La Guerra de los Cien Años: El Prolongado Conflicto entre Inglaterra y Francia

Publicado el 7 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: Causas y Antecedentes del Conflicto

La Guerra de los Cien Años (1337-1453) fue un prolongado conflicto bélico que enfrentó a las dos principales potencias medievales europeas: Inglaterra y Francia. Aunque tradicionalmente se fecha entre estos años, en realidad consistió en una serie de conflictos intermitentes separados por períodos de tregua y paz relativa. Las raíces de este enfrentamiento se remontan a la compleja relación feudal entre ambos reinos, particularmente a la peculiar situación en la que los reyes de Inglaterra, como duques de Normandía y luego de Aquitania, eran vasallos del rey de Francia mientras mantenían su condición de monarcas independientes. Esta ambigua relación de vasallaje generó constantes tensiones, especialmente cuando los monarcas ingleses intentaron ampliar sus posesiones continentales. El detonante inmediato fue la disputa sucesoria tras la muerte sin herederos directos de Carlos IV de Francia en 1328, último rey de la dinastía Capeta. Mientras los franceses eligieron a Felipe VI de Valois, los ingleses reclamaron el trono para Eduardo III, quien como nieto de Felipe IV a través de su madre Isabel, consideraba tener mejores derechos. Esta disputa dinástica se combinó con rivalidades económicas, particularmente sobre el control de Flandes, región vital para el comercio de la lana inglesa, y con el creciente nacionalismo en ambos reinos que transformó lo que podría haber sido un conflicto feudal más en una guerra entre naciones emergentes.

El primer período de la guerra (1337-1360) mostró la superioridad militar inglesa, particularmente en las batallas de Crécy (1346) y Poitiers (1356), donde el uso masivo de arqueros largos demostró ser devastador contra la caballería pesada francesa. Estos éxitos permitieron a Inglaterra obtener importantes concesiones territoriales en el Tratado de Brétigny (1360), donde Eduardo III renunció a sus pretensiones al trono francés a cambio del reconocimiento de su soberanía sobre amplios territorios en el suroeste francés. Sin embargo, esta paz resultó ser frágil, pues las causas fundamentales del conflicto permanecían sin resolver. La situación se complicó aún más por el estallido de la Peste Negra, que diezmó a la población europea en la mitad del siglo XIV, afectando la capacidad de ambos reinos para continuar la guerra a gran escala. Durante este período inicial, la guerra también comenzó a mostrar su impacto transformador en las sociedades de ambos reinos, acelerando el desarrollo de sistemas fiscales más sofisticados para financiar los ejércitos y contribuyendo al fortalecimiento de las identidades nacionales incipientes en ambos lados del Canal de la Mancha.

Desarrollo del Conflicto: Fases Clave y Cambios de Fortuna

El segundo gran período de la guerra (1369-1389) vio una recuperación francesa bajo el liderazgo del astuto Carlos V y su condestable Bertrand du Guesclin. Los franceses adoptaron una estrategia de guerra de desgaste, evitando grandes batallas campales y concentrándose en recuperar castillos y territorios gradualmente. Esta táctica, combinada con problemas internos en Inglaterra como la revuelta campesina de 1381 y la inestabilidad política durante la minoría de edad de Ricardo II, permitió a Francia recuperar gran parte de los territorios perdidos. Sin embargo, la muerte de Carlos V en 1380 y la posterior locura de su hijo Carlos VI llevaron a Francia a un período de crisis interna, con facciones nobiliarias rivales (los borgoñones y los armagnacs) sumiendo al reino en una guerra civil que paralizó su capacidad para continuar el conflicto contra Inglaterra. Esta situación de debilidad francesa coincidió con el ascenso en Inglaterra de Enrique V, quien en 1415 reinició las hostilidades con una espectacular victoria en Agincourt, donde nuevamente los arqueros ingleses demostraron su superioridad táctica.

