Las Presidencias de Hipólito Yrigoyen y el Rol de la Unión Cívica Radical en la Argentina Moderna

Publicado el 5 julio, 2025 por Rodrigo Ricardo

El Contexto Histórico y el Ascenso de la Unión Cívica Radical

La Argentina de finales del siglo XIX y principios del XX estaba marcada por profundas transformaciones económicas, sociales y políticas que sentaron las bases para el surgimiento de la Unión Cívica Radical (UCR) como fuerza política determinante. El país, bajo el dominio de la oligarquía conservadora agrupada en el Partido Autonomista Nacional (PAN), experimentaba un crecimiento económico impulsado por el modelo agroexportador, pero este progreso no se traducía en una democratización real del poder. La sociedad estaba fracturada entre una élite terrateniente que controlaba los resortes del Estado y una creciente clase media urbana, junto a sectores populares, que demandaban participación política y reformas sociales.

En este escenario, la UCR emergió como un movimiento que canalizó el descontento contra el régimen excluyente, abogando por el sufragio universal, la transparencia electoral y la ampliación de derechos. Hipólito Yrigoyen, figura carismática y enigmática, se convirtió en el líder indiscutido del radicalismo, encarnando las aspiraciones de aquellos marginados por el sistema. Su estrategia de abstención electoral y levantamientos armados, como la Revolución del Parque en 1890, demostró la firmeza del radicalismo en su lucha por la democratización, aunque también reveló las tensiones internas entre sus alas más moderadas y las facciones intransigentes.

La Primera Presidencia de Yrigoyen: Reformismo y Conflictos

Cuando Hipólito Yrigoyen asumió la presidencia en 1916, se convirtió en el primer mandatario elegido mediante el voto secreto y obligatorio establecido por la Ley Sáenz Peña, marcando un hito en la historia política argentina. Su gobierno representó un giro hacia la inclusión de sectores medios y populares en la vida política, aunque sin alterar radicalmente las estructuras económicas dominantes. Yrigoyen implementó políticas reformistas que buscaban mejorar las condiciones laborales, como la regulación de las jornadas de trabajo y el impulso a la creación de cooperativas, pero evitó confrontar directamente con los intereses de la oligarquía terrateniente.

Su estilo de gobierno, personalista y basado en relaciones de lealtad directa con sus seguidores —el llamado “yrigoyenismo”— generó tanto devoción como críticas, incluso dentro de su propio partido. En el plano internacional, mantuvo una posición neutral durante la Primera Guerra Mundial, lo que permitió a Argentina beneficiarse económicamente de la demanda de productos agropecuarios, aunque esta neutralidad fue cuestionada por sectores alineados con las potencias en conflicto. Sin embargo, su administración también enfrentó crecientes tensiones sociales, como las huelgas obreras reprimidas con dureza, evidenciando las limitaciones de su proyecto para integrar a los sectores más radicalizados del movimiento obrero, muchos de ellos influenciados por ideologías anarquistas y socialistas.

La Crisis del Radicalismo y el Golpe de Estado

El segundo mandato de Yrigoyen, iniciado en 1928, estuvo marcado por una aguda crisis económica y política que precipitó el fin de su gobierno. La Gran Depresión de 1929 impactó severamente en la economía argentina, dependiente de las exportaciones agrícolas, generando desempleo y malestar social. Al mismo tiempo, la oposición conservadora, junto con sectores militares y medios de comunicación, intensificó sus críticas hacia el envejecido líder radical, acusándolo de ineficiencia y autoritarismo. Las divisiones internas dentro de la UCR, sumadas a la incapacidad de Yrigoyen para articular una respuesta coherente a la crisis, debilitaron su gobierno.

En septiembre de 1930, un golpe de Estado liderado por el general José Félix Uriburu derrocó a Yrigoyen, poniendo fin a la experiencia democrática radical e inaugurando una década infame caracterizada por el fraude electoral y la restauración conservadora. La caída de Yrigoyen no solo representó el fracaso de su liderazgo, sino también las dificultades del radicalismo para consolidar un proyecto político estable en un contexto de fuertes tensiones sociales y económicas. Sin embargo, su figura quedó grabada en la memoria popular como un símbolo de la lucha por la democracia y la justicia social, sentando las bases para el retorno del radicalismo en décadas posteriores.

El Legado del Yrigoyenismo y la UCR en la Historia Argentina

A pesar de su final abrupto, las presidencias de Hipólito Yrigoyen dejaron un legado perdurable en la política argentina. El radicalismo, bajo su conducción, logró institucionalizar demandas históricas como el sufragio universal y la participación ciudadana, aunque sin transformar profundamente las estructuras socioeconómicas del país. El yrigoyenismo, más que una doctrina coherente, fue un movimiento de masas que combinó elementos reformistas con un liderazgo carismático y paternalista, generando una identidad política que influyó en generaciones posteriores.

La UCR, pese a sus contradicciones y fracasos, se consolidó como un partido clave en la vida democrática argentina, alternando períodos de gobierno con exclusiones forzadas. En el plano sociopolítico, el radicalismo de Yrigoyen representó un intento de integrar a las clases medias en el sistema político, aunque sin resolver las demandas de los sectores obreros, lo que abriría el camino para el surgimiento de otras fuerzas, como el peronismo, en las décadas siguientes. Así, la experiencia yrigoyenista sigue siendo un referente para analizar los desafíos de la democracia en Argentina, entre la inclusión política y las limitaciones estructurales de un modelo económico dependiente.

