El Milagro Mexicano: Crecimiento Económico y Estabilidad Política (1940-1970)

Publicado el 6 mayo, 2025 por Rodrigo Ricardo

Introducción al Milagro Mexicano: Contexto Histórico y Definición

El periodo conocido como el Milagro Mexicano representa una de las etapas de mayor crecimiento económico y estabilidad política en la historia contemporánea de México, abarcando desde 1940 hasta 1970. Esta fase de desarrollo se caracterizó por un modelo de industrialización por sustitución de importaciones (ISI), que buscaba reducir la dependencia de productos extranjeros mediante el fortalecimiento de la industria nacional. El término “milagro” hace referencia al notable incremento del Producto Interno Bruto (PIB), que durante tres décadas mantuvo una tasa media de crecimiento anual del 6%, una de las más altas de América Latina en ese momento. Este crecimiento económico estuvo acompañado de una relativa estabilidad social y política, en marcado contraste con los conflictos armados y las tensiones que habían caracterizado a las décadas posteriores a la Revolución Mexicana.

El Milagro Mexicano no fue un fenómeno espontáneo, sino el resultado de políticas económicas deliberadas implementadas por los gobiernos posrevolucionarios, en particular durante las administraciones de Manuel Ávila Camacho (1940-1946), Miguel Alemán Valdés (1946-1952), Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958), Adolfo López Mateos (1958-1964) y Gustavo Díaz Ordaz (1964-1970). Estos gobiernos mantuvieron un enfoque común en la industrialización, la inversión en infraestructura y el control de los movimientos sociales a través de un sistema corporativista que integraba a obreros, campesinos y empresarios en el Partido Revolucionario Institucional (PRI). Además, el contexto internacional favoreció este crecimiento, ya que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) y la posguerra crearon una demanda de exportaciones mexicanas, mientras que la Guerra Fría incentivó a Estados Unidos a mantener relaciones estables con México como parte de su estrategia anticomunista en la región.

Sin embargo, el Milagro Mexicano también tuvo sus contradicciones. Aunque el país experimentó un crecimiento económico sin precedentes, los beneficios no se distribuyeron de manera equitativa, lo que generó desigualdades regionales y sociales que se agravarían en las décadas siguientes. El modelo de sustitución de importaciones, aunque efectivo en un principio, comenzó a mostrar sus limitaciones hacia finales de los años sesenta, cuando la industria nacional enfrentó problemas de productividad y competitividad frente a los mercados globales. A pesar de estos desafíos, el periodo dejó un legado importante en términos de infraestructura, instituciones económicas y un aparato estatal fortalecido, que si bien garantizó estabilidad a corto plazo, también sentó las bases para crisis futuras.

El Modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI)

Uno de los pilares fundamentales del Milagro Mexicano fue la implementación del modelo de Industrialización por Sustitución de Importaciones (ISI), una estrategia económica que buscaba reducir la dependencia de productos extranjeros mediante el desarrollo de una base industrial nacional. Este modelo se basaba en la idea de que México, al producir internamente los bienes que antes importaba, podría generar empleos, estimular el crecimiento económico y mejorar su balanza comercial. Para lograrlo, los gobiernos de la época implementaron una serie de medidas proteccionistas, como aranceles elevados a las importaciones, subsidios a la industria local y controles cambiarios que favorecían la compra de maquinaria y tecnología necesarias para la producción nacional. Estas políticas fueron especialmente intensivas durante el gobierno de Miguel Alemán Valdés, quien promovió la creación de parques industriales y la inversión en sectores estratégicos como el textil, el automotriz y la química.

El éxito del ISI durante sus primeras décadas fue notable. Ciudades como Monterrey, Guadalajara y la Ciudad de México experimentaron un auge industrial sin precedentes, atrayendo migración masiva del campo a las urbes en busca de empleo. Empresas como Cemex, Vitro y Grupo Alfa se consolidaron durante este periodo, beneficiándose de las políticas gubernamentales y la creciente demanda interna. Además, el Estado jugó un papel activo en la economía a través de empresas paraestatales como Petróleos Mexicanos (Pemex) y la Comisión Federal de Electricidad (CFE), que garantizaban el suministro de energía a precios subsidiados para la industria. Sin embargo, el modelo también presentaba debilidades estructurales, como una excesiva dependencia del mercado interno, que limitaba la competitividad de las empresas mexicanas en el exterior, y una creciente burocracia estatal que en muchos casos generaba ineficiencias y corrupción.

