de las jerarquías raciales, sexuales y epistémicas que sostienen el sistema-mundo capitalista.
El proceso de imposición del género colonial comenzó con la conquista de América, cuando los europeos encontraron sociedades con sistemas de género radicalmente diferentes a los suyos. Como documenta María Lugones, muchas culturas indígenas tenían concepciones no binarias del género, reconocían roles sociales para personas que hoy identificaríamos como queer o transgénero, y organizaban la división del trabajo de formas no necesariamente vinculadas al sexo biológico. La colonización no solo implicó la dominación política y económica de estos pueblos, sino también lo que Lugones llama un “sistema de género moderno/colonial” que buscó eliminar estas alternativas e imponer la heterosexualidad obligatoria, la división sexual del trabajo y la subordinación femenina como únicas posibilidades legítimas. Este proceso fue profundamente racializado: mientras las mujeres blancas eran confinadas al ámbito doméstico bajo el ideal burgués de la “dama”, las mujeres indígenas y negras fueron hiper-sexualizadas y explotadas como fuerza laboral, mostrando cómo género y raza se co-constituyen en la colonialidad.
En el mundo contemporáneo, la colonialidad del género sigue operando a través de múltiples mecanismos. El feminismo hegemónico, centrado en las experiencias de mujeres blancas de clase media, frecuentemente reproduce lógicas coloniales al universalizar sus demandas e invisibilizar las necesidades de mujeres racializadas. Las políticas de desarrollo internacional imponen modelos de empoderamiento femenino ajenos a los contextos locales. Las identidades LGBTQ+ son reguladas según parámetros occidentales que no necesariamente coinciden con las formas en que diferentes culturas han entendido la diversidad sexual y de género. Frente a esto, el feminismo decolonial propone no solo incluir “a las otras” en el proyecto feminista existente, sino transformar radicalmente los marcos conceptuales y las prácticas políticas del feminismo para que respondan a las realidades y luchas de las mujeres del Sur Global.
El Sistema Moderno/Colonial de Género y su Imposición Violenta
El sistema moderno/colonial de género, como lo conceptualiza María Lugones, es una estructura de poder que organiza las relaciones entre los sexos de acuerdo con los intereses del capitalismo racial patriarcal. Este sistema se caracteriza por cuatro elementos fundamentales: la heterosexualidad obligatoria como norma social, la división binaria y jerárquica de los géneros, la asociación del género con el sexo biológico, y la vinculación de estas categorías con la organización racializada del trabajo. Lo que hace particularmente colonial a este sistema es que fue impuesto violentamente sobre pueblos cuyas propias organizaciones de género eran mucho más diversas y frecuentemente menos opresivas. La colonización de América no solo trajo consigo la explotación económica y la dominación política, sino también lo que podríamos llamar un “epistemicidio de género”: la destrucción sistemática de formas alternativas de entender y vivir el género, la sexualidad y las relaciones entre los sexos.
Numerosos estudios antropológicos e históricos muestran que muchas sociedades precoloniales tenían concepciones del género que desafían las categorías modernas. En varias culturas mesoamericanas, por ejemplo, existían figuras como los “berdaches” (término colonial para personas que hoy identificaríamos como transgénero o de género no binario) que ocupaban roles espirituales y sociales importantes. En África occidental, algunos pueblos yoruba tenían sistemas de género no jerárquicos antes de la colonización europea. La imposición del sistema binario colonial no fue un proceso pacífico: incluyó la persecución de personas queer y transgénero (muchas de ellas ejecutadas durante la Inquisición), la reeducación forzada de niños y niñas indígenas en escuelas coloniales, y la destrucción de instituciones sociales donde las mujeres tenían poder político o autonomía corporal. Como resultado, lo que hoy consideramos “género tradicional” en muchas comunidades indígenas y afrodescendientes es con frecuencia una versión distorsionada por siglos de imposición colonial.
La racialización fue un componente clave en esta imposición. Mientras que a las mujeres blancas se les asignó el rol de “ángeles del hogar” (frágiles, asexuadas y dedicadas a la maternidad), las mujeres negras e indígenas fueron construidas discursivamente como hiper-sexualizadas, fuertes y disponibles para el trabajo duro y el abuso sexual. Esta división racializada del género sirvió para justificar tanto la explotación laboral (trabajo doméstico no remunerado para las blancas, trabajo esclavo en plantaciones para las negras) como el control reproductivo (fomentar la natalidad entre blancas, impedirla o controlarla entre mujeres racializadas). Hoy, estos estereotipos persisten en los medios de comunicación, el sistema de justicia y las políticas públicas, demostrando la profunda imbricación entre género, raza y colonialidad en las sociedades contemporáneas.
Feminismos Decoloniales: Más Allá del Feminismo Hegemónico
Los feminismos decoloniales emergen como respuesta crítica tanto al patriarcado colonial como a las limitaciones del feminismo occidental hegemónico. Autoras como Ochy Curiel, Yuderkys Espinosa y Julieta Paredes argumentan que el feminismo dominante, al centrarse en la igualdad formal entre hombres y mujeres dentro del sistema liberal, frecuentemente reproduce lógicas coloniales al ignorar cómo raza, clase y colonialidad configuran experiencias diferenciadas de opresión. El caso del sufragismo histórico es ilustrativo: mientras mujeres blancas de clase media luchaban por el voto, muchas de ellas apoyaban políticas imperialistas y racistas que oprimían a mujeres en las colonias. Esta tensión sigue presente hoy cuando organizaciones feministas del Norte Global promueven agendas que no dialogan con las luchas concretas de mujeres indígenas, negras y pobres del Sur.
