La Renuncia Anticipada de Alfonsín y el Ascenso del Neoliberalismo en Argentina

Publicado el 5 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El gobierno de Raúl Alfonsín marcó el retorno a la democracia en Argentina tras la sangrienta dictadura militar (1976-1983), pero su presidencia también fue testigo de las tensiones estructurales que definirían el rumbo económico y político del país en las décadas siguientes. Su renuncia anticipada en 1989, seis meses antes de concluir su mandato, no fue un evento aislado, sino el resultado de una convergencia de crisis económicas, presiones sociales y el agotamiento de un modelo que ya no podía sostenerse.

Alfonsín llegó al poder con el lema “Con la democracia se come, se cura y se educa”, pero la realidad pronto demostró que la transición democrática no sería suficiente para resolver los problemas heredados del autoritarismo y el endeudamiento externo. La hiperinflación, que alcanzó picos del 3,000% anual en 1989, pulverizó el poder adquisitivo de la población y generó un clima de caos que erosionó la legitimidad del gobierno radical.

En este contexto, la figura de Carlos Menem, entonces un outsider dentro del peronismo pero con un discurso renovado, comenzó a ganar terreno como alternativa, prometiendo una “revolución productiva” que, en la práctica, significaría la adopción de políticas neoliberales sin precedentes.

El Agotamiento del Modelo Alfonsinista y la Crisis de Legitimidad

Para comprender la renuncia de Alfonsín, es necesario analizar las contradicciones de su proyecto político. Su gobierno buscó reconciliar la justicia social con la estabilidad económica, pero se encontró atrapado entre las demandas populares y los condicionamientos del Fondo Monetario Internacional (FMI). El Plan Austral (1985), diseñado para frenar la inflación, tuvo éxito inicial, pero su efecto fue efímero debido a la falta de reformas estructurales y la resistencia de sectores empresariales y sindicales.

Mientras tanto, el peso de la deuda externa, contraída durante la dictadura, limitaba cualquier margen de maniobra fiscal. La sociedad argentina, que había depositado sus esperanzas en la democracia, comenzó a experimentar un profundo desencanto cuando los salarios se depreciaban día a día y los saqueos a supermercados se multiplicaban.

Este clima de descontento fue hábilmente capitalizado por Menem, quien, aunque provenía de una tradición peronista teóricamente opuesta al neoliberalismo, supo adaptar su discurso a los nuevos tiempos, prometiendo un “shock de confianza” para atraer inversiones extranjeras. Alfonsín, en cambio, quedó atrapado en la paradoja de ser un líder democrático que no podía garantizar lo básico: la estabilidad económica.

El Ascenso del Neoliberalismo y la Transformación del Peronismo

La transición entre Alfonsín y Menem no fue solo un cambio de gobierno, sino un giro paradigmático en la política argentina. Menem, una vez en el poder, implementó reformas que desmantelaron el Estado de bienestar: privatizaciones masivas, desregulación financiera y una ley de convertibilidad que ató el peso al dólar. Estas medidas, inspiradas en el Consenso de Washington, representaban una ruptura radical con el peronismo histórico, que había defendido el proteccionismo y los derechos laborales.

Sin embargo, el contexto de crisis hiperinflacionaria facilitó la aceptación social de estas políticas, al menos inicialmente. Muchos argentinos, cansados del caos, vieron en el neoliberalismo una solución pragmática, aunque dolorosa. Alfonsín, por su parte, terminó su mandato en un clima de ingobernabilidad, con protestas callejeras y una oposición cada vez más fortalecida.

Su decisión de entregar el poder anticipadamente fue un acto de realismo político, pero también un símbolo de la derrota de un proyecto que no pudo contener los embates de la globalización neoliberal. En retrospectiva, este período sentó las bases para las contradicciones que estallarían en la crisis del 2001, demostrando que el neoliberalismo, lejos de ser una panacea, generaría nuevas formas de exclusión y fragmentación social.

El Neoliberalismo como Respuesta a la Crisis: ¿Solución o Profundización del Colapso?

La llegada de Carlos Menem al poder en 1989 no solo marcó el fin del ciclo alfonsinista, sino también el inicio de una transformación radical en la estructura económica y social de Argentina. Su gobierno, inicialmente percibido como una salida pragmática al caos hiperinflacionario, terminó por consolidar un modelo basado en la desregulación, el achicamiento del Estado y la apertura indiscriminada a los mercados globales. Estas reformas, presentadas como inevitables en el contexto de la época, respondían a un paradigma en ascenso a nivel mundial: el neoliberalismo, que bajo el liderazgo de figuras como Margaret Thatcher y Ronald Reagan ya había reconfigurado las economías de Europa y Estados Unidos.

