La Ocupación Estadounidense (1916-1924): Transformaciones y Resistencia Nacional

Publicado el 6 abril, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción: El Contexto Geopolítico de la Intervención

La ocupación militar estadounidense de la República Dominicana entre 1916 y 1924 representó un punto de inflexión en la historia nacional, marcando el inicio de una nueva era de influencia hemisférica de Estados Unidos en el Caribe. Este episodio histórico no fue un evento aislado, sino parte de la política del “Gran Garrote” (Big Stick) implementada por presidentes como Theodore Roosevelt y Woodrow Wilson, que justificaba la intervención en asuntos internos de países caribeños para proteger intereses económicos y estratégicos norteamericanos. En el caso dominicano, la decisión de desembarcar tropas el 29 de noviembre de 1916 fue el resultado de años de inestabilidad política, crisis financiera crónica y el temor de Washington a que potencias europeas intervinieran para cobrar deudas pendientes, situación que amenazaba la doctrina Monroe y la hegemonía estadounidense en la región.

La intervención se produjo en un momento particularmente vulnerable para la soberanía dominicana. Tras el asesinato de Ulises Heureaux en 1899, el país había entrado en un prolongado período de anarquía política donde los gobiernos se sucedían mediante revoluciones constantes, incapaces de estabilizar las finanzas públicas o imponer orden en el territorio. La deuda externa, acumulada durante el régimen de Heureaux, se había convertido en un instrumento de presión por parte de acreedores europeos y norteamericanos, llevando primero al control aduanero por parte de Estados Unidos en 1905 y finalmente a la ocupación militar completa once años después. Este artículo examina en profundidad los ocho años de administración militar estadounidense, analizando tanto las transformaciones institucionales que implementaron como la resistencia nacional que generaron, y cómo este período configuró el desarrollo posterior de la República Dominicana en el siglo XX.

La Implementación del Gobierno Militar Norteamericano

La Estructuración de un Estado Ocupante

Desde los primeros meses de la ocupación, las autoridades militares estadounidenses establecieron un aparato administrativo diseñado para controlar todos los aspectos de la vida nacional. El contralmirante Harry Shepard Knapp, designado como gobernador militar, concentró en sus manos poderes ejecutivos, legislativos y judiciales, gobernando mediante decretos que modificaban sustancialmente las instituciones dominicanas. Uno de los primeros actos del gobierno de ocupación fue la disolución del ejército dominicano y su sustitución por una Guardia Nacional entrenada y comandada por oficiales estadounidenses, medida destinada a eliminar la base de poder de los caudillos locales que habían mantenido el país en constante guerra civil. Paralelamente, se reorganizó completamente el sistema judicial, se establecieron códigos legales basados en el modelo norteamericano y se creó un sistema de recaudación de impuestos más eficiente pero también más oneroso para la población.

La administración militar implementó un ambicioso programa de obras públicas que transformó la infraestructura física del país. Se construyeron carreteras pavimentadas conectando las principales ciudades (incluyendo la famosa Carretera Duarte entre Santo Domingo y Santiago), puentes modernos, sistemas de alcantarillado y redes telefónicas. El puerto de Santo Domingo fue dragado y modernizado, mientras que en el interior se establecieron oficinas de correos y telégrafos que integraron por primera vez las regiones más apartadas al resto del país. Estas obras, aunque indudablemente beneficiosas para el desarrollo nacional, fueron financiadas en gran parte con fondos dominicanos y ejecutadas por compañías contratistas norteamericanas, generando fuertes críticas sobre su costo real y los beneficios que dejaban en la economía local.