Hacia finales de los años sesenta, el ISI comenzó a mostrar signos de agotamiento. La industria nacional, acostumbrada a operar en un mercado protegido, carecía de innovación tecnológica y no podía competir con productos extranjeros más baratos y de mejor calidad. Además, el crecimiento demográfico y la urbanización acelerada generaron una demanda que la producción local no podía satisfacer por completo, lo que llevó a un aumento en las importaciones y a un déficit comercial creciente. Aunque el modelo había logrado modernizar parcialmente la economía mexicana, su incapacidad para adaptarse a los cambios globales y distribuir los beneficios del crecimiento de manera más equitativa sentó las bases para la crisis económica que estallaría en los años setenta y ochenta. A pesar de esto, el periodo del ISI sigue siendo recordado como una etapa de optimismo y fe en el progreso, donde México parecía encaminarse hacia un futuro de desarrollo autosustentable.

Estabilidad Política y el Sistema Corporativista del PRI

Otro factor clave que permitió el Milagro Mexicano fue la estabilidad política lograda a través del sistema corporativista implementado por el Partido Revolucionario Institucional (PRI), que gobernó el país de manera ininterrumpida durante todo este periodo. A diferencia de las décadas anteriores, marcadas por caudillismos y conflictos armados, los gobiernos priistas de mediados del siglo XX establecieron un sistema de control político que, aunque autoritario, garantizaba gobernabilidad y continuidad en las políticas económicas. Este sistema se basaba en la integración de los distintos sectores sociales—obreros, campesinos, empresarios y clases medias—en organizaciones afiliadas al PRI, como la Confederación de Trabajadores de México (CTM), la Confederación Nacional Campesina (CNC) y la Confederación Patronal de la República Mexicana (COPARMEX).

El corporativismo priista funcionaba mediante un esquema de negociación y cooptación, donde el Estado otorgaba beneficios como créditos, tierras o concesiones laborales a cambio de lealtad política y apoyo electoral. Este mecanismo permitió contener demandas sociales radicales y evitar conflictos abiertos, como huelgas generales o movimientos insurgentes, que pudieran desestabilizar el crecimiento económico. Además, el PRI mantuvo un férreo control sobre los medios de comunicación y el poder legislativo, lo que le permitió aprobar reformas sin oposición significativa. Sin embargo, este sistema también generó un clima de represión selectiva contra disidentes, como líderes sindicales independientes o movimientos estudiantiles, que cuestionaban el autoritarismo del régimen. El caso más emblemático de esta represión fue la matanza de Tlatelolco en 1968, cuando el gobierno de Gustavo Díaz Ordaz ordenó la intervención militar contra una manifestación estudiantil en la Plaza de las Tres Culturas, dejando cientos de muertos y desaparecidos.

A pesar de estos episodios de violencia, el sistema priista logró mantener una imagen de estabilidad y progreso que atrajo inversión extranjera y facilitó el crecimiento económico. La figura presidencial se convirtió en el eje central del poder, con facultades casi ilimitadas para designar gobernadores, legisladores y hasta a su propio sucesor mediante el llamado “dedazo”. Esta centralización del poder permitió una planificación económica a largo plazo, pero también generó un sistema político rígido y poco democrático, donde la alternancia en el poder era prácticamente inexistente. Con el tiempo, las contradicciones del modelo—como la creciente desigualdad y la falta de canales reales de participación ciudadana—comenzarían a erosionar la legitimidad del PRI, aunque durante el Milagro Mexicano este sistema fue fundamental para sostener el proyecto de desarrollo nacional.

Transformaciones Sociales y Urbanización Acelerada

El acelerado crecimiento económico del Milagro Mexicano trajo consigo profundas transformaciones sociales, siendo una de las más notorias el proceso de urbanización masiva que reconfiguró el paisaje demográfico del país. A mediados del siglo XX, México pasó de ser una sociedad predominantemente rural a una urbana, con ciudades que crecieron a ritmos sin precedentes debido a la migración interna provocada por la industrialización. La población total del país se duplicó entre 1940 y 1970, pasando de aproximadamente 20 millones a más de 48 millones de habitantes, y este crecimiento se concentró especialmente en áreas metropolitanas como la Ciudad de México, Guadalajara y Monterrey. La capital del país, en particular, experimentó una expansión caótica, pasando de 1.5 millones de habitantes en 1940 a más de 8 millones en 1970, lo que generó problemas de vivienda, transporte y contaminación que persisten hasta la actualidad.