Frente a esto, los feminismos decoloniales proponen un cambio radical de perspectiva. En primer lugar, rechazan la idea de que “las mujeres” constituyen un grupo homogéneo con intereses comunes, mostrando en cambio cómo las experiencias de género están siempre mediadas por la raza, la clase, la sexualidad y la ubicación geopolítica. En segundo lugar, cuestionan el individualismo liberal que subyace a muchas demandas feministas occidentales (como la “liberación personal” o el “éxito profesional”), proponiendo en su lugar modelos comunitarios de lucha y bienestar. Finalmente, los feminismos decoloniales insisten en que la liberación de las mujeres no puede lograrse dentro del sistema capitalista colonial, sino que requiere una transformación radical de todas las estructuras de poder.
Ejemplos concretos de esta perspectiva pueden encontrarse en movimientos como el feminismo comunitario indígena en Bolivia, que vincula la lucha contra el patriarcado con la defensa del territorio y los derechos colectivos; o el feminismo negro en Brasil, que combate simultáneamente el racismo, el sexismo y la violencia policial. Estos movimientos no solo amplían la agenda feminista, sino que proponen epistemologías alternativas que parten de los saberes y experiencias de mujeres racializadas. Como señala la feminista afrocolombiana Betty Ruth Lozano, “no queremos igualdad en un mundo injusto, queremos transformar las bases mismas de la injusticia”. Esta posición radical diferencia claramente a los feminismos decoloniales de las versiones liberales y neoliberales del feminismo que hoy gozan de mayor visibilidad mediática.
Descolonizando las Sexualidades: Más Allá del Paradigma LGBTQ+ Occidental
La colonialidad del género incluye también la regulación colonial de las sexualidades y la imposición de categorías identitarias ajenas a muchas culturas no occidentales. El movimiento LGBTQ+ global, pese a sus logros innegables en términos de derechos humanos, frecuentemente reproduce lógicas coloniales al universalizar identidades como “gay”, “lesbiana” o “transgénero” como si fueran las únicas formas posibles de entender la diversidad sexual y de género. Autores decoloniales como Javier Fernández Galeano y María Amelia Viteri argumentan que estas categorías, surgidas en contextos occidentales específicos, no necesariamente capturan la complejidad de las experiencias queer en el Sur Global, donde muchas comunidades tienen sus propias formas de nombrar y vivir las sexualidades no normativas.
En muchas culturas indígenas y afrodescendientes existían (y en algunos casos persisten) concepciones de la sexualidad muy diferentes a las occidentales. El muxe en Oaxaca, México; las travestis indígenas en Perú; los fa’afafine en Samoa; o las relaciones entre mujeres en sociedades matrifocales del Caribe son solo algunos ejemplos de esta diversidad. La colonización intentó eliminar estas expresiones, categorizándolas como “pecado”, “perversión” o “enfermedad”. Hoy, aunque el activismo LGBTQ+ ha ganado espacios de reconocimiento, frecuentemente lo hace a costa de adoptar marcos identitarios occidentales que invisibilizan estas tradiciones locales. Como señala el antropólogo Héctor Domínguez, “hay una diferencia entre ser un hombre gay en Nueva York y ser un muxe en Juchitán, pero el movimiento global frecuentemente borra estas diferencias en nombre de una supuesta universalidad queer”.
Frente a esto, están emergiendo con fuerza los queerismos decoloniales, que buscan articular luchas contra la heteronormatividad sin reproducir imperialismos culturales. Colectivos como la Brigada Callejera en México o Akuavi Adonon en Togo trabajan desde perspectivas que combinan la defensa de los derechos sexuales con el antirracismo y la crítica al capitalismo global. Estos movimientos insisten en que la liberación sexual no puede separarse de la descolonización integral de las sociedades, y que las estrategias de lucha deben surgir de los contextos y tradiciones específicos, no importarse acríticamente desde el Norte Global. Como plantea la teórica queer decolonial Sayak Valencia, se trata de construir “una disidencia sexual que no solo cuestione el género, sino toda la estructura colonial del poder”.
Conclusiones: Hacia una Praxis Feminista Decolonial Transformadora
La colonialidad del género no es un concepto abstracto, sino una herramienta analítica poderosa para entender y transformar las estructuras de opresión que afectan especialmente a las mujeres, queer y transgénero racializados en el Sur Global. Como hemos visto, el género tal como lo conocemos hoy es producto de un largo proceso de imposición colonial que destruyó alternativas más diversas y frecuentemente menos opresivas. Reconocer esta historia es fundamental para desnaturalizar el sistema binario y jerárquico de género y para imaginar futuros más libres y justos.
Los feminismos y queerismos decoloniales representan hoy algunas de las apuestas más radicales y transformadoras en este sentido. Al vincular las luchas contra el patriarcado con las luchas anticoloniales, antirracistas y anticapitalistas, estos movimientos están replanteando no solo qué demandamos, sino cómo luchamos y con quiénes construimos alianzas. Experiencias como las asambleas de mujeres indígenas en Guatemala, las ollas comunes feministas en Chile, o las redes de cuidado trans en Colombia muestran que es posible organizarse fuera de los marcos institucionales coloniales.
El desafío sigue siendo enorme: descolonizar el género implica confrontar no solo al patriarcado, sino al capitalismo racial, al estado colonial y a la modernidad occidental en su conjunto. Sin embargo, como nos enseñan las feministas decoloniales, otra mundo es posible: un mundo donde la diversidad de géneros y sexualidades sea celebrada, donde los cuerpos no sean territorios de conquista, y donde las relaciones entre las personas se construyan sobre bases verdaderamente igualitarias y descolonizadas.
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