¿Qué representa la figura de Frankenstein en la novela de Mary Shelley?
El monstruo como símbolo literario y filosófico
La figura de Frankenstein en la novela de Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo (1818), trasciende su papel como antagonista o criatura monstruosa para convertirse en un símbolo multifacético que explora temas como la responsabilidad científica, la soledad existencial y los límites de la humanidad. Desde su publicación, la obra ha generado innumerables interpretaciones, desde el análisis psicológico hasta la crítica social. Pero, ¿qué representa verdaderamente el monstruo de Frankenstein? Para responder esta pregunta, es necesario adentrarse en el contexto histórico de la autora, las influencias filosóficas de la época y las metáforas que Shelley entreteje en su narrativa.
En primer lugar, la criatura encarna las consecuencias no deseadas de la ambición desmedida. Victor Frankenstein, su creador, actúa movido por un deseo de trascender los límites naturales, un tema recurrente en la literatura romántica. Sin embargo, al abandonar a su creación, desata una cadena de tragedias que reflejan la irresponsabilidad del ser humano ante sus propios descubrimientos. Además, el monstruo, a pesar de su apariencia grotesca, desarrolla una conciencia moral y emocional compleja, lo que lo convierte en una víctima tanto como en un victimario. Este dualismo invita a reflexionar sobre la naturaleza de la maldad: ¿es el monstruo inherentemente malvado, o es la sociedad la que lo corrompe?
Por otro lado, la novela puede interpretarse como una crítica al rechazo hacia lo diferente. La criatura, privada de amor y aceptación, se transforma en un ser resentido, lo que plantea preguntas sobre la importancia de la empatía y la compasión. En este sentido, Frankenstein no es solo un relato de terror gótico, sino una profunda exploración de la condición humana. A continuación, analizaremos en detalle los distintos niveles simbólicos de la figura de Frankenstein, desde su relación con la ciencia hasta su papel como reflejo de las angustias existenciales del ser humano.
1. Frankenstein como crítica a la ambición científica descontrolada
Uno de los temas centrales de la novela es el peligro de la ciencia sin ética, un mensaje que resuena con fuerza en la actualidad, donde debates sobre la inteligencia artificial y la manipulación genética están más vigentes que nunca. Victor Frankenstein representa al científico obsesionado con el poder de crear vida, pero que no considera las implicaciones morales de sus actos. Su experimento, inspirado en los avances científicos de la época como el galvanismo, simboliza la arrogancia humana al intentar emular a Dios.
Shelley escribió la novela en una época de grandes descubrimientos, donde la ciencia comenzaba a desafiar las nociones tradicionales de la vida y la muerte. Sin embargo, la autora advierte sobre los riesgos de perseguir el conocimiento sin límites. La criatura, al ser rechazada por su creador, se convierte en una manifestación de esos peligros: es el resultado tangible de una experimentación irresponsable. Este aspecto de la obra ha llevado a muchos estudiosos a considerar Frankenstein como una precursora de la ciencia ficción, género que frecuentemente explora los dilemas éticos del progreso tecnológico.
Además, la relación entre Victor y su creación puede verse como una metáfora de la paternidad fallida. El científico, al negarse a asumir la responsabilidad por su “hijo”, condena a la criatura a una existencia de dolor y violencia. Esto plantea preguntas incómodas: ¿qué obligaciones tiene un creador hacia su creación? ¿Hasta qué punto la negligencia puede generar monstruosidad? Shelley no ofrece respuestas fáciles, pero su obra sirve como una advertencia atemporal sobre las consecuencias de ignorar los aspectos morales en la búsqueda del progreso.
2. La criatura como víctima de la sociedad: Exclusión y soledad
Aunque físicamente repulsivo, el monstruo de Frankenstein posee una inteligencia y sensibilidad que lo hacen profundamente humano. A través de su narración, Shelley nos muestra su desesperado anhelo de pertenencia y su dolor al ser rechazado una y otra vez. Este aspecto de la novela ha sido interpretado como una crítica a la intolerancia y la crueldad social. La criatura, al no encontrar aceptación, se ve obligada a adoptar un comportamiento violento, lo que sugiere que la monstruosidad no es innata, sino producto del abandono y el maltrato.
Un pasaje clave es el encuentro con la familia De Lacey, donde el monstruo, observándolos en secreto, aprende lenguaje y desarrolla emociones complejas. Este episodio demuestra su capacidad para el amor y la bondad, cualidades que se ven truncadas cuando la familia lo rechaza al descubrir su apariencia. Aquí, Shelley parece cuestionar los prejuicios basados en la apariencia física: ¿es justo juzgar a alguien solo por su exterior? La tragedia del monstruo radica en que, a pesar de sus esfuerzos por integrarse, la sociedad lo condena al ostracismo.
Este tema tiene ecos en problemas contemporáneos como el bullying, la discriminación racial o la exclusión de minorías. La criatura, en muchos sentidos, representa a todos aquellos que han sido marginados por ser diferentes. Su evolución de un ser inocente a un asesino vengativo es un recordatorio de cómo el rechazo sistemático puede destruir la empatía y generar violencia. Así, Frankenstein no es solo un relato sobre un experimento fallido, sino una reflexión sobre las consecuencias de no practicar la compasión.