En América Latina, el Consenso de Washington funcionó como un manual no escrito para los gobiernos de la región, que bajo la presión de organismos crediticios como el FMI y el Banco Mundial, implementaron privatizaciones, flexibilización laboral y ajustes fiscales. Sin embargo, lo que en otros países fue un proceso gradual, en Argentina adquirió un ritmo vertiginoso, casi revolucionario, con consecuencias que aún hoy siguen siendo materia de debate. ¿Fue el neoliberalismo de los noventa la única alternativa posible frente al colapso de la economía, o más bien una profundización de los mismos mecanismos que habían generado la crisis?

La Convertibilidad y el Espejismo de la Estabilidad: Prosperidad Artificial y Fracturas Sociales

Uno de los pilares del modelo menemista fue la Ley de Convertibilidad (1991), que estableció la paridad uno a uno entre el peso y el dólar. Esta medida, impulsada por el entonces ministro de Economía Domingo Cavallo, logró frenar la inflación de manera inmediata, restaurando la confianza de los mercados y permitiendo un breve período de crecimiento económico.

Sin embargo, la estabilidad lograda era en gran medida artificial, ya que dependía de un flujo constante de capitales extranjeros y de un endeudamiento público creciente. Mientras las clases medias y altas disfrutaban de un acceso sin precedentes a bienes importados y crédito barato, la industria nacional sufría los embates de la competencia externa, llevando al cierre de miles de pymes y a un aumento desempleo estructural. Además, las privatizaciones de empresas estatales—desde YPF hasta los ferrocarriles—se realizaron en condiciones cuestionables, con denuncias de corrupción y una clara transferencia de recursos públicos hacia grupos económicos concentrados.

El Estado, lejos de modernizarse como prometía el discurso oficial, se debilitó en su capacidad de regulación, mientras que los servicios básicos como la salud y la educación comenzaron un lento proceso de deterioro. La sociedad argentina, que había celebrado el fin de la hiperinflación, empezaba a dividirse entre quienes se beneficiaban del nuevo modelo y quienes quedaban excluidos de sus promesas.

El Peronismo Mutante: De Movimiento Nacional-Popular a Vehículo del Neoliberalismo

Uno de los aspectos más paradójicos de este período fue la transformación del peronismo, un movimiento históricamente asociado a la defensa de los trabajadores y la soberanía económica, en el principal ejecutor de las reformas neoliberales. Menem supo capitalizar el capital político y simbólico del justicialismo para implementar cambios que, en cualquier otro contexto, hubieran generado una resistencia masiva. Su retórica, mezcla de pragmatismo y populismo, logró cooptar a sectores del sindicalismo—antes aliados de Alfonsín—mediante concesiones y prebendas, mientras neutralizaba a la oposición con un discurso de “modernización irreversible”.

Esta metamorfosis del peronismo no fue meramente táctica, sino que reflejaba un cambio más profundo en la política latinoamericana: el agotamiento de los proyectos nacional-desarrollistas y la aceptación de la globalización como un hecho ineludible. Sin embargo, esta adaptación tuvo un costo. La base social tradicional del peronismo—obreros industriales, empleados públicos y sectores populares—comenzó a fragmentarse, generando tensiones que años después explotarían en las protestas contra el gobierno de Fernando de la Rúa. El menemismo, en este sentido, fue tanto una consecuencia de la crisis del alfonsinismo como un factor que agravó las desigualdades que llevarían al estallido de 2001.

Reflexiones Finales: Legados y Lecciones de un Período Decisivo

La renuncia de Alfonsín y el ascenso de Menem representan un momento clave para entender las dinámicas políticas y económicas de América Latina en los años noventa. Por un lado, Alfonsín encarnó los límites de la socialdemocracia en un contexto de crisis de deuda y ajuste estructural.

Por otro, Menem demostró la capacidad de adaptación del peronismo, aunque a costa de abandonar sus principios fundacionales. Este proceso no fue exclusivo de Argentina; en toda la región, los gobiernos enfrentaron presiones similares para adoptar el neoliberalismo como único camino viable. Sin embargo, las consecuencias sociales de estas políticas—aumento de la pobreza, concentración de la riqueza y precarización laboral—generaron resistencias que, años después, llevarían al surgimiento de gobiernos progresistas.

La lección de este período es clara: la democracia no puede reducirse a elecciones libres si no viene acompañada de justicia económica. Alfonsín lo intentó, pero el poder del capital globalizado terminó imponiéndose. Su renuncia anticipada fue, en última instancia, el reconocimiento de esa derrota.

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