Este proceso de urbanización estuvo acompañado por cambios significativos en la estructura social. La clase media urbana creció gracias al aumento de empleos en el sector servicios, la administración pública y la industria, mientras que los obreros industriales se convirtieron en un sector clave para la economía nacional. Sin embargo, las condiciones de vida para muchos migrantes recién llegados a las ciudades eran precarias, con asentamientos irregulares y falta de acceso a servicios básicos. El gobierno respondió a estos desafíos con programas de vivienda popular, como los conjuntos habitacionales del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado (ISSSTE) y el Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS), aunque estos esfuerzos resultaron insuficientes para satisfacer la demanda. Además, el campo mexicano, aunque beneficiado parcialmente por la reforma agraria cardenista, comenzó a quedar rezagado en términos de inversión e infraestructura, lo que profundizó la brecha entre lo rural y lo urbano.

En el ámbito cultural, el Milagro Mexicano coincidió con la llamada “Época de Oro” del cine mexicano, que exportó imágenes de la identidad nacional a través de figuras como Pedro Infante, María Félix y Jorge Negrete. El gobierno aprovechó este medio para promover una narrativa de unidad y progreso, aunque en la realidad persistían tensiones sociales no resueltas. La educación también experimentó una expansión significativa, con la creación de instituciones como el Instituto Politécnico Nacional (IPN) y la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que se consolidaron como centros de formación profesional e intelectual. Sin embargo, hacia finales de los años sesenta, el descontento entre jóvenes y sectores marginados comenzó a manifestarse en movimientos como el estudiantil de 1968, que cuestionaban las limitaciones del modelo priista y demandaban mayores libertades democráticas. Estas tensiones sociales, sumadas a los desequilibrios económicos, marcarían el inicio del fin del Milagro Mexicano.

Legado y Declive del Milagro Mexicano

El Milagro Mexicano llegó a su fin a principios de los años setenta, cuando el modelo de sustitución de importaciones y el sistema político priista comenzaron a mostrar signos de agotamiento. Aunque el país había logrado un crecimiento económico notable, este se había basado en gran medida en el proteccionismo y el gasto público deficitario, lo que generó inflación y un endeudamiento creciente. La crisis internacional de 1973, con el alza en los precios del petróleo, exacerbó estos problemas y puso en evidencia la vulnerabilidad de la economía mexicana. Además, los gobiernos de Luis Echeverría (1970-1976) y José López Portillo (1976-1982) intentaron reactivar el crecimiento mediante un aumento masivo del gasto público y la nacionalización de la banca, medidas que en lugar de solucionar los problemas estructurales, agravaron la crisis y llevaron a la devaluación del peso.

A pesar de su final abrupto, el legado del Milagro Mexicano sigue siendo relevante. Durante estas tres décadas, el país sentó las bases de su infraestructura industrial, construyendo carreteras, presas y sistemas de riego que modernizaron la economía. Además, instituciones como el IMSS y el ISSSTE ampliaron la cobertura de servicios de salud y seguridad social para millones de mexicanos, aunque con limitaciones. En el ámbito político, el sistema priista demostró una capacidad notable para mantener la estabilidad, aunque a costa de la democracia y la pluralidad. Hoy en día, el periodo es recordado con nostalgia por algunos sectores que añoran una época de crecimiento constante, pero también como una etapa donde se sembraron las semillas de problemas futuros, como la desigualdad, la corrupción y la dependencia del petróleo.

En conclusión, el Milagro Mexicano fue un periodo de contrastes: de gran crecimiento económico pero también de profundas desigualdades, de estabilidad política pero también de autoritarismo, de urbanización acelerada pero también de desequilibrios regionales. Su estudio permite entender no solo las fortalezas del modelo de desarrollo posrevolucionario, sino también sus limitaciones y las razones por las que México enfrentaría crisis profundas en las décadas siguientes. Aunque el “milagro” terminó, su impacto en la estructura económica, social y política del país sigue siendo evidente hasta nuestros días.

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