La fase más dramática del conflicto (1415-1429) pareció decidirse a favor de Inglaterra. El Tratado de Troyes (1420) reconoció a Enrique V como heredero al trono francés, desheredando al delfín Carlos. Sin embargo, la muerte prematura de Enrique V en 1422 y la subsiguiente minoría de edad de Enrique VI cambiaron nuevamente el curso de los acontecimientos. Fue en este contexto crítico cuando emergió la figura de Juana de Arco, la campesina lorenesa cuyas visiones místicas y liderazgo carismático revitalizaron la causa francesa. La liberación de Orleans en 1429 marcó un punto de inflexión psicológico y militar, permitiendo la coronación de Carlos VII en Reims y dando inicio a la recuperación francesa. Aunque Juana fue capturada y ejecutada por los ingleses en 1431, su martirio se convirtió en un símbolo poderoso para el nacionalismo francés emergente. Durante las siguientes dos décadas, Francia, ahora unificada y con reformas militares que incluían el desarrollo de una artillería efectiva y un ejército permanente, fue recuperando sistemáticamente territorio, culminando con la captura de Burdeos en 1453, fecha tradicional considerada como el final de la guerra.

Consecuencias y Legado Histórico del Conflicto

La Guerra de los Cien Años tuvo profundas consecuencias para ambos reinos participantes, aunque de naturaleza muy diferente. Para Francia, a pesar de la devastación de amplias regiones y la enorme pérdida de vidas, el conflicto terminó fortaleciendo la autoridad real y acelerando el proceso de centralización del estado. La necesidad de financiar la guerra llevó a los Valois a establecer impuestos permanentes y a desarrollar una burocracia más eficiente, sentando las bases del estado moderno. La victoria final también consolidó el sentimiento nacional francés, aunque el precio había sido enorme: se estima que algunas regiones perdieron hasta la mitad de su población entre las batallas, las hambrunas y las recurrentes epidemias. Curiosamente, el conflicto también contribuyó a diferenciar culturalmente a Francia e Inglaterra, particularmente en el ámbito lingüístico, pues mientras el francés había sido la lengua de la élite inglesa antes de la guerra, el creciente nacionalismo llevó al inglés a convertirse en la lengua dominante de la administración y la cultura en Inglaterra.

Para Inglaterra, la derrota final y la pérdida de casi todas sus posesiones continentales (excepto Calais) tuvieron consecuencias ambivalentes. Por un lado, marcó el fin de las ambiciones imperiales en el continente, reorientando la atención inglesa hacia sus propias islas y, eventualmente, hacia la expansión ultramarina. Por otro lado, el enorme costo de la guerra contribuyó al malestar social que desembocó en la Guerra de las Rosas (1455-1485), el conflicto dinástico entre las casas de York y Lancaster. Sin embargo, la guerra también aceleró el desarrollo de instituciones parlamentarias en Inglaterra, pues los reyes necesitaban constantemente aprobar impuestos para financiar el conflicto, dando mayor poder a la Cámara de los Comunes. En el ámbito militar, la guerra demostró la declinación de la caballería pesada como fuerza dominante en el campo de batalla y el creciente papel de la infantería y las armas de proyectiles, cambios que anticipaban la transformación de la guerra en la Edad Moderna.

El legado cultural de la Guerra de los Cien Años ha perdurado durante siglos, moldeando las identidades nacionales de ambos países. En Francia, figuras como Juana de Arco fueron mitificadas como símbolos de la resistencia nacional, mientras que en Inglaterra, las victorias de Crécy y Agincourt entraron en el imaginario popular como ejemplos del valor militar inglés. El conflicto también dejó una profunda huella en la literatura, desde las crónicas contemporáneas de Jean Froissart hasta las obras de Shakespeare sobre los reyes ingleses de la época. Históricamente, la guerra marcó el final definitivo del orden feudal y el surgimiento de los primeros estados nacionales en Europa occidental, siendo un puente crucial entre la Edad Media y el Renacimiento. Aunque técnicamente fue un conflicto dinástico, sus consecuencias trascendieron con creces a las simples disputas entre familias reales, configurando el mapa político y cultural de Europa occidental durante siglos venideros.

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