Las Reformas Económicas y su Impacto Social

La política económica del gobierno de ocupación estuvo orientada a crear las condiciones para una mayor penetración del capital norteamericano en la República Dominicana. Se aprobaron leyes que facilitaban la adquisición de tierras por parte de extranjeros, lo que permitió la expansión de los enclaves azucareros estadounidenses, especialmente en el este del país. Grandes extensiones de terrenos comuneros, que habían sido tradicionalmente usados por campesinos para agricultura de subsistencia y ganadería extensiva, fueron parcelados y vendidos a compañías azucareras, desplazando a miles de familias rurales y alterando profundamente las estructuras tradicionales de tenencia de la tierra. Esta transformación del agro dominicano tuvo consecuencias sociales de largo alcance, acelerando el proceso de proletarización del campesinado y creando una masa de trabajadores rurales dependientes de los ingenios azucareros.

Otra área de profunda reforma fue el sistema financiero. La ocupación estableció el patrón oro como base monetaria, creó el Banco Nacional de Santo Domingo bajo control norteamericano y reorganizó completamente el sistema tributario. Si bien estas medidas trajeron cierta estabilidad financiera y atrajeron inversiones extranjeras, también generaron un aumento en el costo de vida que afectó especialmente a las clases populares urbanas. Los impuestos sobre bienes básicos, junto con la inflación generada por la nueva política monetaria, provocaron un deterioro en las condiciones de vida de amplios sectores de la población, alimentando el descontento contra la ocupación. Al mismo tiempo, la economía dominicana quedó más estrechamente vinculada a los ciclos económicos de Estados Unidos, aumentando su vulnerabilidad a crisis externas como la que ocurriría pocos años después con el colapso de los precios del azúcar en 1920-1921.

La Resistencia Nacional a la Ocupación

El Movimiento Guerrillero del Este

A pesar del poderío militar estadounidense, la ocupación encontró una resistencia organizada que se prolongó durante varios años, especialmente en las regiones orientales del país. Liderados por figuras como Vicente Evangelista y Ramón Natera, grupos de guerrilleros conocidos como “gavilleros” llevaron a cabo una campaña de hostigamiento contra las tropas norteamericanas y sus colaboradores locales. Estas fuerzas irregulares, compuestas principalmente por campesinos desplazados por la expansión azucarera y antiguos seguidores de caudillos regionales, aprovechaban su conocimiento del terreno para atacar patrullas militares, sabotear líneas telegráficas y destruir propiedades de compañías norteamericanas. La respuesta de los marines fue brutal, implementando tácticas de tierra arrasada que incluían la quema de cultivos y viviendas campesinas, así como ejecuciones sumarias de sospechosos de colaborar con la guerrilla.

La resistencia en el Este alcanzó su punto culminante entre 1917 y 1921, obligando a las fuerzas de ocupación a mantener un contingente militar significativo en la región y desviar recursos considerables para combatirla. Aunque carecían de una ideología política definida más allá del rechazo a la presencia extranjera y la defensa de sus tierras, los gavilleros representaron la expresión más organizada del nacionalismo dominicano durante estos años. Su lucha, aunque finalmente derrotada militarmente, contribuyó a mantener viva la llama de la resistencia y demostró que la ocupación no contaba con el consentimiento de amplios sectores de la población. Las tácticas contrainsurgentes empleadas por los marines en esta campaña, incluyendo el uso de campos de concentración para civiles y la creación de fuerzas paramilitares locales, sentarían precedentes para operaciones similares que Estados Unidos realizaría posteriormente en otros países del Caribe y Centroamérica.

La Resistencia Intelectual y Diplomática

Paralelamente a la lucha armada en el campo, sectores intelectuales y políticos urbanos mantuvieron una resistencia pacífica pero constante contra la ocupación. Figuras como Francisco J. Peynado, Emiliano Tejera y Max Henríquez Ureña lideraron desde el exilio una campaña diplomática para denunciar ante la comunidad internacional la violación de la soberanía dominicana. En foros como la Unión Panamericana y a través de publicaciones en periódicos internacionales, estos intelectuales argumentaban que la intervención norteamericana contradecía los principios de autodeterminación que el presidente Wilson decía defender, especialmente después de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial bajo el lema de hacer al mundo “seguro para la democracia”.

