La Constitución de 1824: Cimiento de la Nación Mexicana

Publicado el 5 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El surgimiento de la Constitución de 1824 marcó un hito fundamental en la historia de México, no solo porque representó el primer ordenamiento jurídico que buscó dar forma a una nación independiente, sino porque también reflejó las complejidades políticas, sociales y económicas de una época convulsa. Tras la consumación de la independencia en 1821, México se enfrentó al desafío de construir un sistema político estable que lograra conciliar los intereses de diversos grupos, desde las élites criollas hasta las provincias que anhelaban autonomía.

Este documento constitucional fue el resultado de intensos debates entre centralistas y federalistas, dos corrientes que pugnaban por definir el futuro del país. La influencia de modelos extranjeros, como la Constitución de los Estados Unidos de 1787, fue evidente, pero adaptada a un contexto mexicano donde el legado colonial y las desigualdades regionales pesaban enormemente.

El proceso de redacción de la Constitución de 1824 no estuvo exento de tensiones. El Congreso Constituyente, instalado en 1823, reunió a representantes de distintas provincias, cada uno con visiones divergentes sobre cómo debía organizarse el nuevo Estado. Por un lado, los centralistas argumentaban que un gobierno fuerte y unificado era indispensable para evitar la fragmentación del territorio, especialmente en un momento en que la amenaza de reconquista española aún persistía.

Por otro lado, los federalistas, inspirados en el modelo estadounidense, abogaban por un sistema que otorgara mayor autonomía a los estados, permitiéndoles legislar en asuntos locales sin la intervención constante de un poder central. Estas discusiones no eran meramente teóricas; reflejaban las realidades de un país donde las regiones tenían identidades y economías profundamente arraigadas, como en el caso de Yucatán o Jalisco, que ya mostraban resistencias a someterse a un gobierno lejano.

El Federalismo como Respuesta a la Diversidad Nacional

La adopción del federalismo en la Constitución de 1824 no fue una decisión arbitraria, sino una respuesta pragmática a la geografía política de México. El vasto territorio, sumado a las diferencias culturales y económicas entre las provincias, hacía inviable un sistema centralista que ignorara estas particularidades. Así, la Constitución estableció una república representativa, popular y federal, compuesta por estados libres y soberanos en su administración interna, pero unidos bajo una federación.

Este modelo buscaba equilibrar la necesidad de cohesión nacional con el respeto a las autonomías regionales, un equilibrio delicado que, sin embargo, no siempre se logró mantener en la práctica. Los estados recibieron facultades para elegir a sus propias autoridades, crear constituciones locales y manejar sus finanzas, mientras que el gobierno federal se encargaría de la defensa, las relaciones exteriores y la regulación del comercio interestatal.

No obstante, el federalismo de 1824 también reveló las limitaciones de un sistema que, en aras de la descentralización, a menudo debilitaba la capacidad del gobierno nacional para imponer su autoridad. Durante las primeras décadas de vida independiente, México enfrentó numerosas rebeliones y conflictos internos, muchos de ellos impulsados por caudillos regionales que aprovecharon la autonomía estatal para desafiar al poder central.

Además, la falta de una burocracia consolidada y de mecanismos eficaces para recaudar impuestos a nivel federal agravó la inestabilidad política y económica. A pesar de estos desafíos, la Constitución de 1824 sentó un precedente importante al reconocer la diversidad de México y al intentar institucionalizar un sistema político que, aunque imperfecto, aspiraba a ser democrático y representativo. Su legado perduraría incluso después de su derogación en 1836, cuando el país adoptó un modelo centralista bajo las Siete Leyes.

La Influencia Ideológica y el Contexto Internacional

La Constitución de 1824 no puede entenderse sin analizar el contexto ideológico e internacional en el que se gestó. El triunfo de las ideas liberales en Europa y América, tras la Revolución Francesa y la independencia de las colonias británicas en Norteamérica, influyó profundamente en los debates constitucionales mexicanos.

Figuras como José María Luis Mora y Lorenzo de Zavala abogaron por principios como la división de poderes, la soberanía popular y los derechos individuales, conceptos que quedaron plasmados en el texto constitucional. Sin embargo, estos ideales chocaron con una realidad en la que el poder aún estaba concentrado en manos de unas pocas élites, y donde la mayoría de la población, incluyendo a los indígenas y las clases populares, quedó excluida de la vida política activa.

Otro factor determinante fue la presión ejercida por potencias extranjeras, en particular España y Estados Unidos. Mientras España no reconoció la independencia de México hasta 1836 y mantuvo pretensiones de reconquista, Estados Unidos veía con interés el experimento federal mexicano, aunque también albergaba ambiciones expansionistas que décadas después se materializarían en la pérdida de más de la mitad del territorio nacional.

La Constitución de 1824, en este sentido, fue un intento por proyectar una imagen de estabilidad y legitimidad ante el mundo, aunque las luchas internas pronto minaron ese objetivo. La combinación de estos elementos ideológicos y geopolíticos hizo que la Constitución de 1824 fuera tanto un reflejo de las aspiraciones de una nación joven como un documento marcado por las contradicciones y desafíos de su tiempo. Su estudio sigue siendo esencial para comprender los orígenes del Estado mexicano y las tensiones entre unidad y diversidad que han persistido a lo largo de su historia.