3. Frankenstein y el mito de Prometeo: La rebelión contra lo divino
El subtítulo completo de la novela, Frankenstein o el moderno Prometeo, no es casual: Mary Shelley establece un paralelismo deliberado entre su protagonista y el titán de la mitología griega que robó el fuego de los dioses para dárselo a la humanidad. Esta conexión mitológica añade una capa adicional de significado a la figura de Frankenstein, transformando su historia en una alegoría sobre los peligros de desafiar los límites establecidos por la naturaleza o la divinidad.
Prometeo, aunque actuó con buenas intenciones, fue castigado eternamente por Zeus, condenado a que un águila devorara su hígado cada día, en un ciclo interminable de sufrimiento. De manera similar, Victor Frankenstein asume el papel de un “Prometeo moderno” al intentar dominar el secreto de la vida, pero su creación se convierte en su propia maldición. La criatura, lejos de ser un logro glorioso, es una manifestación de su hubris, su excesivo orgullo intelectual. Shelley, influenciada por las ideas románticas de su tiempo, explora así la tensión entre el deseo humano de progreso y las consecuencias imprevistas de transgredir lo sagrado.
Este tema resuena en debates actuales sobre bioética y modificación genética. ¿Hasta qué punto debe intervenir el ser humano en los procesos naturales? La novela sugiere que, sin sabiduría y humildad, el conocimiento puede convertirse en una fuerza destructiva. Además, el castigo de Victor—la pérdida de sus seres queridos y su propia destrucción moral—refleja la idea de que ciertos límites no deben cruzarse. La criatura, en este contexto, no es solo un error científico, sino un símbolo del precio que se paga por usurpar el papel de lo divino.
4. La dualidad entre creador y creación: ¿Quién es el verdadero monstruo?
Uno de los aspectos más fascinantes de la novela es la ambigüedad moral entre Victor Frankenstein y su criatura. Aunque la narrativa inicial presenta al monstruo como una amenaza, su voz adquiere profundidad en los capítulos centrales, donde relata su sufrimiento y su deseo frustrado de amor. Este giro narrativo obliga al lector a cuestionar: ¿quién es realmente el monstruo? ¿El ser abandonado a su suerte o el hombre que lo trajo al mundo sin asumir responsabilidad?
Victor, aunque humano, exhibe rasgos monstruosos: su egoísmo, su negligencia y su incapacidad para enfrentar las consecuencias de sus actos. En contraste, la criatura demuestra inicialmente curiosidad, bondad y anhelo de conexión, virtudes que se corrompen debido al rechazo social. Shelley juega con esta dualidad para criticar la hipocresía de una sociedad que juzga por las apariencias mientras ignora sus propias crueldades. El monstruo, en última instancia, es un espejo que refleja los defectos de su creador y de la humanidad en general.
Esta relación dialéctica ha inspirado interpretaciones psicoanalíticas, donde la criatura representa el “yo” reprimido de Victor, sus miedos y fracasos proyectados en una forma tangible. También se ha leído como una metáfora de la lucha entre la razón y la emoción, o entre la ciencia y la ética. La tragedia de ambos personajes radica en su incapacidad para reconciliarse, un conflicto que subraya la necesidad de equilibrio entre innovación y compasión.
5. Vigencia de Frankenstein en la cultura contemporánea
Más de dos siglos después de su publicación, Frankenstein sigue siendo un referente en la literatura y el cine, adaptado y reinterpretado en incontables ocasiones. Su persistencia en el imaginario colectivo se debe a la universalidad de sus temas: la ética científica, el miedo a lo desconocido y la lucha por la identidad. Desde las películas clásicas de Universal hasta enfoques modernos como Ex Machina o Poor Things, la sombra de Shelley sigue proyectándose sobre historias que exploran la creación artificial de vida.
En la era de la inteligencia artificial y la ingeniería genética, las preguntas planteadas por la novela son más relevantes que nunca. ¿Qué derechos tendría un ser creado en laboratorio? ¿Cómo evitar que la tecnología supere nuestra capacidad para controlarla? La figura del monstruo—incomprendido, temido y violentado—sirve como advertencia sobre los riesgos de avanzar sin reflexionar en el impacto humano.
Conclusión: Frankenstein como espejo de la condición humana
La criatura de Mary Shelley es mucho más que un villano literario: es un símbolo polisémico que encarna las contradicciones de la naturaleza humana. Representa el miedo al rechazo, los límites del progreso y las consecuencias de la deshumanización. A través de su tragedia, la autora nos invita a confrontar nuestras propias responsabilidades como creadores—ya sea de tecnología, arte o relaciones—y a recordar que, sin empatía, incluso las mejores intenciones pueden generar monstruos.
Frankenstein perdura no por sus elementos góticos, sino por su profundidad filosófica. En un mundo cada vez más tecnificado pero emocionalmente fracturado, su mensaje sigue urgente: la verdadera monstruosidad no reside en la apariencia, sino en el abandono, la arrogancia y la incapacidad de reconocer al “otro” como un igual.
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