El Impacto Sociopolítico del Yrigoyenismo en la Sociedad Argentina

La llegada de Hipólito Yrigoyen al poder en 1916 no solo significó un cambio en la conducción política del país, sino también una transformación en la relación entre el Estado y la sociedad. Su gobierno, aunque moderado en términos económicos, introdujo una nueva dinámica en la política argentina al incorporar a sectores que históricamente habían sido marginados del sistema.

El yrigoyenismo, como fenómeno sociopolítico, logró articular un discurso que combinaba la defensa de las instituciones republicanas con un llamado a la movilización popular, creando una identidad política basada en la lealtad personal hacia el líder y en la idea de que el radicalismo representaba la verdadera voluntad nacional. Este enfoque permitió que amplios sectores de las clases medias urbanas, así como algunos estratos populares, se identificaran con el proyecto radical, viendo en Yrigoyen un defensor de sus intereses frente a la oligarquía tradicional.

Sin embargo, esta misma característica generó tensiones, ya que su estilo de gobierno, basado en un liderazgo personalista y en la distribución de cargos políticos a través de redes clientelares, fue criticado por sus opositores como una forma de caudillismo moderno que debilitaba las instituciones.

Al mismo tiempo, el yrigoyenismo enfrentó el desafío de lidiar con un movimiento obrero cada vez más organizado y radicalizado, que demandaba cambios más profundos que los ofrecidos por el reformismo radical. Las huelgas y protestas obreras, muchas de ellas reprimidas por el gobierno, mostraron las limitaciones del proyecto de Yrigoyen para integrar a los trabajadores dentro de un esquema de conciliación de clases.

A pesar de esto, su administración sentó precedentes importantes en materia de intervención estatal en conflictos laborales, intentando mediar entre patrones y obreros, aunque sin llegar a implementar una legislación social avanzada como la que existía en otros países de la región. Este equilibrio inestable entre reformismo y conservadurismo social sería una constante durante sus gobiernos, reflejando las tensiones propias de un partido que buscaba representar intereses diversos dentro de una sociedad en rápida transformación.

La Oposición Conservadora y el Desgaste del Gobierno Radical

El ascenso de Yrigoyen al poder generó una reacción inmediata por parte de los sectores conservadores, que veían en el radicalismo una amenaza a sus privilegios económicos y políticos. Aunque el primer gobierno de Yrigoyen no impulsó reformas estructurales que afectaran directamente los intereses de la oligarquía terrateniente, su sola presencia en el poder simbolizaba un cambio en el orden establecido desde la Generación del 80.

La prensa opositora, controlada en gran medida por grupos económicos vinculados al modelo agroexportador, llevó adelante una campaña sistemática de desprestigio contra el líder radical, acusándolo de autoritarismo, incompetencia administrativa y corrupción. Estas críticas se intensificaron durante su segunda presidencia, cuando la crisis económica mundial exacerbó los problemas internos y debilitó la capacidad del gobierno para mantener el apoyo social que lo había sostenido en el pasado.

Además, el radicalismo enfrentó divisiones internas que minaron su cohesión como fuerza política. La UCR, que había logrado mantenerse unida durante los años de lucha contra el régimen conservador, comenzó a fragmentarse ante las dificultades para gestionar un país en crisis y las acusaciones de corrupción y nepotismo contra el entorno de Yrigoyen.

Sectores del partido, especialmente aquellos vinculados a corrientes más moderadas o a líderes regionales con aspiraciones propias, empezaron a distanciarse del yrigoyenismo, debilitando su base de apoyo en un momento crítico. Esta combinación de factores —la oposición cerrada de los conservadores, el descontento social por la crisis económica y las divisiones internas— creó el escenario perfecto para que las fuerzas antidemocráticas, en alianza con sectores militares, llevaran adelante el golpe de Estado de 1930.

Reflexiones Finales: Yrigoyen y el Radicalismo en la Memoria Colectiva

La figura de Hipólito Yrigoyen y su papel en la historia argentina siguen siendo objeto de debate y reinterpretación. Para algunos, representa el primer líder verdaderamente popular de la Argentina moderna, un hombre que desafió a la oligarquía y abrió las puertas de la democracia a sectores históricamente excluidos.

Para otros, su gobierno fue una oportunidad perdida, un proyecto reformista que no supo o no quiso llevar adelante las transformaciones necesarias para construir una sociedad más justa. Lo cierto es que su legado trasciende su tiempo, ya que el radicalismo, a pesar de sus altibajos, continuó siendo una fuerza central en la política argentina a lo largo del siglo XX. La UCR, con todas sus contradicciones, logró consolidarse como un partido capaz de adaptarse a los cambios sociales, aunque nunca volvió a tener el mismo carácter movimientista que bajo el liderazgo de Yrigoyen.

En el plano simbólico, el yrigoyenismo dejó una marca indeleble en la cultura política argentina, especialmente en la forma en que se entiende la relación entre líderes y masas. Su estilo de gobierno, su retórica y hasta su imagen pública —austera y misteriosa— se convirtieron en referentes para futuras experiencias políticas, incluyendo el peronismo.

Más allá de los juicios históricos, su presidencia marcó un antes y un después en la Argentina, demostrando que era posible desafiar el orden establecido y que las demandas de participación política y justicia social no podían ser ignoradas indefinidamente. En este sentido, el estudio de su gobierno sigue siendo esencial para comprender no solo un período clave de la historia argentina, sino también los desafíos que enfrentan las democracias en contextos de desigualdad y exclusión.

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