El Legado de la Constitución de 1824 en la Formación del Estado Mexicano

La promulgación de la Constitución de 1824 no solo estableció las bases jurídicas del México independiente, sino que también dejó un legado duradero en la manera en que el país concibió su organización política y su identidad nacional.

Aunque su vigencia fue relativamente breve, su influencia se extendió mucho más allá de su derogación en 1836, pues muchos de los principios que consagró—como el federalismo, la división de poderes y la representación popular—fueron retomados en constituciones posteriores, incluyendo la de 1857 y la vigente de 1917. Uno de los aspectos más significativos de este documento fue su intento por crear un equilibrio entre las demandas de autonomía regional y la necesidad de un gobierno nacional capaz de mantener la cohesión del país.

Este desafío no era exclusivo de México; otras naciones latinoamericanas que emergieron de los procesos independentistas enfrentaron dilemas similares, pero la manera en que México los abordó bajo la Constitución de 1824 marcó un precedente que influiría en el desarrollo político de toda la región.

Sin embargo, el legado de esta Constitución también estuvo marcado por sus limitaciones. Aunque en teoría establecía un sistema representativo, en la práctica el acceso al poder siguió siendo controlado por una minoría criolla que perpetuó muchas de las estructuras sociales y económicas del periodo colonial.

La exclusión de vastos sectores de la población, como los pueblos indígenas y las clases campesinas, de los procesos políticos formales generó tensiones que se manifestarían en rebeliones y conflictos a lo largo del siglo XIX. Además, la falta de mecanismos efectivos para resolver disputas entre los estados y el gobierno federal contribuyó a un clima de inestabilidad que facilitó el ascenso de caudillos y, eventualmente, la instauración de gobiernos autoritarios.

A pesar de estos problemas, la Constitución de 1824 representó un esfuerzo genuino por sentar las bases de un Estado moderno, y su importancia radica tanto en sus aciertos como en los errores que posteriormente servirían de aprendizaje para las generaciones futuras.

La Caída del Modelo Federal y el Surgimiento del Centralismo

El fin de la Constitución de 1824 llegó en un contexto de creciente inestabilidad política y conflictos regionales que demostraron las dificultades de mantener un sistema federal en un país tan diverso y con instituciones aún débiles.

La presión de las potencias extranjeras, las rebeliones internas y las disputas entre facciones políticas llevaron a que, en 1835, se convocara un nuevo congreso que derogaría la Constitución y la reemplazaría con las Siete Leyes, un marco jurídico de corte centralista que buscaba fortalecer al gobierno nacional en detrimento de la autonomía estatal.

Este cambio no fue casual; reflejaba el descontento de sectores conservadores y del ejército, que veían en el federalismo una fuente de desorden y debilidad frente a amenazas externas como la intentona de reconquista española o la expansión de Estados Unidos.

El centralismo, sin embargo, lejos de resolver los problemas del país, exacerbó las tensiones entre la capital y las regiones, llevando a movimientos separatistas como el de Texas en 1836 y, más tarde, el de Yucatán. Estos conflictos demostraron que, aunque el federalismo de 1824 había tenido fallas, su abandono no fue la solución, pues ignoraba las realidades geográficas y culturales de México.

La experiencia de las Siete Leyes y de la posterior dictadura de Santa Anna terminaría por convencer a muchos políticos de que el equilibrio entre un gobierno nacional fuerte y el respeto a las autonomías locales era indispensable para la supervivencia del país.

Así, cuando se restauró el federalismo tras la Revolución de Ayutla en 1855, se retomaron muchos de los principios de la Constitución de 1824, aunque con ajustes destinados a corregir sus deficiencias. Este vaivén entre federalismo y centralismo durante el siglo XIX ilustra la complejidad de construir un Estado nacional en un territorio marcado por profundas diferencias regionales y sociales.

Reflexiones Finales: La Constitución de 1824 y su Lugar en la Historia de México

La Constitución de 1824 ocupa un lugar central en la historia de México no solo por ser el primer intento serio de dotar al país de un marco legal propio, sino porque en ella se condensaron las esperanzas, los conflictos y las contradicciones de una nación que buscaba su lugar en el mundo.

Su importancia trasciende el texto mismo, pues simboliza el momento en que México, tras siglos de dominio colonial, intentó definirse como una república soberana capaz de gobernarse a sí misma. Aunque sus logros fueron parciales y su implementación estuvo llena de obstáculos, sentó las bases para futuros desarrollos constitucionales y demostró que el camino hacia la consolidación nacional sería largo y lleno de desafíos.

Hoy, casi dos siglos después, el estudio de la Constitución de 1824 sigue siendo relevante para entender problemas actuales, como las tensiones entre el poder central y los estados, o los debates sobre la representación política y la justicia social. Su legado es un recordatorio de que las constituciones no son meros documentos jurídicos, sino proyectos vivos que reflejan las luchas y aspiraciones de una sociedad.

En este sentido, la Constitución de 1824 no fue solo un producto de su tiempo, sino un paso fundamental en la larga y aún inconclusa búsqueda de México por construir un sistema político que reconcilie su diversidad con su unidad nacional. Su historia nos enseña que el federalismo, la democracia y la justicia no son metas estáticas, sino procesos en constante evolución, moldeados por las lecciones del pasado y los desafíos del presente.

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