Dentro del país, aunque la censura militar limitaba la libertad de prensa, algunos periódicos como “Listín Diario” mantuvieron una línea editorial crítica mediante el uso de lenguaje cifrado y alusiones históricas que eludían la censura pero eran comprendidas por los lectores. En las universidades y círculos literarios, jóvenes intelectuales como Pedro Henríquez Ureña y Américo Lugo promovían una visión de la identidad nacional dominicana que enfatizaba la hispanidad y el catolicismo como barreras culturales contra la influencia norteamericana. Esta resistencia intelectual, aunque menos visible que la lucha armada, resultó fundamental para mantener cohesionado un movimiento nacionalista que eventualmente obligaría a Washington a reconsiderar su política de ocupación militar directa.

El Legado de la Ocupación y la Retirada Estadounidense

Las Reformas Institucionales y su Impacto Duradero

Cuando las tropas estadounidenses finalmente abandonaron el país en 1924, dejaron atrás un Estado transformado en sus estructuras básicas. La Guardia Nacional creada durante la ocupación se convertiría en la base del ejército dominicano moderno, aunque también en un instrumento de control político que sería utilizado por dictaduras posteriores. El sistema legal y judicial reorganizado bajo códigos norteamericanos permanecería en lo esencial hasta bien avanzado el siglo XX, al igual que la estructura administrativa centralizada que reemplazó los antiguos caudillismos regionales. Las obras de infraestructura, especialmente la red vial, facilitaron la integración del mercado interno y el surgimiento de una economía nacional más cohesionada.

Sin embargo, estas reformas positivas vinieron acompañadas de cambios problemáticos que marcarían el desarrollo posterior del país. La concentración de tierras en manos de compañías azucareras extranjeras creó distorsiones en la estructura agraria que persisten hasta hoy, mientras que la dependencia económica de Estados Unidos se profundizó con el control que empresas norteamericanas ejercían sobre los sectores clave de la economía. Políticamente, el modelo de gobierno impuesto durante la ocupación privilegiaba la estabilidad sobre la democracia, sentando las bases para el autoritarismo que caracterizaría gran parte del siglo XX dominicano.

El Plan Hughes-Peynado y la Restauración Formal de la Soberanía

La presión combinada de la resistencia armada, la oposición política interna y las críticas internacionales llevaron al gobierno estadounidense a buscar una salida negociada a la ocupación. En 1922, el diplomático dominicano Francisco J. Peynado y el secretario de Estado norteamericano Charles Evans Hughes firmaron un acuerdo que establecía las condiciones para la retirada militar. El Plan Hughes-Peynado mantenía el control estadounidense sobre las aduanas (garantía para los acreedores externos) pero permitía la elección de un gobierno dominicano y la restauración formal de la soberanía. En 1924, Horacio Vásquez, un líder histórico del Partido Nacional que había sido exiliado durante la ocupación, ganó las elecciones supervisadas por Estados Unidos y asumió la presidencia, marcando el inicio del período conocido como “Gobierno de los Patriotas”.

La retirada militar no significó el fin de la influencia norteamericana. Estados Unidos mantuvo importantes mecanismos de control económico y se reservó el derecho de intervenir nuevamente si consideraba amenazados sus intereses, como efectivamente ocurriría durante la dictadura de Trujillo. No obstante, el fin de la ocupación directa fue celebrado como una victoria del nacionalismo dominicano y permitió cierta normalización de la vida política, aunque dentro de los límites establecidos por la nueva relación de dependencia con la potencia del norte. La experiencia de estos ocho años dejó una huella profunda en la conciencia nacional, alimentando tanto sentimientos antiimperialistas como admiración por el modelo estadounidense, ambivalencia que seguiría caracterizando las relaciones dominico-americanas durante décadas.

Author

Rodrigo Ricardo

Apasionado por compartir conocimientos y ayudar a otros a aprender algo nuevo cada día.

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